La paz en el Golfo es posible
Durante los últimos meses hemos podido contemplar, día a día y paso a paso, el proceso de preparación de una guerra en la zona del golfo Pérsico que, de producirse, tendrá consecuencias incalculables debido al tremendo potencial armamentista acumulado en la zona. El carácter de espectáculo de esta operación, con millones de personas contemplando pasivamente desde sus televisores el despliegue militar, ha consolidado el mensaje de que "la guerra es inevitable".Sin embargo, la guerra nunca será inevitable si existe la firme voluntad de encontrar vías que permitan regular el conflicto sin llegar al extremo del uso de la fuerza militar. El plan que sugiero a continuación podría contener alguno de los caminos a seguir.
Este plan está formado por tres fases progresivas. La primera tiene como objetivo desbloquear la situación actual de tensión prebélica; la segunda intenta establecer medidas de confianza que posibiliten una desmilitarización de la zona, y la tercera, finalmente, sienta las bases para negociar a medio plazo aquellos problemas de diversa índole que afectan al conjunto de Oriente Próximo o a algunos países concretos de la región.
En el momento actual, la tensión está agravada por el amplio despliegue militar occidental, preparado no sólo para prevenir un ataque iraquí contra Arabia, sino especialmente para intervenir directamente contra Irak. En esta situación, la posibilidad de un enfrentamiento bélico es real y probable, incluso de forma accidental. Desbloquear este callejón sin salida, que conduce casi directamente a la guerra, ha de ser el primer objetivo de una estrategia de pacificación.
El embargo económico a Irak (no comprarle petróleo y no suministrarle tecnología industrial de ningún tipo) puede y debe mantenerse hasta que no se alcance una situación de restablecimiento de ciertas condiciones señaladas más adelante. Esta es la vía cívica de presión que logrará disuadir al régimen de Bagdad a mantener un diálogo menos exigente en los próximos meses. Mientras tanto, y con objeto de eliminar el riesgo de una guerra, habrá que adoptar un conjunto de medidas que abran paso a este diálogo. Un compromiso de no agresión por parte de algunos países que forman parte del Consejo de Seguridad (la URSS, Francia y/o China, por ejemplo) rompería la lógica actual y sería una buena medida para lograr posteriores compromisos. Por su parte, Irak se comprometería a no atacar Arabia.
Eliminado el riesgo inmediato de enfrentamiento se trataría entonces de concertar un calendario que permita tratar -a corto, medio y largo plazo- un conjunto de temas relacionados con el propio Irak y con la región de Oriente Próximo. En este diálogo intervendrían todos los países árabes.
Medidas de confianza
La segunda fase trataría de desarrollar un conjunto de medidas políticas y militares dirigidas a fomentar la confianza entre los países afectados, creando poco a poco una seguridad regional basada en la no-amenaza. La percepción iraquiana de que se avanza en esta dirección es lo que permitirá la salida de Irak de los huéspedes de Sadam, poniendo fin a uno de los aspectos más tensos del conflicto.
La confianza se consolida a medida que disminuye el temor a una agresión. Para conseguirlo, nada mejor que planear una retiradia gradual y simultánea de las tropas de uno y otro bando de Kuwait y alrededores. Las tropas iraquíes se retirarían de Kuwait y se replegarían en territorio de Irak a no menos de un kilometraje convenido (100 kilómetros, por ejemplo). Las tropas norteamericanas, a su vez, podrían replegarse a una distancia similar o incluso superior. De esta forma, Kuwait se convertiría en una suerte de territorio desmilitarizado.
Una situación de este tipo permitiría sentar las bases para una posterior retirada de las tropas no-árabes en territorio saudí, de forma que en Arabia sólo hubiese una presencia militar árabe, y lejos de Kuwalt. La lejanía dependería, evidentemente, de la dis posición iraquí de hacer otro tanto con sus tropas.
El territorio de Kuwait podría estar protegido por cascos azules de las Naciones Unidas, que garantizarían la provisional neutralidad de este país y veríficarían el cumplimiento de los pasos acordados. Más adelante, las Naciones Unidas, que provisionalmente se harían cargo de la gestión del país, estudiarían la forma de realizar elecciones libres en territorio kuwaití, aunque éste será, sin duda, uno de los aspectos que presentan mayor dificultad. De cualquier forma, este importante escollo no habría de eliminar la oportunidad de avanzar en otros terrenos.
La reivindicación iraquí sobre los campos petrolíferos de Rumila y las islas Warba y Bubiyan podría ser tratada por la Corte Internacional de Justicia, organismo que decidiría sobre este contencioso, con la colaboración del régimen de Kuwait.
Las Naciones Unidas podrían crear un centro de prevención de conflictos y verificación del desarme para la región, que se convertiría en un instrumento sumamente útil para la resolución y regulación de conflictos, así como para analizar el cumplimiento de la Carta de Derechos Humanos y de las resoluciones del Consejo de Seguridad sobre Oriente Próximo. El sistema de la ONU habría de dar todo tipo de facilidades para que desde sus organismos y programas se pudiese negociar el máximo número posible de cuestiones.
