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Un enfrentamiento absurdo

Las denuncias de fraude en las elecciones sindicales pueden retrasar varios meses la proclamación de resultados, según el autor. Para él, se ha creado tal cúmulo de agravios que la preocupación no debe consistir tanto en conocer las cifras depuradas, como en buscar remedio al daño producido a la unidad sindical.

El periodo de cómputo de las elecciones para medir la representatividad de los sindicatos, acaba de concluir. Tal como sucedió en las elecciones de 1986, las denuncias sobre irregularidades y fraudes podrían retrasar varios meses la proclamación oficial de los resultados. Pero al menos hay dos datos que nadie pone en cuestión: el notable crecimiento en el número de delegados elegidos y el que de ese crecimiento se han beneficiado, sobre todo, CC OO y UGT, además de los sindicatos nacionalistas en Euskadi y en Galicia.Otro aspecto que tampoco está cuestionado es que en la mejora de los resultados ha influido el balance positivo de la unidad de acción mantenida por los dos sindicatos desde 1987. Y, siempre con las reservas derivadas de la polémica sobre los datos, la hipótesis de un reparto proporcional del mencionado crecimiento que, por tanto, mantuviera las diferencias porcentuales entre ambas centrales en términos equivalentes a los de 1986, seguiría siendo un buen resultado para todos, que no tendría por qué afectar a la unidad. Pues, al contrario de lo que, por ejemplo, ocurre con las elecciones legislativas o municipales, donde quedar en primer o segundo lugar suele representar, respectivamente, formar Gobierno o resignarse al papel menos gratificante de la oposición, en las elecciones sindicales quedar dos o tres puntos por debajo del 40% es bastante positivo. Y lo es aún más saber que en los centros que eligen comités, esto es, los de más de 50 trabajadores, CC OO podría quedar por delante, aunque fuese por escasa diferencia.

Desde esta importante base de partida y elevando la mirada un poco más lejos, habríamos de valorar como es debido que UGT haya superado bien la prueba de concurrir a las elecciones tras la traumática ruptura del modelo de relaciones que históricamente había mantenido con el PSOE y tras el rechazo abierto a la política económica del Gobierno. Pues comporta un respaldo a las posiciones de Nicolás Redondo, caracterizadas por la defensa de los valores más solidarios de la socialdemocracia, lo que a su vez favorece a la izquierda y al sindicalismo de clase en su conjunto. Otra cosa hubiera sido que el avance de unos lo fuera a costa del retroceso de otros. Pero esto, objetivamente, no ha sucedido, sino que, repetimos, en estas elecciones hemos salido beneficiados todos.

Por todo lo dicho, parecería lógico que los resultados hubieran servido para reforzar la unidad de acción entre CC OO y UGT. Pero no parece que vaya a ser así. Al contrario, entre el enfrentamiento inicial en la llamada guerra de los preavisos y la escalada final en torno a la guerra del fraude, se ha creado tal cúmulo de agravios que a estas alturas la preocupación no debería consistir tanto en conocer la cifra exacta y depurada de los resultados, sino en calibrar y buscar remedio al daño producido a la unidad de acción. Hasta tal punto ésta es la gran cuestión, que no dudamos en afirmar que, en el supuesto de continuar mucho más tiempo el actual nivel de enfrentamiento, los verdaderos perdedores de las elecciones serían los trabajadores.

Credibilidad

Por otra parte, no hacen falta sondeos de opinión para saber que ha sufrido un serio golpe la credibilidad y respeto que ante los trabajadores y el conjunto de la sociedad habíamos conseguido gracias, entre otros hechos, a la huelga del 14-D, a la elaboración y defensa de la Propuesta Sindical Prioritaria (PSP) y a las importantes conquistas contenidas en los acuerdos con el Gobierno suscritos a primeros del año pasado. Es decir, gracias a la unidad de acción.

Es como si los sindicatos hubiésemos planificado la campana bajo las recomendaciones de nuestros enemigos.

Aunque la causa próxima de este absurdo enfrentamiento se liga al problema del fraude, la verdad es que ha sucedido lo que estaba previsto que podía suceder a partir del momento mismo en que no fuimos capaces, unos y otros, de ponernos de acuerdo sobre el desarrollo de las elecciones. Hace seis meses, en est as mismas páginas, me permití decir al respecto que "la dinámica según la cual lo prioritario es quedar por encima del otro puede abrir la veda a desaguisados de diversa magnitud y efectos" (EL PAÍS, 23 de julio de 1990).

No se sabe cómo y cuándo acabará esta guerra del fraude. En principio, deberíamos todos estar interesados en expurgar las actas para eliminar aquellas que pudieran contenerlo. Pero una cosa es corregir las irregularidades y depurar el fraude -no son la misma cosa- y otra muy distinta dar pie a una deslegitimación global de las elecciones. Pues la inmensa mayoría de los delegados elegidos lo han sido en procesos inequívocamente limpios. Y hay que proclamarlo así.

