El Knicks cumplió con su misión ante el Pop
El Knicks de Nueva York cumplió con su misión y derrotó, por 117 a 101, al Pop 84 en la final de la cuarta edición del Open McDonald's. La mayor presión defensiva y el dominio absoluto de Ewing en ambos tableros hicieron posible un cómodo triunfo, que sólo fue puesto en duda durante el primer cuarto.Durante 12 minutos, el Pop 84 dio la sensación de que la primera derrota de un equipo de la NBA estaba al llegar. En este cuarto, los yugoslavos desarrollaron toda la calidad que atesora su juego. Defendían con idénticas dosis de fuerza e inteligencia, cerraban el rebote con decisión e incluso corrían más que sus contrarios. Sólo un detalle parecía no funcionar, el tiro de tres puntos. Pero en esos momentos, esta circunstancia no tenía excesiva importancia. Contaron con el acierto o la suerte de que Ewing cometiese rápidamente su segunda falta y fuese sustituido como manda el libro no escrito de los entrenadores de la NBA. Y, además, estaba Kukoc.
El mejor jugador europeo era la obsesión de Stu Jackson y de sus jugadores. Entre Gerald Wilkins y Tucker se encargaron de su marcaje, pero en esos primeros minutos todo era inútil. El inicio de encuentro de Kukoc fue una verdadera lección de estar en todas partes. Metió un triple con Wilkins pegado a su camiseta, colocó un estratosférico tapón a Patrick Ewing, dio una asistencia después de hacer volar a varios defensores y terminó su exhibición con un espectacular machaque. Ayudado por Naglic y la roqueña fortaleza de Savie, el Pop 84 dominaba, daba espectáculo y superaba a un Knicks en el que la necesaria sustitución de Ewing les había dejado sin su principal recurso.
Pero por desgracia para los yugoslavos, el susto que le dio el Scavolini había hecho reflexionar al conjunto de la Gran Manzana. Lo que no habían conseguido 48 horas antes, se convirtió en el pilar fundamental de su victoria. La presión defensiva fue aumentando paulatinamente hasta ahogar de tal forma a los actuales campeones de Europa que se veían con dificultades, no ya para conseguir canastas, sino incluso para llegar a lanzar. Kukoc era defendido cada vez con mayor fiereza, y aunque siguió dando muestras de su extraordinarla finura, sus intervenciones en el juego dejaron de ser continuas. El resto se las veía y deseaba para quitarse de encima los moscardones azules, y por si alguna vez lograban superarlos, una sorpresa con forma de montaña con muelles les estaba esperando. Porque Ewing había vuelto a la cancha. Dos faltas personales no habían sido suficientes para mantenerle de espectador privilegiado y su incorporación al juego fue definitiva.
Se especula largo y tendido acerca de los pivotes dominadores. Es más que probable que si el Knicks contase con otro estilo de pivote, el Pop 84 habría hecho historia. Pero Ewing es en la actualidad la definición de lo que significa ser dominador. Hizo absolutamente de todo: anotó 23 puntos, cogió 13 rebotes, puso 3 tapones y sembró el terror.
El control que ejerció en el rebote defensivo propició durante el segundo y tercer cuarto -el último sobró- que su equipo pudiese explotar el contraataque. Cuando esto no era posible, el ataque estático de los neoyorquinos empezaba por una P de Patrick. A su completa estadística sólo le falto el reflejo numérico de su poder de intimidación, que hizo fallar innumerables tiros a los yugoslavos al obligarles a variar sus trayectorias.
Los demás ayudaron, sobre todo un acertado Tucker, pero ante la magnitud de los efectos de EwIng, las aportaciones de sus companeros quedaron empe-' queñecidas. Estando más que claro el futuro del encuentro, los últimos minutos sirvieron paraque el público que casi llenaba el Palau Sant Jordi, homenajease a las dos estrellas del torneo. En menos de un minuto, Ewing y Kukoc fueron sustituidos y se llevaron las mejores ovaciones del partido. El alero yugoslavo tuvo que levantarse del banquillo ante tal agradecl miento. Un minuto antes, los dos fenómenos se habían cruzado por última vez, con un resultado acorde con la resolución del partido. Ewing le colocó un tapón a Kukoc, de manera que le devolvía la cortesía del principio del encuentro.
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