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Sultanas rescatadas

Fátima Mernissi descubre que Benazir Bhutto no es la primera dirigente de un país musulrnán

Hubo un tiempo en que algunas mujeres reinaron en Bagdad, El Cairo, Delhi, Saná y Granada. Esas mujeres condujeron ejércitos, abatieron visires, administraron los asuntos de los creyentes, fundaron dinastías y fueron tan amadas por sus pueblos como detestadas por los cancerberos de la ortodoxia musulmana. La socióloga e historiadora rnarroquí Fátima Mernissi acaba de desenterrar la historia de las sultanas olvidadas.Una lluviosa mañana de invierno, Fatima Mernissi escuchó en su apartamento de Rabat la noticia de que Benazir Bhutto había sido la ministra de Pakistan. El locutgor radiofónico era categórico era la primera mujer en la historia que accedía a un puesto político de tanta importancia en un Estado musulmán. Fátima Mernissi se quedó con la mosca tras la oreja. ¿Y si no fuera verdad?, ¿y si mucho tiempo atrás hubiera habido otras mujeres gobernantes en tierras del islam?

Desde hacía bastantes años, Mernissi investigaba sobre las raíces de la crónica minoría de edad de la mujer en el islam, y ya había descubierto algunas cosas curiosas, como, por ejemplo, que Mahoma no fue ese monstruo de machismo que los propios varones musulmanes contribuyen a presentar al mundo. En su tiempo y en su tierra, Mahoma había sido hasta progresista respecto a la condición femenina.

En las bibliotecas de la capita del reino jerifiano, Mernissi empezó a desempolvar montones de viejos manuscritos. Y poco a poco descubrió la verdad. No, Benazir no es la primera. Entre los siglos VIII y XVI, varias rriujeres musulmanas se sentaron en el trono de sus respectivos países. Jaysurán reinió en Bagdad, Asma y su hija Urwa, en Sanaa; Radia, en Delhi; Chajarat, en El Cairo; Alcha, la madre de Boabdil, en Granada; la pirata berberisca Sida Bien Rachid, en Tetuán... Lo que había ocurrido es que la historia oficial del Islam había borrado las huellas e estas estrellas de verdaderas historias de Las mil y una noches.

"A medida que aumentaba el número de sultanas rescatadas", dice Mernissi, "crecía mi angustia. Descubrí hasta qué punto una supuesta ortodoxia había logrado ahogar la memoria libertaría del islam". Terminado el trabajo de recopilación, Merriíssi escribió en su casita de la playa de Temara Sultanes oubliées, el libro que ha sido publicado esta primavera por la editorial parisiense Albin Michel.

Cuenta Mernissi que cuando llevó el manuscrito del libro a su madre, la buena señora se inquietó sobremanera: "¿Hija, has comprobado todo bien7, "¿sabes que los hombres van a leer este libro?". La madre de la socióloga ya imaginaba una nueva condena de los ulemas marroquíes, un escándalo como el que Mernissi tuvo que afrontar con motivo de la aparición de su trabajo sobre la relación entre Mahoma y las mujeres.

En Sultanes oubliées, Mernissi establece un paralelismo entre el velo con el que la ortodoxia ha cubierto a las mujeres y el que los poderes políticos musulmanes han arrojado sobre los gritos de sus pueblos. "Todos esos lienzos han terminado por ahogar la voz misma del Profeta afirma. "Al fin y al cabo, Alcha, la esposa preferida de Mahoma, combatía corno un hombre en los desiertos de Arabia. Y sin la menor cortina, el pueblo de Medina se agrupaba en torno al primero de los creyentes"

Del harén al trono

La mayoría de las sultanas redescubiertas por M ernissi pertenecían, en principio, a la muchedumbre anónima de las esclavas del harén de !os palacios reales y lograron elevarse hasta el papel de esposas legítimas de los soberanos merced a su belleza y, sobre todo, su cultura. A la muerte de sus maridos, Jayusrán, Chajarat y las otras se revelaron como maestras de la conspiración y terminaron por sentarse en el trono.

Quizá por una remota influencia de la reina de Saba, el poder fememino en tierras del islam tuvo una vida más estable y durarera en el Yemen del siglo XI. Las sultanas Asma y Urwa reinaron consecutivamente y, según los cronistas, asistían a los consejos de Estado con el rostro descubierto. Más importante todavía, las plegarlas del viernes en las mezquitas se hacían en su nombre. "Que Alá", dijeron durante casi un siglo los yemenitas, "prolongue los días de la Perfecta que administra con cuidado los asuntos de los creyentes".

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