La guerra en la Luna
El Gobierno saudí niega que los destrozos en un banco los causase una explosión
Cuanto más cerca está uno de la guerra, menos comprende lo que ocurre en ella, por aquello de los árboles que no dejan ver el bosque. En este caso, además, se nos había advertido que todas las imágenes y todas las informaciones sobre el desarrollo de los combates serían minuciosamente revisadas y censuradas por los militares. Pero en Arabia Saudí la falta de información excede ya las previsiones más pesimistas. Es como si la guerra se librara en la Luna y de vez en cuando se les cayera un misil por aquí.
A los ciudadanos de este país les resulta difícil entender la guerra en que están metidos: el frente está en algún lugar de la galaxia -no se puede decir dónde y no se puede llegar a él-, el enemigo, a su vez, es un fantasma mudo -ni se le ve ni dice nada-, pero se sabe que le gusta disparar misiles contra Ucronia, un país inexistente, al que los más suspicaces identifican con Israel.Generalmente, los periodistas conectan con su redacción y cuentan lo que sucede sobre el terreno. Aquí y ahora, sucede lo contrario: los periodistas tienen que telefonear a su oficina central -o escuchar la BBC- para saber qué está ocurriendo delante de sus narices. No pueden desplazarse al frente -excepto un grupo de norteamericanos y británicos a los que llevan de excursión exactamente allí donde no pasa nada-, ni tomar imágenes en la retaguardia, ni hablar con los soldados, excepto los oficialmente autorizados.
A veces, a uno le parece que sucede algo. El sábado a las 15.45, hora local, por ejemplo, hubo una explosión en la sede del Saudi American Bank en Riad. Pero en realidad no hubo tal explosión, según el Ministerio de Información saudí y según el propio banco. Los destrozos que muestra el edificio son una extravagancia del arquitecto.
Ocasionalmente, la oficina de información del Ejército norteamericano ofrece una. conferencia de prensa o emite un comunicado de seis líneas. Al periodista se le dispara la tensión porque le parece haber hincado el diente a una noticia. Pero la crisis arterial se desvanece en cuanto sus compañeros de la redacción le comunican, en tono comprensivo, que han obtenido esa misma información -con más detalles- hace una hora, vía Washington o en directo a través de la CNN.
En estas condiciones, a uno casi se le saltan las lágrimas cuando encuentra a un marine que acaba de llegar del frente y está dispuesto a hablar off the record..
Para las televisiones, la rutina es similar: cada día reciben un menú de imágenes mediocres revisadas por los militares, y su habilidad consiste en elegirlas y mezclarlas de tal modo que compongan una crónica vibrante de la guerra a la que no pueden acercarse. Las formidables imágenes del bombardeo sobre Bagdad se emiten una y otra vez. Otra cosa son los combates de tierra en el frente saudí -ese lugar indeterminado en la galaxia-, que se hacen menos visibles conforme son más intensos.
La sublimación de todos estos impedimentos la ha alcanzado la televisión saudí. La noche en que estalló la guerra conectó en directo con la cadena norteamericana CNN, pero la experiencia no debió de resultar satisfactoria, porque no se ha repetido. Ahora emiten en diferido algunos fragmentos censurados de la CNN, que se cortan abruptamente cuando el presentador pronuncia una palabra mágica que suena a veces como Sadam y, en ocasiones, se queda en sólo Sad. Otras veces, el locutor se queda mudo unos instantes, durante los cuales sus labios parecen pronunciar, con patética impotencia, la palabra Israel.
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