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Análisis de la xenofobia

¿Por qué en Francia es cada vez más palpable la aversión contra los inmigrados, y a qué se debe, también en Francia, la creciente influencia del Frente Nacional y los avances de la segregación? La explicación dada por quienes participan en esas acciones de exclusión no parece tenerse en pie; dicen que los inmigrados, en especial los magrebíes, son inasimilables y que están atenazados por una serie de valores incompatibles con los de nuestra cultura. Ahora bien, en Francia, debido en parte a la disminución de los flujos migratorios, los inmigrados cada vez se hallan mejor instalados. Las víctimas de los recientes atentados eran jóvenes perfectamente integrados y una parte muy creciente de beurs está inscrita en las listas electorales. Por otra parte, el nivel profesional de estos inmigrados ha ido mejorando paulatinamente; ya no son exclusivamente peones, aunque siguen haciendo falta, sino que el número de estudiantes de origen portugués, argelino o marroquí ha aumentado considerablemente de la misma manera que la presencia de estos inmigrados en la vida cultural, muy particularmente en el mundo de la canción, empieza a ser muy destacada. Es decir, la integración avanza a marchas forzadas y esto es algo que nadie puede ignorar. Alguien podrá responder que las sociedades europeas se defienden contra la ola de integrismo que viene del otro lado del Mediterráneo, una ola que ya ha llegado a nuestras costas, como bien se ha visto con el caso Rushdie o el de los foulards en Francia. Pero, ¿se ha rechazado con la misma contundencia a los católicos cuando monseñor Lefèbvre ha ocupado las primeras páginas de todos los rotativos?, ¿es el progreso de los judíos más ortodoxos, a los que también podría etiquetarse de integristas, lo que ha desencadenado la reciente ola de antisemitismo?Las causas de la xenofobia no hay que buscarlas, pues, por el lado de los inmigrados, ya que la distancia entre ellos y el conjunto de la sociedad francesa disminuye en lugar de aumentar, sino por el de los nacionales. Es cierto, y yo mismo lo he dicho otras veces, que inu chos franceses, ingleses o italia nos sienten una difusa inquie tud con vistas al futuro, una in quietud que se proyecta en chivos expiatorios y donde a los árabes les toca hacer hoy el pa pel que,los judíos hicieron en la época de entreguerras; sólo que allí con consecuencias mucho más graves. Sin embargo, esta explicación tampoco satisface; la situación económica, amenazada por las crisis del petróleo está levantando cabeza a partir de 1985 el paro sigue siendo todavía muy elevado, pero difícil sería encontrar hoy a alguien que no aprobara a los correspondientes Gobiernos en su tarea de defender el rigor, tras más de un decenio de irresponsable laxismo, de buscar caminos que conduzcan al crecimiento económico, reconociendo al fin la importante función de la empresa, o de intentar dar respuesta a las exigencias de las revoluciones tecnológicas y a la competencia internacional. Los europeos todavía tienen razones para sentirse inquietos pero no son excesivas, sobre todo ahora que el imperio soviético se debilita y que Europa, cuya formación se acelera, se aproxima en niveles de igualdad a Estados Unidos.

Estas dos explicaciones, pues, aun teniendo en cuenta su alcance y valor, parecen insuficientes para comprender la crisis actual. Hay que alejarse de la psicología, de los actores y buscar más allá de la superficie de las cosas una explicación satisfactoria.

