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Por que ganó Iliescu y otras preguntas sobre Rumanía

Francisco Veiga

El texto hace una interesante reflexión histórica sobre la evolución social de Rumania, el nacimiento de una clase media bajo Nicolae Ceausescu y la herencia violenta de la política nacional. Presenta, además, al Frente de Salvación Nacional (FSN), que acaba de ganar las elecciones generales, como movimiento de transición hacia una sociedad que busca su nuevo punto de equilibrio.

Finalmente pasó el día 20 de mayo, y las cosas comienzan a estar claras en Rumania. Por el contrario, hace tan sólo un par de meses, la confusión andaba por su punto más alto. Fue con el comienzo de la campaña electoral cuando los partidarios de las diversas tendencias salieron a las calles, todos a una, y el inmenso rompecabezas social y político fue cobrando sentido. Y ya entrando en el mes de mayo, las últimas piezas encajaron.Bucarest fue el peor observatorio, porque la fuerza le llegó al partido en el poder desde las provincias. Allí el Frente de Salvación Nacional (FSN) tenía mayores facilidades para maniobrar en todos los sentidos, y ello por varias razones. Primero, porque se apoyó en el poderoso aparato de poder local heredado del PCR. Y luego por la falta de competencia: la inmensa mayoría de los 81 partidos restantes habían nacido en Bucarest o en alguna ciudad de provincias, pero en todo caso carecían de implantación nacional importante. Queda por ver dónde consiguieron votos los dos históricos, el Partido Nacional Liberal y el Nacional Campesino Cristiano-Demócrata; con todo, tampoco ellos tuvieron demasiado tiempo para reconstruir sus bastiones después de casi medio siglo de ausencia en el mapa rumano. Además, parece como si la mayor parte de estas agrupaciones hubieran dedicado demasiado tiempo a luchar en y desde Bucarest; quizá se pensaba que los acontecimientos de la capital irradiarían en el resto del país. El efecto ha sido más bien contrario: determinadas ciudades y regiones están un tanto cansadas del protagonismo histórico de la capital. Timisoara, quizá donde el FSN es más impopular, es un claro ejemplo de ello: el sentimiento generalizado allí es que en Bucarest se traicionó la revolución genuina, es decir, la acaecida desde el 16 al 21 de diciembre.

La fuerza del 'aparato'

Como contraste, el FSN tomó medidas desde el Estado que llegaron a todas partes: reducciones de horarios de trabajo, aumento de determinados precios, reforma agraria -aunque confusa en su formulación-, reactivación del mercado interior. Frente a los hechos concretos, los partidos sólo pudieron oponer promesas. Y lo peor de todo fue que, en su afán por no cerrarse caminos, la gran mayoría de los programas eran demasiado nebulosos; en el caso de los partidos históricos se creyó erróneamente que las glorias pasadas -a veces bien inciertas- podían tapar las grietas. Los nacional-campesinos, cuyo partido, nacido en 1926, era ya por entonces un producto absolutamente coyuntural, fueron el mejor ejemplo de ello: intentaron combinar una insistente hagiografía de los líderes de hace 60 años, con el añadido de las nuevas siglas de la Democracia Cristiana -incluyendo referencias directas al modelo itallano- y el reclutamiento, en el último momento, de Ion Ratiu, con más imagen de millonario que de político de una tendencia determinada. Un cóctel al que no le faltó un cierto toque de activismo callejero, a veces algo violento, como en los viejos tiempos.

El beso de la muerte

En realidad, la ocupación de la plaza de la Universidad por una amalgama de manifestantes anticomunistas, muchos de ellos jóvenes estudiantes e intelectuales, fue el de beso de la muerte para la oposición. En primer lugar porque el Gobierno había ido ganando en seguridad y conocía ya con qué fuerzas podía contar. Se mostró tolerante con ellos, evitó crear mártires. Sabía que esos miles de ciudadanos no podrían derribarlo, y a cambio, a la larga, generarían importantes contradicciones entre todo el abanico de los partidos y fuerzas políticas. Y en provincias, 6qu¿ alcance podían tener esos agitadores? Desde la prensa del FSN, como el diario Adevarul, se les trató despectivamente de intelectualillos sin sentido de la realidad; luego se les acusó de revolucionarios a sueldo. Los partidos históricos no se solidarizaron directamente con ellos, temerosos de perder la plaza conquistada en el Parlamento provisional (CPUN) y en el juego político institucional; con ello perdieron fuerza moral. Detrás de todo este asunto se extinguía lastimosamente el "síndrome del 21-22 de diciembre". Aquellas grandes manifestaciones en las que una inmensa comunión de las masas había derribado al tirano en 24 horas dejaron una resaca que se manifestó en varias ocasiones a lo largo de estos cinco meses: ¿podría reproducirse una vez más aquella magnífica solidaridad después de años de desconfiar en el vecino? ¿Volvería a caer un Gobierno con sólo salir a la calle? Funcionaría otra vez el chispazo? Pero esta vez el pronunciamiento negativo de las provincias ahogó la efervescencia de la capital.

