80 educadores de calle se ocupan de alfabetizar a la población gitana
Los 80 educadores de calle del Consorcio para el Realojamiento de la Población Marginal llevan más de un año en las chabolas más deprimidas de la ciudad -Los Focos, el Cerro la Mica y La Celsa- dando clases entre redadas de policías, yonquis, peleas familiares y desalojos, intentando que sus pupilos "aprendan a vivir como payos sin dejar de ser gitanos". Para ganarse su confianza, los educadores les han ofrecido asistencia médica, charlas de ginecólogos, cursos de jardinería, clases de maquillaje y campeonatos de cartas.
Las tardes en que hay tiros en La Celsa faltan a clase la mitad de los niños, y los que llegan no pueden ocultar los nervios y la tensión. "Esos días, al que más y al que menos la policía se le ha llevado al padre a la cárcel, al hermano, o a cualquier familiar", afirma Tomás, coordinador de los educadores de La Celsa. Después de las redadas, los del Consorcio para el Realojamiento de la Población Marginal saben que no deben visitar determinadas zonas ni hacer preguntas.Los grados de confianza entre gitanos y educadores varía según sea el asentamiento. Ahora en Los Focos se puede encontrar a jefes gitanos con poder dentro de los clanes, sentados en sus pupitres escuchando como chiquillos las explicaciones de una mujer joven que de vez en cuando les reprende de forma cariñosa. "Eso no se consigue de forma tan fácil dentro de una sociedad tan machista", señala Alfonso, coordinador de los ocho educadores de Los Focos. Para lograrlo, los educadores han recorrido todos los días las 300 chabolas de Los Focos, les han ofrecido asistencia médica, charlas de ginecólogos, cursos de jardinería, clases de maquillaje y campeonatos de cartas. "A cambio les exigimos que paguen cuotas, que asistan y que se acostumbren a dar a cambio de recibir", indica Alfonso.
El peligro 'yonqui'
Las jóvenes que trabajan para el consorcio también recorren los asentamientos saludando a las familias mientras los yonquis se pinchan a las puertas de las chabolas. "El peligro viene de los yonquis. Son los propios gitanos los que nos acompañan por la noche al autobús para que no nos ocurra nada", cuenta Esther, una de las chicas que goza de mayor confianza entre los gitanos.Los empleados del consorcio se quejan de que los asentamientos chabolistas aparecen en los medios de comunicación cuándo existe una redada policial o hay algún tema relacionado con droga. "A los políticos les interesan los yonquis, a los periodistas también, pero nunca se habla de la labor que desempeñamos desde hace más de año y medio".
A pesar de todos los esfuerzos, los psicólogos, los maestros y los trabajadores sociales que forman el grupo de 80 educadores del consorcio saben que es una tarea utópica la de educar, a unos jóvenes de los cuales el 75% es analfabeto. A partir de los 13 años las gitanas empiezan a hacerse cargo de la casa o a pensar en su novio, y la escuela pasa a ser un lastre del que se pueden reír sus amigos. Los gitanos a esa edad empiezan a trabajar con sus padres, algunos se pican por primera vez y muy pocos asisten a clase. "Los gitanos son muy vergonzosos, son conscientes de sus carencias y eso les acompleja", afirma Esther.
Pero el mayor enemigo de los educadores no es ni siquiera la droga, sino la televisión, que, según los educadores, está destruyendo las señas de identidad de la cultura gitana. De momento lo que más estrago inflige, además de la siesta, es la serie Cristal. "Tenemos que adaptar el horario de clases a la tele".
Los educadores saben que no pueden dejar de pensar en reclamos. Uno de los mejores ha sido el de los carnés de conducir. A través de un pacto Gobierno central-Comunidad de Madrid, el consorcio ha conseguido la potestad de conceder licencias de conducir a cambio de la asistencia a clase durante cuatro meses.
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