Problema palestino
Aunque el problema palestino no puede resolverse a corto plazo, una actitud menos intransigente por ambas partes facilitaría enormemente una reducción de las tensiones derivadas de este contencioso. Una actitud más dialogante en el conjunto de Oriente Próximo ayudaría también a reducir la hostilidad permanente entre Israel y los palestinos, y permitiría buscar la identidad de esos pueblos desde caminos menos conflictivos. La creación de células de reflexión no gubernamentales entre ambas comunidades podría ser el motor de futuras iniciativas de mayor peso institucional. Estados Unidos debería presionar también a los sectores políticos más intransigentes de la sociedad israelí.
A partir de ahí podría iniciarse la tercera etapa de negociaciones sobre temas militares y económicos, ciertamente compleja, pero también inevitable si se persigue una paz duradera para la región.
Es evidente que Irak continuará siendo un problema aunque acceda a retirarse de Kuwait. Pero también es cierto que lo que motiva esta preocupación, su arsenal militar, no es un problema exclusivo de Irak; otros países de la región están implicados en procesos de militarización y de rearme nuclear o químico. Los remedios, por tanto, incluirán a Irak, pero habrán de ser globales y tendrán que implicar a otros países.
La tarea más urgente es lograr un acuerdo para transformar Oriente Próximo en una zona libre de armas de destrucción masiva. Israel dispone de armas nucleares y cuatro o cinco países de la región, entre ellos Irak, poseen armas químicas. Pueden preverse ya las dificultades para alcanzar un acuerdo de este tipo, pero también está claro que siempre resultará más factible si algunos países europeos y Estados Unidos deciden de una vez terminar con la proliferación química y nuclear. EE UU tiene los medios para presionar a Israel para que negocie su potencial nuclear a cambio de eliminar la amenaza química de sus vecinos.
La experiencia europea debería servir para implementar en Oriente Próximo medidas tendentes a reducir el potencial militar convencional en los países de la zona. Para este propósito Podría crearse una Conferencia de Seguridad y Cooperación para Oriente Próximo.
Algunos de los temas prioritarios a negociar podrían ser el establecimiento de límites al número de fuerzas armadas nacionales (un máximo de 200.000 personas, por ejemplo), la retirada de tropas situadas en otros países y la reducción o eliminación de armas ofensivas. Diseminar e impregnar Oriente Próximo de la doctrina no ofensiva y no provocativa sería, sin duda, una medida cautelar de gran trascendencia. La crisis del Golfo ha puesto en evidencia lo que ocurre cuando se exporta armamentos y tecnología de doble uso de forma indiscriminada. El caso de Irak debería servir para que los países exportadores de armamento acordaran limitar y controlar drásticamente esta actividad comercial, de resultados siempre nefastos, acelerando los planes de reconversión de su industria bélica.
Medidas de este tipo permitirían liberar grandes recursos económicos ahora centrados en la actividad militar, y que podrían destinarse a la satisfacción de las numerosas necesidades sociales, económicas y tecnológicas de los países árabes.
El frente económico de las negociaciones tiene, en este sentido, una gran trascendencia. La inmensa riqueza en manos de unos pocos países debería redistribuirse mediante un fondo económico interárabe, desde el que se canalizarían parte de los beneficios de la venta del petróleo.
Algunos emires, incluido el de Kuwait, podrían tener la oportunidad de realizar generosas donaciones, ya sea por solidaridad o por simple seguro de vida. En Oriente Próximo hay países con una renta per cápita muy elevada, pero con un índice de desarrollo humano bastante inferior a lo que aparentan.
El analfabetismo es grande y la esperanza de vida es todavía pequeña en muchos países. Los petrodólares no han de servir ya para comprar más armamentos, sino para satisfacer las necesidades humanas básicas de los países de la región.
Rehenes de petróleo
Tanto los grandes países productores como los principales consumidores de petróleo son rehenes de este producto. La dependencia de unos y otros del crudo ha sido y será fuente de conflictos.
Unos y otros, por tanto, deberían negociar una nueva política energética que compagine, de forma ecológicamente sostenible, la explotación racional de los recursos energéticos con los anhelos de industrialización de unos y otros.
El acceso y control de los recursos naturales ha sido siempre causa de conflictos y de intervenciones exteriores. En Oriente Próximo, el agua es también un recurso escaso que origina situaciones conflictivas.
Una conferencia regional sobre problemas acuíferos podría intentar canalizar y regular las diferencias y disputas sobre este tema, ya se trate de agua para el consumo humano o para la navegación. Las demandas iraquíes relativas a poseer una salida hacia aguas navegables podrían tratarse también en este foro.
Una paz duradera en Oriente Próximo y en el conjunto del mundo árabe ha de pasar también por un esfuerzo conjunto de comunicación y diálogo entre culturas, y por un mayor conocimiento y respeto de la diversidad religiosa de las comunidades. Habrá que diseñar políticas culturales que fomenten este acercamiento, sin el cual será imposible reducir el racismo y los estereotipos de enemigo que están ya separando cada vez más el Norte del Sur. La paz es posible, pero exige un esfuerzo conjunto para alcanzarla.
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