El ascenso de la xenofobia -que no es lo mismo que el racismo, del que está alejada, ya que lo que aquí se cuestiona es más una cultura que una raza- forma parte de un conjunto de movimientos de opinión, diferentes entre sí y a veces incluso de sentidos opuestos, aunque de la misma naturaleza. En pocos años hemos pasado de los movimientos sociales, es decir, de aquellos que oponían categorías sociales entre sí -la nación a la aristocracia, los obreros a los patronos o los pequeños comerciantes a las grandes multinacionales, por ejemplo-, a los movimientos comunitarios que luchan contra un enemigo no social y a menudo impersonal. Los ecologistas defienden la Tierra y la integridad del ecosistema contra las obras destructoras de las que nosotros somos responsables, tanto en nuestra faceta de consumidores como en la de productores o de ciudadanos. Los tercermundistas ha cen llamadas a la solidaridad del planeta o al acercamiento entre el Norte y el Sur frente a unos enemigos definidos muy vagamente en términos sociales, pues tanto mencionan la carrera armamentista como el neocolonialismo o los regímenes autoritarios y corruptos que se proclaman herederos de los movimientos de liberación nacional. Los movimientos de mujeres, en fin, son más esclarecedores en sus afirmaciones que en la definición de sus adversarios, ya que lo mismo atacan la historia pasada del mundo como el inveterado machismo de los hombres, el capitalismo o los métodos de educación. Y esto tanto vale para la tendencia liberal, favorable a la simple igualdad de oportunidades, como a la tendencia radical, que añade a ésta la afirmación de la especificidad bio-cultural de la experiencia y de la personalidad de las mujeres. A todos estos movimientos de opinión y de acción hay que añadir el temor, que a veces ha sido angustioso, de un enfrentamiento entre las dos superpotencias nucleares.

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El movimiento obrero ha sido fuerte cuando los movimientos sociales han tenido un papel protagonista, pero también ha sido importante entonces el rechazo que se manifestaba a los huelguistas y a los socialistas. Al tiempo que triunfaban los movimientos de liberación nacional también se iban formando corrientes de aversión y de agresividad contra las naciones vecinas o contra las nacionalidades minoritarias. Lo mismo pasa hoy: junto a un desarrollo de los movimientos de defensa comunitaria y de la génération morale, asistimos a un incremento de su invertida imagen, una defensa comunitaria agresiva. Y del mismo modo que del mundo antiguamente colonizado o dominado surgieron movimientos integristas pero también movimientos de liberación nacional, así la conciencia comunitaria, que sustituye una concepción política de la nacionalidad institucional por otra de ciudadanía cultural, progresa al mismo tiempo que se incrementa el rechazo al otro, a las minorías, al extranjero.

Lo cierto es que este integrismo de los países industrializados se observa tanto en el Reino Unido y en Alemania como en Francia. En Estados Unidos

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A. Touraine es director del Instituto de Estudios Superiores de París. Traducción: J. Manuel Revuelta.

Análisis de la xenofobia

Viene de la página anterior-donde los movimientos sociales siempre han sido débiles y fuertes los movimientos comunitarios-, dada la importancia de su población negra, largo tiempo sometida a la esclavitud y más tiempo aún privada de sus derechos civiles, y el papel central de la inmigración en la formación de la nación americana, este integrismo ha estado constantemente presente. Tal vez tendremos que aceptar la idea de que el conflicto central ya no radica en la oposición entre clases, sino en el enfrentamiento de la mayoría contra las minorías y que los xenófobos, en Francia o en el Reino Unido, pertenecen a la misma generación que los ecologistas o que los militantes de SOS Racisme, y que son los que ahora constituyen, unos contra otros, los polos principales de la nueva vida política europea. Cambios de escena y de actores políticos que han dejado obsoletos a nuestros partidos políticos y vacíos sus discursos. Al hilo de este razonamiento surge la idea de que la derecha no levantará el vuelo mientras no se convierta en un partido más conservador, más nacionalista y moralista que liberal, como así se ha visto en Estados Unidos, en el Reino Unido y en Alemania, tres países en los que una derecha democrática ha sabido absorber las tendencias más peligrosas, el extremismo de la moral majority en Estados Unidos, el National. Front en el Reino Unido y los neonazis en Alemania. ¿Acaso no es la derecha más respetable, la que se reclama liberal y centrista, la gran responsable del ascenso del Frente Nacional en Francia? ¿Acasó Valéry Giscard d'Estaing no le ha tomado la delantera a Jacques Chirac al abandonar la política que durante tanto tiempo ha defendido y, al acercarse a los temas del Frente Nacional para integrarlos en su campaña personal, que, con toda seguridad, sigue siendo respetuosa de las instituciones democráticas?

