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¿Bombardeada por unanimidad?

Babilonios somos; no nos vuelva la tentación de levantar ninguna torre juntos, más bien, dejémonos ya de una vez por imposibles los unos a los otros, como buenos hermanos. (R. S. F., 1982)

A semejanza del régimen de Franco, la ONU está constituida con arreglo al derecho de guerra. En efecto, en los cinco únicos miembros permanentes, y con derecho de veto, de su poder ejecutivo -el Consejo de Seguridad- se legitima y perpetúa la facticidad de la victoria de 1945, consagrando el derecho del vencedor sobre el vencido. Este quinteto comporta un poder de facto, en cuanto coronado por las armas, y no ya designado por elección o captación de entre la totalidad de los inscritos en la nómina, sino incluso fundado en cerrada junta de naciones, núcleo previo a la propia institución y a muchos de sus miembros.

Bueno será tener presente semejante génesis, sustancial mente conservada en la estructura de la organización, para evaluar la interpretación surgida de sus actos más recientes. La inesperada sorpresa de la unanimidad, a impulsos de la súbita euforia suscitada entre los protagonistas, debió de precipitar sin más reservas la con validación de tal unanimidad como índice y efecto de imparcialidad, lo que a su vez, la doblaba en credencial de garantía de la objetividad del veredicto y de ahí en signo inequívoco de universalidad. Así la unanimidad alcanzada por el Consejo de Seguridad en sus resoluciones contra Irak venía a estirar hasta el límite absoluto la asimetría de la contraposición: la convicción y el sentimiento suscitados por la unanimidad ya no tenían la figura, siempre relativa, de un derecho mayor frente a un derecho menor, de unas razones más fiables frente a otras más dudosas, sino la de la razón frente a la sinrazón, la del derecho total frente al total antiderecho; de un lado, pues, imparcialidad, objetividad y universalidad absolutas; del otro, parcialidad, subjetividad y particularidad no menos absolutas.

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Hasta ayer mismo, la falta de unanimidad, la Babel de confusión y de discordia entre sus miembros, incluso entre los cinco vencedores, le impidió a la ONU consagrar la fundacional victoria de 1945 como victoria de la causa de la Humanidad, victoria -valga la paradoja- de la parte que pretendía encarnar el todo, la universalidad, sobre la parte que, como mera parte, sólo representaba su propia particularidad. Pero hoy, la cruda y pertinaz facticidad de la victoria de los Aliados, como principio de poder constituyente de la Organización, habría cumplido al fin, gracias al triunfo de la Unanimidad, la larga y accidentada gestación del partenogenético empreñamiento originario, transformando, en el parto, el factum brutum de aquel poder fundado en la pura contingencia de las armas en un poder de iure, mostrando a la faz del mundo que la victoria de 1945 no sólo tenía razón, sino también la razón universal.

No obstante, resulta que ya el solo concepto de "tener razón" es, en sí mismo, un concepto beligerante, un concepto de vencedores y vencidos, y, por tanto, intrínsecamente antiuniversal. Así pareció entenderlo la sabiduría judaica, en la doctrina jurisprudencial -perteneciente, si no recuerdo mal, a la tradición talmúdica- según la cual un veredicto condenatorio alcanzado por unanimidad no podía producir una sentencia que condenase al reo, sino su absolución. Diametralmente en contra del sentimiento y la convicción actualmente triunfantes, era la unanimidad, precisa mente, la que atraía sobre sí la máxima sospecha de parcialidad, hasta el punto de ser tomada automáticamente por criterio de la total invalidez del veredicto.

Una organización mundial que, no conforme con el carácter siempre ya de por sí siquiera latamente coercitivo de sus resoluciones, sobrecarga y radicaliza ese carácter concentrando explícitamente el acento de la incondicionalidad no sólo contradice y debilita su presunta función de mediadora de paz en los conflictos internacionales, sino que desmiente cualesquiera posibles pretensiones de universalidad. La mala universalidad, la degenerada falacia de las ínfulas de universalismo ético alentadas por el delirio de la unanimidad en las resoluciones más recientes, por parte de la ONU y de su mandatario ejecutivo principal, Estados Unidos, se manifiesta, en efecto, del modo más sangrante por la total irresponsabilidad ante la encerrona que tan perentorio acento de incondicionalidad en la conminación lanzada hacia Sadam Husein representa para los 17 millones de iraquíes que de él dependen. Lo minimo que una pretendida ética universa lista debería dar por supuesto y empezar por exigirse a sí misma a título de tal es que desde el instante mismo en que haya de cidido considerar de su incumbencia la responsabilidad de en frentarse a las acciones de Sadam Husein se ha hecho auto máticamente, y por idénticas razones, tan responsable de la vida y el destino de los 17 millones de iraquíes como pueda ser lo el propio autócrata a cuyo ar bitrio, volentes o nolentes, se ven supeditados.

