Cuaresma
La nieve ha coincidido este año con la flor de los almendros, y entre las canciones de amor que el ruiseñor nos trae se ha producido la segunda matanza del gorrino. Antiguamente los carniceros entonaban salmos de Cuaresma mientras fabricaban embutidos, y algunos llevaban puesto el cilicio bajo las perneras de hule ensangrentadas. Recuerdo la carne prohibida, el temporal que siempre llegaba en los últimos días de febrero, el dulce sabor de los primeros pecados, aquellos pájaros famélicos de la niñez. Cuando alcancé el uso de razón, en medio de la luz del Mediterráneo, mis maestros se apresuraron a notificarme que existía un resplandor todavía más fuerte en el infierno, Supe muy pronto que la naturaleza del mal se nutría de la misma savia que impulsaba a las flores, y ahora el sentido de la culpa aún lo llevo asociado a la melancolía de aquel perfume de morera que alimentaba a los gusanos de seda en el cuarto en penumbra de un largo invierno como éste. Con la frente en el cristal de la ventana veía a través del vaho que en la calle los perros eran inocentes e inmortales; el terror difuso entonces comenzó a germinar en compañía de los colores azules; el paraíso tenía un fondo de miel inasequible. Esta visión de amor y ceniza me ha visitado hoy mientras cae la nieve para devolverme lejanas sensaciones que había perdido. A mucha gente esta guerra injusta en la que estamos naufragados le ha despertado a aquel joven rebelde de mayo que llevaban dentro; otros han reaccionado contra ella por un simple impulso de justicia o piedad; algunos han invocado la moral. A mí, la presencia de este crimen masivo me ha traído a la memoria el antiguo sabor que guardaba en el estrato más profundo: la evidencia del mal, del pecado, del fuego, del castigo, unido a la naturalidad con que muy pronto brotará la primavera. Me siento culpable y no podría explicar por qué; comprendo que seré castigado y no sabría decir de qué forma; brillará el infierno aún más que la guerra, pero las flores vendrán en tu ayuda.
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