Bisagra de centro
SIN SER un pacto de legislatura, el acuerdo firmado entre el Centro Democrático y Social (CDS) y el partido del Gobierno supone en la práctica poner a este último a resguardo de eventuales contingencias parlamentarias durante la actual legislatura. Pero constituye a la vez el esbozo de una estrategia de futuro en la perspectiva de un PSOE mayoritario pero por debajo de la mayoría absoluta. Para el CDS supone la concreción de su renovada vocación de partido bisagra.Tras las elecciones de hace un año, en las que el PSOE quedó al borde mismo de la mayoría absoluta, Felipe González mostró, en el debate de investidura, su disposición a dar más juego a la oposición. La apertura, según se comprobó después, era selectiva: iba dirigida hacia el terreno genérico del centro, representado por el partido de Adolfo Suárez y los nacionalismos vasco y catalán. Había en ello una determinada opción política, pero tambiéri probablemente un cálculo numérico: la mayoría cualificada de tres quintos exigida para determinadas votacíones parlamentarias -la elección de organismos como el Consejo General del Poder Judicial, Consejo de RTVE, etcétera- se cumple con un mínimo de, 2 10 votos. La suma de los escaños del PSOE más los del CDS, Minoría Catalana y PNV supera justamente esa cifra: 212 diputados. De ahí que el pacto suscrito por ahora sólo con el CDS se presente abierto a la consideración de los otros dos actuales interlocutores privilegiados del Gobierno.
El CDS, que contaba con 19 diputados más los tránsfugas democristianos, y que obtuvo en las europeas de 1987 los mejores resultados de su historia, perdió a lo largo de ese año (cuando la dimisión de Fraga provocó el deshilachamiento de la antigua Alianza Popular -,AP-) la oportunidad de convertirse en el eje de una alternativa de centro-derecha. Pero sus repentinos virajes a izquierda y derecha desconcertaron a su electorado potencial, con el efecto de hacerle perder credibilidad en esa franja de las clases medias moderadas en que estaban sus principales reservas. Tras el descalabro y la autocrítica, el CDS se apuntó en el congreso de Torremolinos a un bisagrismo de supervivencia cuya primera consecuencia es el pacto ahora suscrito.
La posibilidad de éxito de esta estrategia depende de que alguien necesite efectivamente el auxilio de una muleta para gobernar. Al PSOE le viene bien, pero no le resulta imprescindible por ahora. Sin embargo, es probable que la cosa cambie en el futuro. A esa hipótesis se aferra Suárez, en la esperanza de que sea irrepetible la mayoría absoluta de cualquier partido y el suyo pueda desempeñar un papel similar al de los liberales de Genscher en la RFA. Quizá sea sólo una ilusión, pero, tal como están las cosas para el CDS, era la única posibilidad a su alcance. La apuesta se orienta, en todo caso, a la próxima legislatura.
La cuestión es si resistirá hasta entonces. Para ello tendrá que encontrar un equilibrio entre su compromiso tácito de apoyo al partido mayoritario y el mantenimiento de una cierta singularidad en torno a determinados temas considerados emblemáticos. Por ejemplo, el de la mili. De momento es evidente que si el PSOE acepta ya como mínimo la reducción del servicio militar a nueve meses, ello es consecuencia del eco alcanzado por las iniciativas del CDS. Puede reivindicar ese éxito ante sus electores como prueba de la eficacia de sus propuestas y, a la vez, seguir planteando su óptimo programático de mil¡ de tres meses.
Pero el bisagrismo ortodoxo requiere una segunda condición: que se mantenga latente la posibilidad (o amenaza) de cambiar de aliado; es decir, que su centralidad programática le permita pactar indistintamente con su derecha y con su izquierda. Y en ese sentido, la exclusión por adelantado de la posibilidad de renovación de los acuerdos municipales con el Partido Popular -y de cualquier pacto futuro con la derecha- constituye seguramente una torpeza estratégica. Pero es sabido que el díficil arte del bisagrismo requiere talento y entrenamiento.
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