Pero entretanto el fuenteovejunismo -por no llamarlo fuenteborreguismo- de la unanimidad triunfante ha hecho el milagro de reunir en la misma borrachera mentalidades en apariencia tan distantes como las de Gregorio Marañón y Bertrán de Lis, Fernando Savater y Francis Fukuyama. Así, mientras Marañón saluda y celebra la "respuesta unitaria y eficaz" dada por la ONU a la agresión iraquí como "un importante acontecimiento histórico y quizá la piedra fundacional de una nueva era en el discurrir de la humanidad" (La barbarie nacionalista, EL PAÍS, 5 de septiembre), Savater, por su parte, escribe: "Ahora es posible aspirar a algo más, algo que acabe con el 'estado de naturaleza' en el que por su actual naturaleza están entre sí los Estados: ese sistema de control o Estado mundial [subrayado mío] en cuyo proyecto coinciden imaginaciones políticas tan dispares como las de Bertrand Russell o Ernst Jünger. Los tanteos en esa dirección tropezarán con la mitología de la no injerencia en los asuntos internos de otros países que tantos desafueros permite" (El 23-F de Sadam Husein, EL PAÍS, 16 de septiembre). No sé si no son mucho mayores, dicho sea de paso, los desafueros que, a tenor de la experiencia de es-

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¿Bombardeada por unanimidad?

Viene de la página anteriortos últimos años, se ha permitido perpetrar precisamente la desmitologización de facto de tal "mitología". En cuanto a la coincidencia de Savater con Fukuyama, consiste en la operación reductora de pasar de un salto desde las arrogantes improvisaciones ad hoc de una presunta ética universalista a las figuras delictivas individuales del derecho común. Así, por parte de Savater, en las palabras: "Los soldados de mañana no serán ya tanto 'el pueblo en armas' como una especie de policía cosmopolita contra hooligans indeseables de la política" (ibídem), y, por la de Fukuyama, en estas otras: "El de Irak contra el sistema internacional ( ... ) es el reto de un criminal contra la sociedad, un criminal que acaba de robar al banco más grande del mundo" ('El mundo contra una familia', El Mundo, 15 de septiembre). Donde, dicho sea también de paso, la implícita reducción del Estado soberano de Kuwait a una empresa bancaria de propiedad particular permitiría, por idéntico principio, la reinterpretación de su anexión por parte del Estado iraquí como una simple nacionalización de una empresa multinacional familiar privada, no muy distinta de la expropiación de Rumasa por el Estado español.

Ante lo cual mi temor está en si no serán justamente estos irresponsables cortocircuitos, de enchufar directamente a la extrema generalidad de la red de alta tensión de una ética universalista la extrema particularidad de la lámpara de cabecera del delincuente común, los que, a través del allanamiento sin contemplaciones de todas las instancias intermedias (o sea, la expeditiva supresión de las modestas funciones mediadoras de los formalismos del derecho internacional y sus ficciones jurídicas -tales como el concepto de legitimidad o el de soberanía, entre otros muchos-, olímpicamente despachadas de un plumazo por Fernando Savater como "mitología", pero que precisamente deben su eficacia, todo lo insuficiente que se quiera, a su limitación y a su relativismo), ¿no serán justamente estos cortocircuitos, digo, los que entreabren la ominosa vislumbre del potencial mucho mayor de regresión al más total e incondicionado "estado de naturaleza" que bien podría acechar tras la reluciente vestidura de un universalismo institucionalizado y, en cuanto tal, capaz de autoconcederse, sin restricciórt alguna, la patente de corso de un absolutismo ético unívoca e inapelablemente cargado de razón en sus atribuciones justicieras?

Pero veamos, finalmente, ahora cómo los por esta vez hasta demasiado escrutables caminos del Señor van llevando las irresponsables alegrías e incondicionalidades de la unanimidad triunfante de modo casi directo e ineluctable al bombardeo de Bagdad, si es que no también de Basora, de Mosul, de Kirkuk o, en fin, de toda aglomeración de infelices e inermes asiro-babilonios sin distinción de edades ni de sexos ni de otra cualquier posible condición.

Tan tremenda amenaza (que el diario Abc reputa como "una auténtica perogrullada", pues, ségún el editorial titulado El general imprudente, de fecha 19 de septiembre, "es evidente para cualquiera que si empieza la guerra en el golfo Pérsico, el bombardeo de Bagdad y del palacio de Sadam Husein sería el primer objetivo de la fuerza aérea multinacional" -otra vez el pretexto, pretendidamente atenuante por inaudito que pueda parecer, del método Herodes, ya esgrimido para el bombardeo a tabula rasa del barrio del Chorrillo en Panamá-) se deriva primordialmente de la doble personalidad del principal "comisario ejecutivo" -como diría Carl Schmitt- de las resoluciones de la ONU, en la medida en que su responsabilidad de mandatario de esa organizacion internacional se halla abocada, a cada instante, a entrar en irreductible colisión con su responsabilidad de jefe de Estado de una nación particular. El primer condicionamiento de sus actos por las servidumbres de la política interior recae sobre las simples posibilidades diplomáticas, y mayormente cuando ya de partida ha procurado ponerse en posición de fuerza -con el sobreañadido de reiterar y estrechar las exigencias de incondicionalidad-, elevando el listón de cualquier posible acuerdo hasta el punto de hacerlo intolerable en el grado de simple sustituto de la guerra, para darle capacidad de satisfacer los casi inalcanzables requisitos que permitirían homologarlo por victoria. Si el mandante (la ONU) pretendiese ahora, en aras de la paz, conformarse con menos, el mandatario (EE UU) invocaría los imperativos del honor guerrero y rechazaría cualquier acuerdo que estimase ofensivo para su bandera y humillante para el orgullo nacional.

