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Izquierda y antisemitismo

La guerra del Golfo ha puesto sobre el tapete un antiguo problema: el del antisemitismo en la sociedad española. Y ha revelado uno de sus aspectos más singulares: su arraigo, no en las rancias derechas fascistizantes, sino en las tendencias políticas que se sitúan a la izquierda del PSOE. Diré más: no faltan militantes individuales del partido del Gobierno que, afirmándose en falacias tales como la condición imperialista del Estado de Israel, alimentan prejuicios similares.En EL PAÍS del 22 de enero, con un dolor que comparto, auguraba Zubin Mehta que, si Israel lanzara una bomba sobre Bagdad, aparecería de inmediato la foto de una madre con un niño muerto en los brazos. A alguien hay que cargar siempre con la culpa del mal, y los judíos han sido escogidos para ello hace siglos. Es lo que la mayoría toma por normal y, en consecuencia, espera.

La previsión de Mehta aludía al viejo discurso antisemita, asumido hace tiempo por las izquierdas españolas realmente existentes, las que, con unos pocos diputados en el Parlamento, se reúnen en tomo a ese vago proyecto llamado Izquierda Unida y cada tanto, hoy como en el 14-D, encuentran el aliento del oportunismo sindical. Esas izquierdas que, atribuyéndose una representación que las urnas no confirman, no vacilan en aliarse con un episcopado ultramontano, que se opone por igual al preservativo, al deseo y a los judíos, fiel a un Vaticano que insiste en no reconocer al Estado de Israel. No cabía esperar más de los restos degradados de unas organizaciones que perdieron su razón de ser con la finalización de la guerra fría y que, en su afán populista por no perder un muy mermado espacio social, renunciaron incluso a ejercer esa grandeza en la derrota que en su día convirtió a Gorbachov en un triunfador: con ocasión del referéndum, se opusieron al mismo ingreso en la OTAN que el Pravda de la entonces pujante perestroika, con sabiduría política y sentido de Estado, recomendaba. La política oficial soviética, que, desde 1956 hasta la gestión de Shevardnadze, fue de adhesión a los países árabes por encima de las características de cada uno de sus Gobiernos, era un producto de la noción estaliniana de "liberación nacional" y estaba impregnada de antisemitismo. Primakov parece empeñado en su restauración.

Ese antisemitismo está entre nosotros. Podría llamar la atención su pervivencia en un país sin judíos como es España; pero hay que recordar que si este país no tiene judíos es porque se deshizo de ellos hace ya 500 años. Y, mientras algunos revisionistas románticos nostálgicos se adjudican un pasado andalusí, nadie reclama un pasado sefardí. A ese antisemitismo histórico, que una izquierda ilustrada debería esforzarse por reconocer, analizar y superar, se suma el antisemitismo que fue seña de identidad del estalinismo. Pero nadie quiere hacer ese esfuerzo. Quienes convocan a manifestarse por la paz no se preocupan pos matizar cuando se registra una consigna como la que se coreó en Madrid el domingo 20 de enero: "Árabes, uníos contra el yanqui y el judío", ni por explicar la presencia de banderas y activistas palestinos con el rostro cubierto en la reciente marcha a Torrejón.

Las cosas van mucho más allá, desde luego, cuando Eduardo Galeano, en la línea de la tradición populista que llevó a Daniel Ortega al abrazo fraternal con Arafat, se hace la preguntita, en EL PAÍS del 16 de enero, respecto de si esta guerra se hace "para que Israel pueda seguir haciendo a los palestinos lo que Hitler hizo a los judíos". Pasado ese punto no hay regreso: en esas consignas, en esa vestimenta manifestacional, en esas preguntitas se está haciendo simple, liso y llano antisemitismo. Y se está llevando a término el proyecto político del Sadam Husein que, en agosto, declaraba que había entrado en Kuwait para lograr la unidad de la nación árabe y resolver el problema palestino, tomando a Israel como moneda de cambio para su retirada.

En una parte de Europa se ha comprendido que en Oriente Próximo está en juego la suerte de ese conjunto de valores que denominamos Occidente. Es posible que Bush no se haya lanzado a la guerra del Golfo para defender esos valores. Tampoco Bonaparte se lanzó a la conquista de Europa para difundir los valores de la Ilustración, pero los difundió. En Oriente Próximo, Israel, el único Estado de modelo democrático en la zona, ha representado y representa esos valores. Todavía no sabemos cuál será el modelo del muy reivindicado Estado palestino, pero las adhesiones públicas de la dirección de la OLP hacen temer lo peor.

Una izquierda que, a un año de la apertura del muro de Berlín, no se alinea con los principios de las democracias de Occidente, por cuya instauración plena ha luchado siempre, no es izquierda; y una izquierda antisemita no es izquierda. Israel representa en Oriente Próximo una civilización amenazada, la que ha producido el pensamiento ilustrado, el antibiótico, el psicoanálisis, el marxismo, la organización obrera y el ecologismo; una civilización en crisis, posiblemente, pero cuyos contenidos fundamentales siguen siendo radicalmente defendibles, aunque el general Colin Powell no haya leído a Proust y su ejército se movilice únicamente en defensa de las diabólicas empresas que ponen el combustible en los coches de los pacifistas de todo el mundo, a precios de mercado.

Así estaban las cosas cuando, en oscuras circustancias, se produjo el bombardeo de un refugio de civiles en Bagdad. Bastó para que los peores fantasmas se materializaran. No hizo falta un misil israelí: Estados Unidos forma parte de la conjura imperialista-sionista. La noticia fue acogida con resuelto e hipócrita desprecio por numerosos hechos: era la primera ocasión en que, tras 66.000 raids aéreos, se tocaba un blanco de tales características lo que revela la preocupación del mando aliado en ese sentido, mientras noche a noche Irak enviaba misiles sobre las ciudades israelíes; era posible que los muertos fuesen ingenuos servidores de Sadam o aun rehenes kurdos; el embajador de Kuwait en la ONU denunció la desaparición de 20.000 personas a manos del ocupante iraquí, y el fusilamiento de 200 prisioneros en represalia inmediata por el bombardeo, etcétera.

Ese bombardeo vino a justificar una exacerbación de las posiciones de los seudopacifistas que, rompiendo con Occidente, invocan "nuestros tradicionales lazos de amistad con los países árabes", no sé si en referencia a los siete siglos de guerra de la reconquista, al enfrentamiento con el mundo musulmán en que perdió una mano don Miguel de Cervantes, a la guerra de las Alpujarras, que culminó en la expulsión de los moriscos, o a la de Marruecos, finalizada en 1927.

Puesto que la reflexión ética y el análisis histórico sirven de muy poco ante el prejuicio, se impone proponer una consideración pragmática: la asunción de posturas proárabes, en detrimento de Israel, aleja a quien las asume del proyecto europeo occidental y democrático, y le aproxima a la irracionalidad política de una Unión Soviética que, en crisis agónica, apuesta únicamente a la debilidad de los demás.

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