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Tribuna
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El linchamiento

Lo que empezó como una superproducción posmoderna de película del Far West no podía terminar de otra manera que mediante un intento de linchamiento. Los buenos directores de cine saben que, en las escenas de linchamiento, más interesantes que la acción de los matarifes son los rostros y actitudes de los cómplices pasivos o sólo subalternamente activos. La cámara recoge el horror impotente, la complacencia morbosa, la convicción fanática, la curiosidad cínica... En primera línea de este linchamiento tenemos a las Naciones Unidas, sponsor moral del acontecimiento, demudadas, invertebradas, amorfas, en la persona del señor Pérez de Cuéllar. ¿Quién se atreverá a partir de ahora a invocar las resoluciones de las Naciones Unidas como coartadas del linchamiento? La ONU y el señor Pérez de Cuéllar apenas si han sido el felpudo en el que se han limpiado las botas las fuerzas de intervención antes de lanzarse a una guerra prefabricada.También entre los espectadores del linchamiento, en una segunda fila" merecida, los apologistas de la guerra, tanto los previsibles como los imprevisibles. Ahí están los tres mosqueteros de nuestro intervencionismo, que son, naturalmente, cuatro: González, Serra, Fernández Ordóñez y don Jorge Semprún Maura. Ahí están los componentes del bloque constitucional que más carne ha puesto en este asador: los señores Roca Junyent, Anasagasti, Aznar. Si se mira bien, semiescondido en esta ocasión, veremos a Adolfo Suárez en un quiero,y no quiero ver. Y los intelectuales orgánicos del nuevo orden internacional, bocazas pintadas con la sangre ajena. Y el jefe ese del mar Cantábrico que quiso participar más activamente en una guerra ganada militarmente de antemano. A todos ellos les felicito por el espectáculo y por el nuevo desorden internacional que se está gestando. Insisto: nuevo desorden internacional. Porque de eso se trataba desde mucho antes del 2 de agosto de 1990.

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