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De todas formas, que la victoria del FSN o la derrota de la oposición? Está claro que no todos los que han votado al FSN lo hicieron de forma entusiasta. Se produjeron casos de caciquismo desde los centros de poder local, en las cooperativas, en las fábricas; hubo también violencia, con magullados, heridos y dos muertos nacional-campesinos. Pero existieron asimismo razones lógicas para que muchos rumanos sintieran que el FSN era la fuerza que los representaba. En conjunto, la evolución política de Rumania va a ser un tema apasionante para historiadores y sociólogos. Un dato: como hace 50 años, el electorado rumano tiene tendencia a dar su voto a quien ya está en el poder. Pero ahora toca analizar, por ejemplo, hasta qué punto ciertos distritos -como es el caso de Buzau, hoy plaza fuerte del FSN- continúan siendo estupendas zonas donde ordeñar votos para ganadores seguros. De esto sabía mucho el Partido Liberal de antaño. La violencia tampoco es nada nuevo: en los años de entreguerras, las elecciones más tranquilas fueron las de 1937, con sólo cuatro muertos. Quien quiera saber de la tradición caciquil a comienzos de siglo puede leer el relato Un desconocido, de G. Calmescu (traducido al castellano): los abusos en las aldeas, las zonas acotadas en días de elecciones por "epidemias" eran prácticas corrientes.

La máscara de la transición

Y la última pregunta: ¿ganaron las izquierdas? El argumento de que el FSN es un trasunto de la socialdemocracia es más bien algo inventado sobre la marcha. En realidad, tras el partido en el poder late la prolongación de un estado de transición que permita salvar y reconvertir los restos de toda una sociedad. Miles y miles de personas viven de una gigantesca burocracia; y si no son ellos, son sus familiares. 6Cómo desmontarla de golpe? Lo mismo pasa con las cooperativas, donde muchos campes Í nos ancianos creen que perderán sus pensiones en el caso de que se reprivatice la agricultura. Los obreros de las grandes empresas, escasamente rentables, temen el desempleo. Los que traducen FSN por Frente de Salvación de la Nomenklatura se quedan cortos. Es posible intuir palpitaciones más profundas. En Rumania, estos 41 años han ido creando una especie de clase media en torno a la industrialización; llámesele como quiera, pero tal estrato social de ingenieros, burócratas, gestores, técnicos y tantas otras profesiones no existía ni a comienzos de siglo, ni se llegó a consolidar entre los años de entreguerras. Comenzó a cobrar forma a fines de los cincuenta, y pervivió todos estos años, a pesar de que Ceausescu la desactivó políticamente a partir de 1971, después de que el final de la Primavera de Praga terminara con el aperturismo rumano. Ahora ese grupo social, reactivado en torno al FSN, defiende sus posiciones. Por otra parte, la decisión estalinista de erigir una industria pesada autóctona fue más política que económica: debía ser la cantera para generar el proletariado que un país agrario como Rumania no poseía a finales de los años cuarenta; esa clase apuntalaría socialmente al nuevo régimen, como proclamaba el dogma marxista. Y sin embargo, de todo ello surgió el marco favorable para que los campesinos se transformaran en obreros y a través de un extendido sistema de enseñanza sus hijos terminaran como clase media. Fluidez social asegurada y sin muchos riesgos de fracaso. Hoy la inercia de una paradoja muestra hasta qué punto las sociedades cambian más lentamente de lo que se tarda en crear un partido.

Francisco Veiga es profesor de Historia Contemporánea de la Universidad Autónoma de Barcelona.

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