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El Joventut apostó su suerte a un solo número

Luis Gómez

Puede afirmarse que toda diferencia que vaya de los 5 a los 15 tantos es la más dificil de interpretar. Ni es mucho, ni es poco. Puede ser suficiente pero también complicada de administrar. Y, fundamentalmente, es un tipo de diferencia susceptible de provocar varios cambios de escenario dentro del mismo partido. La eliminatoria de vuelta entre Joventut y Estudiantes fue un buen ejemplo de ello: el Joventut disponía de una renta de 14 tantos, que desaprovechó bien pronto en el primero de los escenarios pero le sirvió para sobrevivir en el tercero aunque a costa de jugarse todos los haberes a un número, a una canasta. Porque tres partidos hubo ayer dentro de uno. Sí, tres actos en uno. El Estudiantes ganó dos pero perdió el tercero.El factor psicológico debía tener una importancia decisiva y la tuvo. Para el Estudiantes, la eliminatoria representaba resolver muchos problemas a un tiempo y de una envergadura para la que no parece del todo preparado. Aun así, salió airoso del asunto y tuvo un comportamiento brillante que significó, finalmente, una eliminación más que honrosa. El Joventut, por su parte, salvó la eliminatoria pero quedó relegado a la situación de perdedor moral. No es para rasgarse las vestiduras, desde luego, porque estas derrotas morales duran unos minutos, hasta que uno se da cuenta de que, en definitiva, se ha clasificado.

El Estudiantes hizo un primer tiempo perfecto y el Joventut un partido lamentable. El Estudiantes soñó con la gloria y el Joventut vivió la pesadilla del oprobio, ahora que camina convertido en favoritísimo de cuantos eventos disputa. El Joventut revivió sus fantasmas familiares, ésos que le recuerdan que la diferencia entre aspirar y triunfar no es mera cuestión semántica. El Estudiantes supo desempolvar el ambiente del Magariños, su santuario, un recinto donde se escucha perfectamente cuanto se dice; no se chilla, se habla alto.

La salida del Estudiantes cumplió con los requisitos que demandaba la eliminatoria: defensa, velocidad y disposición general para dominar el rebote. En los 10 primeros minutos, la diferencia había quedado prácticamente anulada (24-12) y Lolo Sainz se veía obligado a solicitar tiempo muerto. Antúnez se había convertido en el dominador de la situación. La lucha por el rebote caía finalmente del lado estudiantil.

A partir de esa base, el cuadro local aumentó su renta mientras el Joventut alcanzaba sus peores momentos. A falta de dos minutos para el descanso, la ventaja era insospechada (46-26). Todos los protagonistas debían andar con mucho tiento: el Joventut para no tirar la toalla y el Estudiantes para no emborracharse. El primer acto acababa en el descanso (46-28). Pero quedaban dos. Se cerraba el telón.

En el segundo acto, el Estudiantes estaba obligado a conservar su dominio y actuar según el marcador real, que no el parcial. No ganaba por 18 sino por 4, no ganaba por 11 sino que perdía por tres. Esta doble lectura obligaba a uno y a otro a interpretar los hechos a cada jugada. Al Joventut le bastaba con acortar por lo sano; el Estudiantes tenía que llegar al tercer acto con la clasificación a la vista, un acto de escenografía ciertamente fúnebre: mucho ruido de fondo, palidez en los rostros y un reloj que descuenta segundo a segundo.

El Estudiantes alcanzó ese tercer acto (72-60 a falta de 2.38) pero acusó cierto desgaste mental en uno de sus jugadores, Winslow. Winslow falló dos pases y arriesgó un triple suicida. Sus errores convirtieron el drama en tragedia. Había sido demasiado afortunado el Joventut. Lo apostó todo a un número. Y salió.

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