Intensidad y belleza
SON, SIN ninguna duda, uno de los casos más paradigmáticos de la mitología del espectáculo de la segunda mitad del siglo XX. Señoras y señores, con ustedes... los Rolling Stones... El 7 de julio de 1982, consolidada la democracia, superados los momentos difíciles del 23-F, instintivamente habituadas a todo tipo de terrorismos, desde el fascista al de extrema izquierda, 70.000 personas estaban dispuestas a reivindicar su derecho al placer individual y colectivo; a exhibir su convicción de que la belleza es una resultante de numerosos factores entre los que la voluntad de conseguirla resulta esencial. Y que, pese al redentorismo ajeno de cualquier laya, sólo lo que se elige libre e íntimamente perdura.El primero de los conciertos de los Rolling en el madrileño campo del Manzanares entró en la historia sentimental de todos y cada uno de los asistentes, y en la de muchos que observaron el fenómeno desde la distancia, no sólo por la intensidad del espectáculo -a la potencia del Under my thumb se unió la de la naturaleza con relámpagos, truenos y un diluvio tropical-, sino porque, de hecho, era la primera gran celebración de la convivencia democrática. Un espontáneo ritual en el que espectadores y músicos conformaron una noche inolvidablemente mágica.
Lo sorprendente es que, ocho años más tarde, los mismos protagonistas -con más de 25 años de rock and roll a cuestas- mantengan similar capacidad de convocatoria -si no mayor- y consigan un ritmo de ventas de entradas para su gira europea que entra de lleno en lo sociológico. Jagger, Richard, Watts, Wyman y Wood son ya parte de la leyenda cultural de nuestro siglo, pero también lo son de nuestra propia juventud y de la de otros muchos. Su capacidad de supervivencia en un mundo tan competitivo es, en alguna medida, una reafirmación de nuestra propia capacidad para vivir sin renunciar a todo. Los Rolling son integrantes de la iconografía de los sesenta, pero, y de ahí su grandeza, también de la de los noventa.
Si aquélla fue llamada la década prodigiosa, los últimos meses vividos propiciaron un mayor número de prodigios y, todo parece indicarlo, con mayor vocación de perdurar que en los sesenta. Probablemerite, las transformaciones políticas de 1989 y 1990, los derrumbamientos de los muros flisicos e ideológicos, son parcialmente deudores del talante y ambiente de los sesenta. Una gran parte de los dirigentes políticos actuales accedieron a su madurez vital en aquellos años. Pues bien, tanto entonces como hoy, los Rolling Stones siguen llenando los estadios. Es sólo rock and roll, pero nos gusta.
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