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QUERENCIAS

El Vecino vasco

Gabriela Cañas

Madrid fue para él la odiosa ciudad en la que estaban los ministerios, la policía, el Tribunal de Orden Público y la Dirección General de Seguridad. Pero con la democracia su concepto y su relación con la capital del Estado cambió de medio a medio.

Se compró una buhardilla en el centro, se hizo amigo de la frutera, del peluquero, del hombrecillo que regenta una curiosa tienda de licores junto a su portal y se convirtió en un vecino más de la calle de Cervantes.

Desde hace un año, desde que es eurodiputado, frecuenta menos Madrid, pero en el barrio le siguen parando por la calle y en su tasca favorita no han olvidado la costumbre de que pague siempre la consumición, a no ser que pida un café.

Empezó a venir a Madrid por motivos laborales, hacia el año 63, a defender a gente en el Tribunal de Orden Público. Allí fue, en la puerta del Tribunal de Orden Público, donde conoció a Tierno Galván. "El presentador fue Enrique Múgica, que ya entonces se llevaba mal con Tierno. Recuerdo perfectamente que la presentación fue así de escueta: 'Aquí Bandrés; aquí Tierno".

Odiaba Madrid, y de hecho siempre presumió de que vivía en San Sebastián, su verdadera casa, "de espaldas a Madrid, mirando hacia París, el símbolo de todas las libertades". De aquello le queda todavía, según asegura, la euforia del momento en el que tuvo que apretar el botón dando su conformidad a la entrada de España en la Comunidad Europea. "Después de soñar durante tantos años con París, en épocas en las que incluso no tenía pasaporte, estábamos echando abajo las fronteras".

Con la democracia empezó a comprender y a amar a Madrid. Fue senador entre el 77 y el 79, y a partir de ese año, diputado por Euskadiko Ezkerra, de manera que tenía que salir de su casa donostiarra y poner rumbo hacia el centro todas las semanas.

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Vivir en la casa de Cervantes

Pronto decidió, en bien de su afición culinaria, pedir un crédito y comprarse una buhardilla en el mismo inmueble en el que vivió y murió Miguel de Cervantes. Casi nada. "Eso me ha dado a mí mucha gloria", dice Bandrés. "Cuando yo, por ejemplo, en Moscú, en círculos literarios, he explicado que vivía en la casa de Cervantes, me convertía en un héroe nacional. Además, he sido muy feliz en mi buhardilla".En ella instituyó Bandrés una cena de diputadas. Cinco mujeres para las que él preparaba la merluza en salsa verde y las cocochas con almejas. Eran sólo diputadas del PNV y del PSOE porque, comenta con ironía, entonces no tuvo ocasión de "conocer a diputadas de otros grupos".

Aunque no es Bandrés un hombre que mida a los demás sólo por su ideología. De hecho, asegura que las, gentes sencillas de su barrio son gentes muy conservadoras que están por la pena de muerte. Gentes con las que riñe, con las que discute. "No pienso como ellos; ni ellos como yo, pero nos queremos", dice con vasca rotundidad.

Importante lección

El secuestro de Javier Rupérez, entonces diputado de UCD, fue una importante lección para él en este sentido. Porque entonces, cuando desde todos los frentes se sospechaba de su connivencia con los secuestradores de ETA Político-militar, hubo gestos que no olvidará. Gestos de amistad de gente como Areilza, Senillosa, Otero Novás, Marcelino Oreja, Narcís Serra..., junto a otros .muchos feos" incomprensibles."Ahí se demostró mi teoría de que la gente no es más buena o más honrada por ser de derechas o de izquierdas, sino por ser personas". De aquellos malos momentos conserva uno de los mejores recuerdos de su vida en Madrid y en el Congreso de los Diputados: el día que Rupérez liberado, le eligió a él como el primer diputado al que abrazar públicamente.

Bandrés habla ahora casi con ternura de sus recuerdos de parlamentario en Madrid, y, de hecho, el tiempo ha tornado las cosas de tal manera que asegura no poder entrar en el Congreso porque los efusivos saludos de los trabajadores del hemiciclo le conmueven demasiado.

Una vez un taxista estalló en improperios por haber tenido la mala suerte de que un vasco como él entrara en su coche, pero fue la excepción de la regla.

"En Madrid siempre he recibido más caricias que insultos", dice. Y eso que los tiempos han cambiado. Hace años, ir de vasco por el mundo era exhibir un certificado de buena conducta. Ahora nos persigue una mala fama no merecida por codos".

Pero quizá Bandrés tiene un magnetismo por el cual los ujieres el Congreso le echan ahora de menos, o los diputados, en su tiempo, quedaban en el banquillo escuchándole a pesar de representar a una fuerza política minoritaria.

Quizá tenga que ver su sentimiento de no sentirse nunca ajeno en ningún sitio. De hecho, ahora en Bruselas también ha adquirido un apartamento, y dice encontrarse agusto, aunque reconoce que la vida del eurodiputado es tremendamente solitaria. Tiene 56 años, dos hijos y una enorme capacidad de encariñamiento".

"En Londres me siento londinense, aunque tengo un problema de lengua. En París, donde. no tengo ese problema, me siento absolutamente parisiense. Soy feliz paseando por allí, o sentado en una terraza, donde siempre habrá un español que me diga: 'Hola, Bandrés, qué haces aquí".

Su Madrid es el hotel Palace, la calle de Cervantes, su buhardilla y su cercana tasca. Todo gravita, en fin, en torno al edificio del Congreso de Diputados de la carrera de San Jerónimo, ahora impenetrable. La aplicación de la Ley de Incompatibilidades lo echó de Madrid. Tuvo que optar, y eligió Bruselas.

Ahora dicen las crónicas políticas que quizá su regreso esté próximo. El mientras tanto, sigue viniendo casi de incógnito.

Aterriza, enciende la calefacción y se pone a trabajar en ese inmueble cervantino sobre asuntos jurídicos y derechos del ciudadano, su tema en el Parlamento Europeo; algo sobre lo que asegura que nadie le pregunta jamás..

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Sobre la firma

Gabriela Cañas
Llegó a EL PAIS en 1981 y ha sido jefa de Madrid y Sociedad y corresponsal en Bruselas y París. Ha presidido la Agencia EFE entre 2020 y 2023. El periodismo y la igualdad son sus prioridades.

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