Hansel y Gretel en la 'casa común'
Todas las ideas son, desde alguna perspectiva, importantes. Pero sólo aquellas que han contado con una eficaz transmisión en el momento adecuado han tenido la oportunidad de hacer historia material y mental: son esas ideas que se han hecho conducta individual o colectiva y (aunque entendidas de varios modos) han determinado ciertas épocas de la historia. Por eso, para comprender los grandes movimientos sociales y los cambios o las permanencias históricas, el análisis de esas ideas es crucial, y por eso tampoco importa, yendo al actual debate sobre el individualismo, que en la historia de las ideas haya habido muchas y diversas exaltaciones del individuo y del yo: de hecho, lo que de verdad se transmitió a las poblaciones de la Europa cristiana fue un especial sentido comunitario de la vida y una costumbre de delegación de la responsabilidad en la instancia eclesiástica oportuna. Si el nazismo tuvo mucho que ver con una idea de la Europa profunda, pagana y no cristiana, y si tuvo un engarce simbólico con el wagnerismo y la mitología bárbara, el nazismo tuvo que ver también con alguna idea radical del individuo (una idea, digamos, romántica) que parecía oponerse, en apariencia, a aquella acompañada soledad, obediente y reprimida, de la comunidad universal ética o normativa en la que el individuo cristianizado se hallaba, pese al empuje egoísta del naciente individuo moderno que ya habitaba Europa. Atrapados aquellos hombres de entreguerras (con su crisis económica y la fuga hacia delante de todas las ideologías) entre el humanismo autoritario, solidario y extranjero de la Iglesia y el utilitarismo individualista y democrático de la propuesta moderna, el nazismo encontró un registro o una manera en la que fue entendido por una parte importante de la población: regresar al origen, matar al mensajero (al judío: bíblico, oriental y comerciante) y recuperar la individualidad de la identidad pagana (de Alemania y de Europa) en el marco del partido como comunidad.Entiéndase que estoy hablando de lo que podríamos llamar la estructura emotiva de unos acontecimientos que se explican también por un problema económico (desequilibrios intereuropeos e insuficiencias del mercado nacional de sustentación de la economía alemana, entre otros), político (un conflicto no resuelto entre actores sociales que no encontraron su regulador colectivo: ya sea la relación entre clases, ya sea entre sistemas sociales diversos o similares) y sociológico (la no modernización de la estructura social alemana, basculando entre grandes industriales aristócratas y pequeños campesinos descontentos con la nueva sociedad industrial y comercial).
Aquella estructura emotiva pudo ser individualista en algún momento de su activación, pero su componente principal fue el comunitarismo patriótico e ideológico, y su idea del mundo era central y eclesiástica: era una prolongación de la misma estructura de conducta medieval sobre la que nacía. Y sobre un modelo emotivo similar pudieron encontrar eco otras ideologías, entre ellas el marxismo, que era el comunitarismo o el comunismo por excelencia, y que venía de entre las cenizas aún vivas de un individualismo muy especial e históricamente derrotado: el anarquismo, cuyas ataduras a lo religioso y comunal son obvias.
Lo que pasó después es conocido: la victoria de los aliados propició en la Europa occidental los cambios definitivos que homogeneizaron un sistema económico con su estructura social. Y así, los campesinos, reducido ya su número, entraron en el juego mercantil defendiendo sus intereses. Las organizaciones de trabajadores y las patronales, reguladas desde un Estado más puesto en su función arbitral que como parte sustancial del propio conflicto, constituyeron entre ellas un espacio cambiante de disputa y de acuerdo. Sin embargo, y aunque la competencia era la base del sistema económico, el individualismo así propiciado no arrastró una decidida emergencia de un sujeto nuevo, más dueño de sí: los avances técnicos de la comunicación de masas, con la revolución informativa y la posibilidad de ampliar la manipulación social, nos fueron descubriendo a un individuo capaz de competir con otro por un puesto de trabajo o de crear su empresa, pero bastante incapaz de afrontar con salud esa nueva sociedad de la información: era un individuo nada individual que, acostumbrado a delegar potestades en todos los terrenos, se entregó al juego de la manipulación: lo que se llamó un individuo alienado, en expresión algo despreciativa además de descriptiva. Pero ese supuesto alienígena ha dado señales de vida (de individualidad) y parece que comienza a levantar cabeza. En este sentido (y sin salírme del marco de las sociedades avanzadas o semiavanzadas) es en el que yo creo que algunos aspectos del nuevo individualismo no sólo son positivos, sino necesarios para quebrar los viejos lazos medievales y para aportar a nuevos planteamientos económicos una base social también nueva: un individuo capaz de apoyar y participar en proyectos comunes sin perderse en ellos, como vino haciendo hasta ahora. Esto se debería producir con una pérdida paralela de emoción social: así fue en los últimos años de política europea, y aunque las cosas han vuelto a inquietarse, todo señala hacia salidas más sopesadas y multilaterales a los problemas en curso.
Así las cosas, si este individuo crece y se consolida, su individualismo será la mejor garantía para nuestro común futuro. O dicho de otra forma: si Hansel y Gretel, expulsados de la pequeña casa paterna, encuentran en el bosque común la casa de la bruja, lo más probable es que vuelvan a arrojar a la señora en su horno y regresen a la casa pequeña para tener una relación más sana con los suyos, una relación para siempre marcada por la individualidad y la independencia.
Fermín Bouza es sociólogo.
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