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Tribuna
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¡Valla valla!

Juan Cruz

Eugenio D'Ors, el paseante del Prado, solía decir que en esta ciudad de parlanchines a cierta hora del día o dabas una conferencia o te la daban. Las cosas han cambiado muchísimo: ya es tan reiterada la conferencia que te dan que la frase de Xenius ha dejado de ser un diagnóstico irónico para convertirse en una tautología. Madrid es una ciudad de conferencias. De conferencias y de congresos, de conferenciantes y de congresistas. Madrid es una conferencia permanente, sin límite de horario, sin frontera de temas. Y con oyentes en todas partes, lo cual hace más imparable el fenómeno. Madrid es una conferencia en sí misma, o al menos es la amenaza de una conferencia.

Símbolos diversos

Además, Madrid es una ciudad de vallas. Una legislación infructuosa quiso poner orden en el avallamiento de España, pero las vallas siguen proliferando, situándose en los lugares más inverosímiles, apelando al viandante con los símbolos más diversos y con los mensajes más estrambóticos. Ahora esta ciudad, y las otras, están pobladas con vallas sobre las vallas. Son anuncios para que la gente se anuncie, como había antes -los sigue habiendo, y son provocaciones surrealistas muy estimulantes- publicidad de objetos imposibles que a uno le apetecería fabricar u obtener para quitarle a las casas ese aire de utilidad atosigante que las envuelve.

Esta vez la campaña de los publicitarios para convencer a los vendedores de que sus productos lucirían mejor si aparecieran anunciados en las vallas tiene a la propia valla como protagonista. Antes la valla era un espacio, y así se decía: este espacio está reservado para usted. La valla tenía vergüenza de nombrarse a sí misma como valla y se recurría a perífrasis para referirse a ella. El ecologismo militante había visto en las vallas una amenaza más al paisaje y los gobernantes avisados trataron de buscar un método para eliminar el desmán de las vallas. Han conseguido poco, y algunos seguro que lo agradecen porque la valla está tan enraizada como medio de comunicación que ya sería muy dificil imaginar un mundo sin vallas, una ciudad. sin esos anuncios que distraen el viaje e ingresan en la memoria como una parte inevitable de la vida. La valla es hoy nuestra magdalena de Proust.

Enrique Jardiel Poncelacontaba en La tournée de Dios que lo primero que vio Dios al llegar a la Tierra en su viaje imaginario fue un cartel que anunciaba Ulloa óptico.,, Entonces la valla era una inscripción negra sobre una piedra del camino. Las cosas se fueron haciendo cada vez más sofisticadas, y por tanto más habituales, de forma que las vallas se hicieron tan reiterativas y monótonas que ya no informaban ni a Dios.

Vender la imagen

Por eso, acaso, ahora los publicitarios han querido llenar de publicidad de vallas las propias vallas, tal vez para lavar su imagen, o para venderla, o para resucitarla. Coinciden los anuncios del soporte sobre el soporte con una campaña en contra de la droga que también convierte a la valla en un acontecimiento en sí mismo, así que desde hace algún tiempo sorprenden más las vallas en Madrid que los grafitos de Muelle, quien, por cierto, hace tiempo que no renueva sus apariciones ni tiene más descendientes que los que ya tuvo hace un par de años.

La,ciudad es una valla, y en cierto modo la memoria de Madrid, para el que viene de fuera, es la memoria de la primera valla que ve. Cuando las vallas cambian es como si cambiara la piel urbana, y no es más limpio el paisaje cuando sólo es paisaje. Sé que puede parecer una aberración ecológica, pero a la retina no se la puede desposeer de la historia de las imágenes que ha visto. De niños aprendíamos de memoria La canción del pirata, y esos versos siguen habitando en nosotros como un estímulo de Pav1ov. Los versos actuales tienen forma de valla, y qué le vamos a hacer.

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