Debemos también insistir en que mientras exista un tipo de normativa que para determinar la representatividad de los sindicatos obliga de hecho a que decenas de miles de agentes electorales recorran, por lo general más de una vez, varios cientos de miles de centros de trabajo, a poder ser en el momento mismo del inicio de la jornada laboral para llegar antes que el competidor de turno con el que a su vez existe una dura pugna, todo ello en un plazo determinado de tiempo... Con una normativa así, y dada la crudeza de las hostilidades entre los contendientes, es prácticamente imposible evitar que una serie de actas contengan irregularidades y hasta que las haya abiertamente fraudulentas. Ocurrió en 1986, ocurrió también en las elecciones de 1982 y en las anteriores, y volvería a ocurrir si, en contra de lo previsible, no nos pusiéramos de acuerdo en un método más racional para medir nuestra representatividad. Tampoco podemos obviar que precisamente por el marco y las circunstancias nadie está en condiciones de asegurar que tiene limpio su propio patio.

No se trata, ni mucho menos, de minimizar el asunto. Pero algunos en CC OO sentimos gran inquietud por las consecuencias de haberle dado un tratamiento insuficientemente meditado, pues la impresión que podemos estar transmitiendo no sería sólo la de conseguir una depuración de lo resultados, sino también la del descrédito global y político de la organización que ha sido nuestra aliada en los cuatro últimos años. En este sentido nos preocupa la ligereza con que, por ejemplo, se haya llegado a afirmaciones como las de que: "UGT ha retrocedido en su autonomía y ha caído de nuevo en manos de la patronal y del Gobierno", que "ésa es una de las razones de la generalización del fraude" y que, por tanto, "no podemos pensar en la unidad de acción sobre estas bases". Porque, con independencia de la credibilidad de semejantes comentarios, es nuestra obligación medir sus consecuencias. Pues, ¿adónde puede conducir un discurso de este tipo? ¿A una inflexión de nuestra estrategia que posponga sine die la unidad de acción? ¿Beneficiaría a CC OO tal estrategia? ¿Beneficiaría a los trabajadores? ¿Beneficiaría a la izquierda? Y si no puede beneficiar ni a unos ni a otros, ¿qué es lo que realmente se pretende con tan graves descalificaciones?

Más que conjeturar sobre las respuestas convendría decir que por ese camino sólo se llega a una creciente sectarización, a la ruptura de la unidad de acción por tiempo indefinido, al debilitamiento de las posiciones de los sindicatos y, por consiguiente, a la mayor vulnerabilidad de los intereses de los trabajadores. Y la peor parte nos la llevaríamos CC OO.

Anuncios insidiosos

Por todo ello, el centro de gravedad de nuestra actividad debe desplazarse, sin renunciar a la clarificación de los resultados electorales, a recomponer el entendimiento. Tarea que también en UGT podría hallar obstáculos, pues en todas partes hay sectores interesados en aprovechar la coyuntura para hacer irreversible la ruptura de la unidad de acción. No de otro modo pueden interpretarse hechos como, por ejemplo, el de poner anuncios más que insidiosos en la prensa contra varias de nuestras organizaciones, o el que algún dirigente regional haya proferido insultos hacia los miembros de nuestra organización indignos de un militante sindical. Pero si de un lado y del otro nos proponemos seriamente aislar a las minorías contrarias a la unidad podemos, en un plazo razonable, restañar nuestras heridas mutuas y corregir los dislates cometidos.

Es ocioso predecir lo que sucedería de ir cada uno por su lado en la negociación colectiva, en el intento de sacar adelante los puntos pendientes de la PSP, en la respuesta frente al tratamiento que pretende darse al problema de nuestra competitividad como país, y hasta con vistas a los nuevos compromisos que como integrantes de la Confederación Europea de Sindicatos tenemos ante nosotros. Todo, absolutamente todo, exige la colaboración mutua y la profundización en la unidad.

Ante este reto no sirve adoptar una actitud pasiva con el argumento de que, siendo tan evidente la necesidad del entendimiento, el mero paso del tiempo dará la solución. Pues los plazos apremian y pecaríamos de ingenuos si creyéramos que la unidad está asegurada. Tampoco sirve el voluntarismo, pues todos somos prisioneros de nuestras palabras y actos, y aquí se han dicho y hecho cosas muy serias. Pero hay dos factores que pueden jugar un papel decisivo para resolver el problema: que el deseo de que actuemos unidos es muy fuerte entre los trabajadores, tal como de forma expresa lo han manifestado en las visitas electorales, y que el enfrentamiento ha sido infinitamente menor en el interior de los centros de trabajo. Existe una base objetiva muy sólida para que, si en la primera fase el impulso unitario vino fundamentalmente de arriba abajo, ahora pueda venir de abajo arriba. Para conseguirlo es esencial que cuantos estemos incondicionalmente a favor del máximo entendimiento entre ambos sindicatos favorezcamos la articulación de un movimiento en el doble sentido -desde arriba y desde abajo- que imposibilite que los reacios a la unidad se salgan con la suya. Conscientes de que la organización que ponga más ahínco e iniciativas será la que obtenga mayor reconocimiento entre los trabajadores.

es miembro del Secretariado de la CS de CC OO.

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