Inquietudes teologales
EN SEPTIEMBRE suelen ya ser noticia los congresos de teólogos. La semana pasada han coincidido en Madrid el congreso que organiza cada año la asociación Juan XXIII y el III Curso de Formación sobre Doctrina Social de la Iglesia, patrocinado por la Con ferencia Episcopal. Estos mismos días, la revista Con cilium reunió en Lovaina a varios centenares de profesores de teología, católicos y protestantes, para cele brar las bodas de plata de dicha publicación. Cabe preguntar por qué los teólogos son noticia. O por qué sus mensajes son hoy mejor recibidos por los medios de comunicación. Los obispos y el Vaticano cuentan con un aparato más poderoso para influir en la prensa. Sin embargo, sus declaraciones rara vez obtienen mayor difusión que las de los teólogos.Es fácil para Roma caer en la tentación de satanizar a la prensa y al medio audiovisual. La instrucción del Vaticano sobre la función del teólogo en la Iglesia, publicada antes del verano, prohibe a esos estudiosos acudir a los medios para expresar sus divergencias con sus superiores eclesiásticos. Esa instrucción del cardenal Ratzinger ha provocado más problemas que los que pretendía evitar.
Muchas de las cuestiones del manifiesto de Lovaina son precisamente de tipo disciplinar, propias teóricamente de la organización interna de la Iglesia. El texto final no llegó a obtener la mayoría democrática de los dos tercios, como prescribía el reglamento del congreso, tal vez porque existen diferencias entre las preocupaciones de los teólogos europeos y los latinoamericanos, provocadas sin duda por contextos sociopolíticos también distintos. Sin embargo, unos y otros protestan contra la política romana de nombramientos. Discuten la relación de la comunidad teológica con el Vaticano y los episcopados. Piden a los eclesiásticos que sean fieles al pueblo, y no meros funcionarios del Vaticano. Lamentan que Roma frene el diálogo ecuménico y dé la espalda prácticamente al ejercicio de la colegialidad episcopal.
Estas discusiones aparentemente internas afectan a algo más que a la relación disciplinar: se reflejan también en las relaciones externas de la Iglesia. Los teólogos de Lovaina se preocupan por la limitación del derecho de expresión y por la transparencia en la toma de decisiones que afectan directamente a la opinión pública. Denuncian el intento de imponer una monocultura romana y la exigencia de juramentos adicionales al credo originario, para volver al poder monolítico de la jerarquía eclesiástica. Sus quejas refuerzan la sospecha de una vuelta atrás que no ayuda a reconciliar a los hombres y sí a agravar la dogmatización de la vida pública. El apoyo a movimientos de católicos con rancio sabor fundamentalista y fanático coincide de hecho con el resurgimiento del confesionalismo político.
La discriminación de la mujer dentro de la Iglesia, la oposición a la teología feminista y el desamparo en que se deja a los sacerdotes del Tercer Mundo y a las comunidades de base que se han puesto al lado de los pobres y oprimidos dan también motivo de reflexión a toda la sociedad y no sólo a la creyente. La oposición del Vaticano a la aplicación racional de la biotecnología en la reproducción humana y a la intervención terapéutíca en el código genético del embrión recuerda errores históricos de oposición de la Iglesia al conocimiento científico, que provocaron alejamientos, dívisiones y enfrentamientos lamentables.
Los teólogos de Lovaina se han dividido por sus distintas sensibilidades sociales y eclesiásticas. Pero recuerdan con nostalgia la apelación de Juan XXIII, en la apertura del concilio, a la confianza en la verdad liberadora. Este pronunciamiento y el que hizo 12 años antes Pío XII (febrero de 1950) a favor de la libertad de expresión y de la opinión pública dentro de la Iglesia son discursos lejanos, a años luz del actual pensamiento oficial del Vaticano.
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