Pero este análisis no explica completamente la especificidad de la situación francesa, es decir, el hecho de que en Europa occidental la derecha social y liberal haya sido tan fuertemente desplazada por la derecha integrista y que la gran movilización de la izquierda, gracias sobre todo a SOS Racisme, no haya conseguido detener el ascenso de la xenofobia ni la aversión hacia los inmigrados. Una explicación de este fenómeno podría venir del hecho de que la política francesa ha estado fundamentalmente basada en los conflictos de clase, cosa que no ha sucedido con tanta virulencia en Italia o en Alemania, por ejemplo, países ambos que han estado más preocupados por la reconstrucción de sus democracias, o en Estados Unidos, donde, desde hace tiempo, han desaparecido los partidos de clase. El Reino Unido está mucho más próximo de Francia en este terreno, lo que explicaría el paralelismo del National Front y el Frente Nacional. Y de ahí esta inadaptación de las respuestas francesas a la nueva situación que tan bien ha analizado Taguieff; ni las condenas de la izquierda ni los discursos inspirados eh los universalistas principios de la Revolución Francesa han hecho mella en la ascendente xenofobia. Francia está especialmente mal armada para luchar contra un rechazo que se forma y se manifiesta en la vida local, porque en Francia todo viene desde arriba y penetra muy poco, lentamente y mal en los barrios y pueblos desprovistos de medios de iniciativa y de acción. Bien sabemos que la integración de los inmigrados debe realizarse a nivel local, pero también sabemos que sería una contradicción consigo misma si tomara medidas que afectaran exclusivamente a los inmigrados, ya que de lo que se trata es de insertarlos junto a las otras categorías de desfavorecidos, para integrarlos a todos en la vidá urbana con el fin de evitar de esta manera la formación de ciudades vertederos, para huir de la obsesión por la homogeneidad que conduce a la segregación. Estados Unidos precede con gran ventaja y desde hace tiempo a Europa en los asuntos de la segregación. Nosotros fuimos una sociedad más discriminante que segregacionista, pero, casi sin darnos cuenta, nos estamos acercando al modelo americano dada la vaciedad que en la hora presente tiene la retórica heredada del movimiento obrero revolucionario.

De ahí la debilidad de las reacciones ante el aumento de la exclusión. Hace muy poco que han empezado a crearse en Francia los primeros instrumentos de acción mientras que son ya muchos los años que hace que se escriben inteligentes informes al respecto. La educación nacional aún no ha hecho grandes cosas y la política urbana, pese a los destacados esfuerzos de algunos alcaldes, no está a la altura de los problemás que debe encarar.

Ni Francia ni Italia se han desembarazado aún de un modelo político que ya no contacta con la realidad. Todavía creen que la-palabra del Estado modela la realidad social y, durante este tiempo, la realidad social evoluciona, para bien y para mal, pero sin que existan medios de intervención -poderes locales, asociaciones, centros asistenciales, tribunales- capaces de alentar las tendencias favorables a la apertura democrática y de luchar contra el autoritarismo y la exclusión. La lucha contra este mal será eficaz cuando los cuadros oficiales de la acción política se adapten a las transformaciones de la vida social, a las que siguen con mucho retraso mientras continúan creyendo que las preceden y que las guían.

De igual forma que los liberales ingleses, a finales del siglo XIX; se abrieron a los representantes del movimiento obrero, o como, más recientemente, el SPD alemán se ha transformado gracias al empuje de los ecologistas y de los pacifistas, así será necesario que los partidos se conviertan en los directos intérpretes de las opuestas concepciones de la nación.

La lucha contra la xenofobia y la exclusión tendrá poca fuerza si se intenta llevar adelante en nombre de unos principios que se han vuelto extraños a la experiencia cotidiana de una gran parte de la población. Es urgente una nueva definición de los conflictos políticos y su reorganización en torno a la cuestión de la identidad nacional y de las opuestas interpretaciones que ofrece la opinión pública.

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