Así es como la responsabilidad nacional ante su propio pueblo del presidente erigido en mandatario de la ONU corre el gravísimo peligro de extralimitarse del mandato y trocarse en irresponsabilidad internacional. Si ha de satisfacer los sentimientos, las convicciones, las expectativas, que, en el grado que fuere, se haya visto forzado a invocar, remover, enardecer y concitar en torno suyo, para que el pueblo acepte la perspectiva de una guerra que, en nombre de la ONU, puede verse impulsado a acometer; si, metido ya en el trance, tendrá también que colmar satisfactoriamente el vaso de la soberbia de la patria, saciar la irrefrenable pasión espoleada y saturar, en fin, la exorbitantemente multiplicada demanda de venganza por cada uno de los muertos propios, ya podemos figurarnos el deletéreo y ominoso efecto de haber violentado la sustancial incompatibilidad entre su función internacional de comisario ejecutivo de la ONU y su función nacional de presidente de una nación particular.

Pero, además, las armas tienen prisa, tascan el freno como los corceles, urgen al combatiente hasta el extremo de que es pura ficción verbal decir que se desmandan". ¿Habrá quien niegue que el hierro es el que manda, imponiéndose a los presuntos fines alegados como motivación por quienes lo enarbolan, cuando estos mismos días estamos viendo hasta qué punto "el peligro de guerra" se evalúa según factores tan ajenos a todo contenido motivante como la situación climatológica o el estado fisico y anímico de lo que no es más que pasivo instrumental humano al servicio de las armas?

Por último, el descenso de la popularidad del presidente registrado en los últimos sondeos de opinión norteamericanos ha sido referido a dos factores: "Una creciente impaciencia por la falta de resultados en la política aplicada en el golfo Pérsico", según palabras de Efe, y un rechazo no menos creciente de la eventualidad de muertes de soldados norteamericanos ("No sangre por petróleo" es el eslogan literal). La resultante de estas dos componentes de presión -siempre según el mayor o menor grado de efecto que alcancen sobre la voluntad del presidente- parece diáfana: un mayor o menor desplazamiento de pesos entre los distintos medios aplicables a la obtención de la victoria, pero únicamente en,el sentido de una disminución de los peligrosos enfrentamientos en campo de batalla, a favor de un aumento de las impunes acciones de castigo de los bombarderos sobre la población civil; de donde resultaría que la vida de cada soldado norteamericano -siempre profesional o voluntario- salvada gracias a tal desplazamiento habría sido literalmente rescatada o conmutada por no sabemos qué número de muertes de inermes ciudadanos civiles iraquíes de cualquier sexo, edad o condición. Caso en el que, dicho sea de paso, un viejo. militarist a, impenitente como yo no puede por menos de preguntarse cuánto tiempo necesitaría para restaurar su honor el Ejército norteamericano y aun la propia bandera de las stars and stripes.

No sé si es ironía o lapsus calami la expresión "brazo secular" que Maurice Duverger (Las condiciones del orden mundial, EL PAÍS, 2 de octubre) aplica a la función de mandatario confiada a EE UU por la ONU en la querella contra Irak, pero la vetusta expresión reflejaría sobre el mandante el correlato de "brazo espiritual", con lo que la pareja viene a remitirnos a la doctrina dantesca y gibelina de los dos poderes, el espiritual y el secular, o sea, el Pontificado y el Imperio. Así, la perspectiva de una ONU renacida e instituida en gestora omnipotente de un "Nuevo Orden político mundial", no por su concepción presuntamente laica resulta menos amenazadora y absolutísticamente teocrática, en su monoteísmo universal, que la prefigurada en el De Monarchia del Alighieri. Algo, en una palabra, tan aterrador como una segunda encarnación divina no en la dulce y benéfica persona del añorado Jesús de Nazaret, sino -como por una suerte de perversa regresión veterotestamentaria- en la barbi-iracunda, tonitruante y tenebrosa persona del viejo Dios del Sinaí, Yavé, Señor de los Ejércitos, Ira de su Ira y Arbitrio de su Arbitrio, bajado a tierra en traje de seglar y materializado en democrático, aunque uno y único y unívoco, autócrata mundial. Y ya nos lo advertía Juan de Mairena: "Un Dios existente sería algo terrible. ¡Que Dios nos libre de él!". El bombardeo de Bagdad sería la más cruenta y contundentemente inapelable demostración de su existencia.

es escritor.

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