La fonda
La casa común está hasta los topes. Como entran en grupo no hay manera de dimensionarse. Imaginen un hogar de tres habitaciones en el que de repente hay que hacer hueco a una remesa de quintillizos. Con la entrada de Curiel y sus 200 tuvieron que poner literas hasta en el pasillo. Ahora parece que don Santiago también quiere entrar, pero le han dicho que espere un poco porque han de hacer reformas para acoplarlos a todos. El problema es la escasez de cuartos de baño. Y eso que estamos hablando de los fijos, de los que quieren entrar a pensión completa. Pero por la casa común pasan todos los días cantidad de mediopensionistas del Opus, del CDS u otras formaciones a los que también hay que atender. Es lo malo de admitir viajeros y estables, como en las fondas. Y, claro, no hay vajilla para todos. A la hora de comer se organizan unos follones increíbles: a unos les gusta el cocido; a otros, la fabada. Hay quien sólo quiere comer pescados a la plancha y verduras. Y para todos esos caprichos, un solo cocinero. Parece que ha salido una circular prohibiendo hablar de gustos personales en lo que a comidas se refiere. O sea, que hay que hablar de gastronomía y no de cómo le gusta a uno el besugo, del mismo modo que el debate sobre las ideas debe estar por encima del debate sobre las personas. Las ideas, como todos sabemos, no proceden de las personas, sino del Espíritu Santo, igual que el tocinillo del cielo.Lo que más llama la atención de todo esto es que nadie haya acusado aún a la casa común de practicar el frentepopulismo. Hace unos años bastaba con que dos fuerzas de izquierda hicieran un pacto para que el fantasma del frentepopulismo recorriera las primeras páginas de los periódicos. Y ahora que la casa común parece un internado de jesuitas, todos callados. A lo mejor es por eso, porque es un internado de curas, donde la práctica más peligrosa es el onanismo.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.