Los mares del sur

Con suerte y fuera de horas punta, Parquesur de Leganés se alcanza en poco más de diez minutos desde el centro de Madrid, sin librarse de ese irritante semáforo donde Madrid se descompone como un rompecabezas. A la derecha, Carabanchel y Orcasitas. Girando, Ocaña y Villalba. Al frente, Toledo y Leganés. Estamos en la M-402 y las vistas panorámicas desde el automóvil no son precisamente un regadío.

Leganés cuenta con una población de 200.000 habitantes que ya no utilizan su entorno sólo para dormir. Desde los primeros metros del desvío, kilómetro 10 de la autovía en obras, uno se topa con las sombrillas del Parque Acuático y hasta puede oírse el crujir de las pieles en progresivo enrojecimiento. Parquesur es el resultado de la locura comercial de dos expertos negociantes: Juan Thomas y Luis Miguel Martín Romero.

Al estilo gringo

Con la experiencia de La Vaguada madrileña, se empeñaron en transformar más de 100.000 metros cuadrados de vertederos y pequeños huertos familiares en un supercentro al estilo gringo, donde divertirse comprando o comprar de manera divertida. Si después de haber invertido 12.000 millones de pesetas, generado un movimiento de 30.000 millones y organizado 2.300 puestos de trabajo sus promotores intentaran disimular un poquito de avaricia, se escaparía más de una media sonrisa.

Parquesur apunta hacia los dos millones de personas que entre Parla, Fuenlabrada, Alcorcón, Pinto, Getafe, Móstoles y Villaverde, además de Leganés, no quieran desplazarse hasta el centro de Madrid para comerse una pizza, un gofre, un yogur helado o comer salchichas alemanas viendo los alambiques que fabrican cerveza exclusiva de la casa. Pueden comprar en grandes almacenes, contratar un viaje, recorrer un hipermercado, encontrar todo lo necesario para hacerse una casa, gastar un poco más en firmas de moda, ir al cine, bañarse en un mar de olas, subir en montaña rusa o dar la vuelta a un traje usado. Como dicen sus encargados de imagen, "para ser una ciudad sólo falta el hospital y la iglesia".

Y en el acercamiento a una metrópoli les van saliendo nombres a las calles. Del Hogar, de la Moda, calle del Comercio, Paseo de la Isla o Plaza de Jauja. Se adivinan las intenciones. Veamos el núcleo formado por el deportivo privado de próxima apertura, el parque de atracciones, aún sin terminar; el acuático y la Sala Universal. Esta última se apellida Sur, para distinguirse de su hermana pequeña del centro de Madrid. Es una isla construida dentro de un largo artificial, al que se accede por una pasarela acristalada y playera que en breve habitarán patos, plantas acuáticas, peces y barqueros para las niñas bonitas.

Desde que llegó el buen tiempo, en noche de fin de semana, la sala desplaza una de sus paredes de vidrio y se une al vecino parque acuático para que los clientes, incluso en ropa interior, alivien la fatiga de brincar bacalao, "música que programamos en las horas puramente disco", arrastrando el culo por los toboganes. Para compensar se organizan conciertos multitudinarios con grupos como Elegantes, Mano Negra o Siniestro Total. Las siete barras liquidan la bebida a través de ordenadores y tarjetas de crédito que expide la propia sala. Entre 600, 1.000 y 1.200 anda la consumición. El próximo 14 de agosto, la Universal escogerá a su reina de belleza entre las candidatas que pesen menos de 60 kilos, midan más de 1,70 y anden entre los 18 y 25 años.

Por el Parque Acuático pasarán entre junio y septiembre medio millón de personas. Aquí son los críos quienes disfrutan subiendo la montaña, también artificial, del Cañón de las Águilas, arrastrando un enorme flotador y presos de una excitación tan grande que no notan arder las plantas de sus pies. Algún adulto patoso intenta emular las volteretas, provocando descaradas carcajadas. Esperando que se rematen los asuntillos pendientes del parque de atracciones, una montaña rusa último grito, una casa de cazafantasmas... Como vaticina Carlos Pérez Tenorio, director de comunicación de Parques Urbanos, "seremos Disney a la madrileña".