Fiesta del Madrid en el suicidio del Barcelona
Johan Cruyff sacrificó la Supercopa, y eso le costó presenciar ayer, en primera fila, un espectáculo que no debió gustarle: el mejor partido del Real Madrid esta temporada, y el interminable vuelo de 40 metros de un balón lanzado por un joven que ayer enamoró al Bernabéu, Santi Aragón. Un gol de picardía, de inteligencia, de calidad técnica, que marca la carrera de un jugador, y que selló el sulcidio del Barcelona en la Supercopa.La táctica arriesgada de Cruyff, enviando a la sala de torturas a dos jóvenes defensas inexpertos, la aprovechó con creces el Real Madrid para reconcl liarse con un público que había dejado de disfrutar en los últimos meses. Cruyff podrá volve a colocarse hoy el cassete de la Liga, pero con su actitud ha ter mínado por conseguir que funcionase el cassete del Real Madrid, que llevaba estropeado mu cho tiempo. Y, además, abre un interrogante sobre la confianza real que tiene Cruyff en las posibilidades de su equipo. Si tiene un equipo campeón, como parece que sucede en la Liga, ¿por qué ha despreciado la Supercopa? El Milan, por ejemplo, no desprecia nada. Ya sea la Copa de Europa, la Liga, la Supercopa italiana o intercontinental, el Milan sale a ganarlo todo. Por salir a ganar, hasta gana en el trofeo Bernabéu al Madrid. Eso le ha funcionado, y ha creado una predisposición psicológica a la derrota en el Madrid cuando se han enfrentado en cualquier competición. Esa batalla psicológica la ha perdido el Barcelona en la Supercopa. Si a partir de ahora el Madrid funciona, van a recordarle a Cruyff durante toda la temporada que ha sido el responsable del punto de inflexión del Real Madrid.
El Barcelona fue el de la Liga únicamente durante 22 minutos. Hasta el excelente gol de Goikoetxea controló el ritmo, mareó el balón, y presionó Con fuerza. Aprisionó al Real Madrid en su campo, sin dejarle salir al contragolpe, y mostró esas cualidades de conjunto disciplinado, que funciona como una máquina en defensa y ataque, que le han llevado a situarse con cinco puntos de ventaja en la Liga. Todo se vino abajo cuando, un minuto después del 0-1, Butragueño abusó de la inocencia de Alex por primera vez para empatar el encuentro. Más de un seguidor azulgrana debió ver ese gol de reojo mientras se abrazaba a un colega festejando todavía el de Goikoetxea.
El gol de Butragueño hizo salir a la luz los agujeros del Barcelona. Alex y Herrera, especialmente el primero, se vieron desbordados por Butragueño y Hugo Sánchez, la pareja ofensiva con más oficio de este país. Butragueño puede tener una imagen angelical y ser una excelente persona, pero nadie le puede rel3rochar que llevase a cabo un infanticidio (con premeditación, alevosía y nocturnidad) con su marcador. Tanto en el primero como en el segundo gol, El Buitre entró como un obús al remate, mientras Alex incumplía una de las reglas básicas del marcaje y le seguía por detrás. Y sería injusto olvidar a Michel, que le regaló a su compañero los dos goles desde la banda derecha, una zona de donde Toshack nunca debió alejarle.
Presión madridista
La debilidad de Alex y Herrera acabó por hundir al Barcelona, y en ello colaboró inteligentemente el Madrid. A partir del empate, la presión madridista se adelantó, la defensa azulgrana era incapaz de salir con el balón controlado, y al equipo entero le entró un ataque de inseguridad. La principal virtud del Barcelona este año, el control del balón hasta el aburrimiento del rival, dejó de existir. Todos buscaban a Bakero, un hombre clave en el funcionamiento del líder de la Liga, y Bakero los miraba impotente sentado frente al televisor, disfrutando del descanso que le había dado Cruyff. El Madrid comenzó a atacar a oleadas, como hacía el año pasado, y hasta recuperó ese fino olfato de otras temporadas, cuando marcaba el gol psicológicamente más importante antes del descanso. Ayer llegó en el minuto 44.
En la segunda parte, Alfredo di Stéfano tuvo la oportunidad de disfrutar de su primer título con el Madrid (olvidados los cinco subcampeonatos de 1983) cómodamente sentado en el banquillo. El Barcelona no existió. Por primera vez en toda la temporada, el Madrid funcionaba como bloque. La presión era constante, pero las líneas estaban lo suficientemente cerca como para que no fuese extenuante. En el Barcelona, hasta los veteranos perdieron la compostura. Laudrup, Julio Salinas y Serna se convirtieron en torpes, y el centro del campo no aguantó el vendaval blanco.
Y entonces comenzó el fin de fiesta. Santi Aragón, que parece imitar a Martín Vázquez cuando corre por el campo, dio dos sorbitos de fútbol de altísima escuela. Primero, robó un balón, se presentó ante Zubizarreta, y, en el último instante, le regaló un gol a Hugo Sánchez. Luego, robó otro balón, miró una décima de segundo a Zubizarreta, y, al verle adelantado, lanzó una vaselina desde casi el centro del campo que Zubi siguió con agonía maldiciendo a su ejecutor. El segundo gol fue espectacular, pero el primero fue un ejemplo de anti-egoísmo. Ambos completan el perfil de un jugador con una enorme clase, no sólo con los goles, sino también con su aportación a la organización de su equipo . Sería curioso que el mejor recambio de Martín Vázquez ya estuviese en el Madrid.
Por cierto, ¿alguien se acordó ayer de que Hagi y Spasic estaban en el banquillo?
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