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La suerte de Thatcher ante Heseltine depende de un tercio de parlamentarios conservadores indecisos

La tensión electoral por el liderazgo del Partido Conservador británico se desplazó ayer de la calle a los corredores del palacio de Westminster, donde los encargados de la campaña de la primera ministra, Margaret Thatcher, y de su rival, Michael Heseltine, ya cortejan con frenesí a los parlamentarios indecisos, un número suficiente como para socavar definitivamente el futuro de Thatcher. La impresión generalizada en Westminster en los momentos iniciales de campaña por el liderazgo conservador es que la primera ministra contará con suficientes votos para derrotar a Heseltine incluso en la primera vuelta.

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Un sondeo entre parlamentarios realizado por la agencia de noticias Press Association indicaba ayer que Thatcher tiene buenas posibilidades de evitar una segunda vuelta, aunque el elevado número de indecisos o de quienes prefieren guardar discreción deja lugar a todas las especulaciones. Casi uno de cada tres parlamentarios consultados declinó pronunciarse, y en ellos va a estar la clave de lo que pase el próximo martes.La agencia sólo pudo consultar a 240 de los 372 parlamentarios conservadores con derecho a voto. Tomando con todas las precauciones debidas esta manifestación de las intenciones electorales -no cabe la menor duda de que algunos parlamentarios emplearán cada una de las comisuras de la boca para decir sí a los responsables de campaña de los dos contendientes- resulta que el 53,3% de los votantes va optar por Thatcher frente a un exiguo 19,2% que se inclina por su rival. El 27,5% prefiere, por el momento, poner cara de póker.

En sufragios eso significa que la primera ministra obtendría 198 y Heseltine, 71, con 103 abstenciones. Una victoria pírrica para Thatcher, que no podría evitar la lectura política de tirios y troyanos de que hay 174 parlamentarios que le han retirado la confianza.

Los seguidores de la primera rninistra han dicho que ésta luchará con uñas y dientes hasta el último voto y que una victoria por ese margen será suficiente para seguir. En su comparecencia de ayer en los Comunes, Paddy Ashdown, líder de los demócratas liberales, presentó a la primera ministra un periódico de hace exactamente cinco años en el que ella declaraba que al cabo de un lustro se retiraría. Thatcher le dijo que después de tres victorias electorales su partido es el único que tiene políticas claras. "Pienso seguir", remató.

El que un voto vaya a ser suficiente para mantenerla en Downing Street es una baladronada propagandística que no se sostiene, a juicio de los analistas. Una Thatcher que no consiga una victoria nítida seguirá sometida a cuestión, tanto mayor cuanto menor sea el margen de triunfo, y tendrá su suerte política, ahora tambaleante, echada. Los tories se encontrarían con una oposición reforzada que no haría sino insistir en que la hora de Thatcher ya habría pasado. Ésa es una baza que ayer explotaba el campo de Thatcher en los pasillos y en los despachos de los Comunes, donde reclamaba un resultado claro y definitivo que evite una prolongación de la agonía y arrastre la credibilidad del partido.

Instinto de supervivencia

El refinado colegio electoral que constituyen los 372 parlamentarios conservadores tiene hasta el martes para hacerse una composición de lugar. El diario The Independent publicaba ayer un sondeo que apoya la tesis de Heseltine de que con él los tories tienen una mejor plataforma para derrotar a los laboristas. En realidad, la consulta indicaba que los 14 puntos de ventaja de que ahora goza el partido de Neil Kinnock quedarían reducidos a un asequible 5% con el liderazgo conservador de Heseltine. Amén de a cuestiones políticas, los parlamentarios van a responder en primer lugar al instinto de supervivencia, y esa encuesta les da materia sobre la que poder lucubrar. El candidato abundó ayer en sus planes para modificar el poll-tax (impuesto municipal), que piensa relacionar con la renta de los contribuyentes, frente a la actual versión de un Impuesto igual para todos los ciudadanos, y apuntó que una posibilldad de rebajarlo sería encargar al Estado la financiación de la enseñanza, que ahora recae sobre los ayuntamientos. El Gobierno -por boca de Michael Portillo, el subsecretario encargado de limar los aspectos más chirriantes de ese impuesto muncipal- desautorizó por impracticables y onerosas esas propuestas, y la propia Thatcher aprovechó una pregunta en los Comunes para asegurar que tales planes, o implican un fuerte incremento de la carga fiscal o una sustancial reducción en otros renglones, tales como "sanidad, pensiones, defensa y orden público".

Thatcher y sus ministros intentaron ayer dar sensación de normalidad, por más que la primera ministra se trompicara varias veces en sus respuestas parlamentarias, algo que es inusual en ella.

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