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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Rusia v la URSS

LA SITUACIÓN en las repúblicas bálticas se ha convertido en un problema internacional de primera magnitud. Por ello, la Comunidad Europea y el Banco Mundial han tomado medidas que condicionan las ulteriores ayudas a la URSS al cese de la violencia y al respeto de las autoridades elegidas democráticamente. Incluso podría quedar en entredicho la cumbre entre Bush y Gorbachov prevista para el mes próximo en Moscú. Sin la guerra del Golfo -y el interés de EE UU por contar con el apoyo político de la URSS-, la reacción occidental ante la represión en el Báltico hubiese sido más enérgica. En todo caso, las protestas han surtido cierto efecto, y Gorbachov se ha sentido obligado a hacer promesas de que se investigarán los casos de violencia y se ha pronunciado genéricamente contra el empleo de las armas.Sin embargo, las amenazas persisten y la tensión crece: los Gobiernos nacionalistas radicalizan sus posiciones, sobre todo con vistas al extranjero. Por otro lado, el Ejército soviético sigue ocupando edificios y controlando carreteras, con el apoyo de los comunistas y de sectores de la población rusohablante. Los intentos de mediación de Moscú han permitido ciertos diálogos, pero subsiste la discrepancia decisiva: se exige el cumplimiento de la Constitución soviética a unos Gobiernos nacionalistas votados precisamente por su actitud independentista. Si la URSS estuviese dispuesta a aceptar que las repúblicas puedan separarse -lo que la ley prevé y en lo que Gorbachov insiste-, no es lógico que se exija ahora el retorno de las repúblicas bálticas a un estatuto de subordinación que cesó como consecuencia de los resultados electorales. Por eso, los actos de violencia actuales, aunque sean parciales, aparecen como indicadores de una nueva actitud política: la de poner Fin por la fuerza a unos procesos políticos democráticos, orientados a la soberanía de las repúblicas, generados por la propia perestroika.

Además, no se trata sólo del Báltico, En Moscú mismo tiene Gorbachov una contradicción neta entre lo que hace el Gobierno de Rusia y la Constitución soviética. Borís Yeltsin, presidente del Sóviet Supremo de Rusia, defiende la tesis de que, para evitar la disgregación de lo que es aún hoy la URSS, se debe partir desde la base, mediante pactos entre las repúblicas, que luego decidirán delegar los poderes que consideren adecuado a un órgano central. Rusia trabaja ya en esa dirección y ha firmado varios acuerdos bilaterales, lo que choca con el plan de Gorbachov de elaborar por arriba un Tratado de la Unión que luego se negociará con las repúblicas.

En el origen de estos debates hay un fenómeno de envergadura histórica. La perestroika ha desencadenado unos cambios que -al margen de los vaivenes políticos- llevan a un nuevo reparto del poder en la URSS, con creciente influencia de las repúblicas y pérdida del predominio del centro. Gorbachov tiene el poder del viejo aparato y el poder militar. En este terreno, parecen poco responsables los intentos de ciertos Gobiernos nacionalistas de crear grupos armados más o menos ilegales. Pero, en el terreno político, los Gobiernos de las repúblicas tienen un poder muy serio, derivado de los votos. En ese proceso tan complejo, y que acarrea fácilmente actitudes de violencia, se puede considerar que hasta ahora ésta no ha sido excesiva. Pero si Moscú quisiese hoy imponer un retorno a la "obediencia de la ley", retirando a las repúblicas las competencias que ya se han, arrogado, ¿cuántos Gobiernos republicanos debería detener y encarcelar?

La evolución de Gorbachov hacia políticas centralistas acaba de manifestarse de nuevo en la anulación de los billetes de 50 y 100 rublos, medida contra la economía sumergida, pero que daña a millones de personas. Es un paso negativo para el fomento de la iniciativa privada, indispensable en el tránsito á la economía de mercado, sobre todo cuando la caótica situación de los restos de la economía estatal no puede satisfacer las necesidades más elementales. En esta coyuntura es muy esclarecedora la carta del académico Shatalin -antiguo miembro del Consejo Presidencial y presidente de la comisión que elaboró el verano pasado el plan de "los 500 días"- en la que explica cómo Gorbachov, al abandonar ese plan concertado con Yeltsin, se ha situado en el campo de los conservadores, de los que cada vez depende más, y se aleja de quienes fueron los más firmes defensores de la perestroika. Las protestas internacionales contra los actos de violencia -si bien conviene evitar que dañen a la población soviética- pueden ser importantes para que Gorbachov comprenda las consecuencias gravísimas de un abandono de la reforma democrática, que tanto le ha prestigiado.

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