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El Atlético no resistió el ímpetu de un Madrid en periodo de crisis

No vayamos a creer que el Madrid no se tomó eso de la crisis en serio. Lo hizo -el revulsivo vino del exterior no del interior, dato a tener en cuenta- y buscó la solución expeditiva ante un rival con ciertas connotaciones, el Atlético. Pero el Atlético es un enemigo más aparente que real, es más conocido como el equipo de Gil, o de Berry según se mire, que por otra cosa. Y eso se nota. El derby no impuso así mayores conclusiones; que las propias de la razón: la diferencia entre ambos equipos es tan estimable que no podía pasar otra cosa que lo que pasó salvo que el Madrid lo hiciera rematadamente mal o abundara en la tristeza que lo embarga.Y el Madrid no lo hizo rematadamente mal, aunque tampoco rematadamente bien, que ciertas coyunturas provocan en ocasiones tremendas desproporciones. Tampoco jugó con la facilidad que demanda su potencial y mucho menos con oficio porque oficio es un término olvidado en el Madrid de los últimos tiempos. El Madrid, simplemente, utilizó la regla de tres y puso carne en el asador. Por contra, el Atlético se empeñó en un juego logarítmico que le llevó a un callejón sin salida: esta vez, las acciones imposibles eran imposibles. Llegado el descanso (5 1-30), los jugadores nacionales (¡el Atlético habían sumado cuatro tantos por 26 de la pareja americana. Berry no pudo alimentar su incontinencia porque se encontró con casi todo el Madrid cerrándole el camino.

La regla de tres madridista se fraguó en la defensa de Berry, la superioridad reboteadora y el recurso al contraataque. Y cada cosa iba ligada a la anterior. Si Cargol bloqueaba a Berry, el Atlético terminaría acabando su posesión de cualquier manera, lo que facilitaría el rebote defensivo y, consecuentemente, la veloz carrera hacia el aro y la canasta facilita. Así discurrieron los momentos más importantes de la primera parte, cuando el partido se mantuvo vivo. Los triples de Biriukov (6) y la superioridad de Roberts y Antonio Martín en la zona cuando el balón llegaba a sus manos, hizo el resto.

Los logaritmos del Atlético sirvieron de bien poco debido a que es un equipo de hábitos sencillos. En un principio alternó tres tipos de defensa (individual, zonal y mixta) pero de poco le sirvieron si en ataque no podía actuar de otra forma que no fuera recurriendo constantemente al concurso de Berry.

Lo que sucedió, sin embargo, es que Berry fue convenientemente inutilizado desde el principio: Cargol le ató las manos y una defensa en zona le ató los pies. No tenía sitio para moverse en su zona de influencia y no encontraba posición para recibir adecuadamente. Sin balones claros y sin espacio para ver la canasta, Berry dejó de ser Berry. Y sin Berry, el Atlético se miró ante el espejo vestido de mediocridad porque carece de juego interior y de juego exterior en cantidades suficientes como para aspirar a dar la sorpresa cuando el rival está sobre aviso. Y el Madrid lo estaba. Sin tiro exterior romper una simple zona es prácticamente imposible. El Atlético sólo consiguió una canasta de juego exterior en la primera parte y la fabricó un pivot, Soler. Pensar en una victoria por ese camino era tan difícil como aspirar a conseguir el gordo de Navidad sin jugar a la Lotería.

Este derby es un duelo repleto de argumentos ajenos, pero sin base sólida en términos de baloncesto. Nadie espera que un equipo del montón gane al Madrid en la capital. Y menos, si el Madrid no está para esas sorpresas y ha recibido el correspondiente aviso. El derby, por tanto, se desintegró antes del descanso. Natural.

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