La guerra y la paz
En la célebre obra de León Tolstói del mismo título, el gran novelista ruso se burla de que las individualidades poderosas sean decisivas en la historia. Así ironiza sobre la genialidad de Napoleón Bonaparte y los héroes al estilo de Carlyle, que supuestamente deciden el destino del mundo. Actualmente se cae en igual ficción, contraponiendo la locura de HitIer y el delirio de Sadam a la sensatez pragmática de los Reagan y de los Bush. Con toda razón impugna Tolstói tales paralelismos históricos, la desorbitada proyección de los dirigentes políticos y militares en la historia humana cuando en realidad los pueblos son los verdaderos protagonistas de los conflictos bélicos, pues sufren en carne propia sus trágicas consecuencias. Más aún, son las guerras la expresión de un estado de naturaleza, de lucha permanente de unos individuos contra otros en una esfera de rivalidades, ansias contradictorias, sueños que se creen posibles, competencias rabiosas. Toda esta atmósfera de pulsiones, instintos, apetencias desenfrenadas, revela una estructura social basada en el ego triunfante que no conoce límites en su querencia. Ya decía Fichte que el sujeto ha de pensarse como único fundamento, abstraerse del ente libre exterior y atribuirse a sí sólo su actividad.El radical individualismo subjetivo es el origen belicista, de la guerra de todos contra todos. Esta realidad escindida y contradictoria engendra conflictos de intereses, odios entre etnias diferentes, nacionalismos agresivos, un clima de violencia colectiva que impregna el corazón humano. Para evitar estas luchas feroces Schleirmacher funda su concepto de la Geselligkeit, "una interconexión libre de los individuos", que se agrupan por la amistad y el diálogo, creando una paz civilizada, una convivencia humana, "puesto que el hombre, por su propia actividad, deviene consciente de su humanidad y al mismo tiempo de la humanidad del otro".
Igual tendencia a la concordia por la comunicación dialogante la continúa en nuestro tiempo Jürgen Habermas con su teoría de "la acción comunicativa". El lenguaje es para el filósofo alemán la esencia de la comprensión y del entendimiento entre los hombres. Descubre un interés común que se manifiesta en el trabajo y en la interacción en la vida cotidiana, realidad que expresa la comunicación intersubjetiva mediante el consenso logrado por la "situación ideal de diálogo", es decir, dando por válida la razón dialógica trascendente, la igualdad de los individuos. Claro, que esta armonía sólo es posible en pequeños grupos de hombres solidarios que no sufren la dinámica de la concurrencia ni la competencia agresiva, desgarradora de la sociedad. Pero sostiene Manuel Ballestero en su espléndida obra El principio romántico que estas armónicas teorías abstraen, mistifican y enmascaran la realidad social que crea esas individualidades rabiosas, "la guerra civil de los nacidos" (Quevedo).
La discordia generalizada que estamos viviendo con la guerra del golfo Pérsico demuestra, afirma el profesor José L. Aranguren, que el hombre todavía es una especie y no ha llegado a constituirse en género humano. Una antigua posada holandesa llamada La Paz Perpetua le sirvió a Kant de inspiración para su famosa obra. La concepción de la paz kantiana se inicia con unos presupuestos abstractos en los que incluye una eliminación de los ejércitos permanentes y la no intervención de un Estado en los asuntos internos de otro. Pero el verdadero meollo de esta teoría es su propuesta de crear un derecho cosmopolita para hacer posible la hospitalidad universal, "que un hombre no se sienta nunca diferente y extraño a otro, por diferente que sea su raza, su religión o sus costumbres. Significa aquí el derecho de un extranjero a no ser tratado hostilmente por el hecho de haber llegado al territorio de otro". Esta cordial acogida al extranjero es sencillamente reconocer que los seres humanos son iguales e idénticos a sí mismos. La novelista alemana Christa Wolf revela que existe como un anhelo del ser-uno, de disolución de los estrechos límites del propio ser hacia la unidad y continuidad de todo lo vivo. Así, pues, la unión real y efectiva de todos los horribres es la base de la paz perpetua. El cosmopolitismo, ese saberse miembros de una ciudad, la aldea total terrestre, constituye la posibilidad política para que el hombre pueda sentirse como ser genérico.
En esta circunstancia, bélica que vivimos adquiere un profundo sentido el concepto kantiano de una comunidad de pueblos del mundo. Cla.ro que esta unidad humana que concibe es una universalidad abstracta, ideal que ignora las tensiones conflictivas de la sociedad. Sólo la paz social interna puede hacer posible la paz perpetua entre Estados y acabar con las guerras, que son fruto de las disputas que crean las desigualdades. Kant presentía que la igualdad de los hombres es el secreto de su libertad. Pero esta remansada quietud no significa un estado inactivo; por el contrario, de la paz basada en la justicia igualitaria nace el afán de progreso ¡limitado. En una de sus últimas obras, El pleito de las facultades, Kant desarrolla su teoría de! ideal infinito que crea el entusiasmo colectivo por las revoluciones históricas. Dicha obra se inspira en un ideal comunitario de la humanidad, meta última de toda sociedad civil, que no es una quimera, sino esperanza activa, fuente de razón y acción del hombre, posibilidad siempre imposible del ideal. Solamente en una paz sólida se podrá llegar al "reino de la libertad" que soñaba Kant, para superar los egoísmos primitivos que dividen y mediatizan a los hombres actualmente creando desgarramientos íntimos, guerras irracionales y suicidas.
Carlos Gurméndez es ensayista, autor de La melancolía.
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