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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

El Papa y Europa

DESDE EL comienzo de su pontificado, el primer papa eslavo mostró su pasión por la reunificación espiritual de Europa. Sin embargo, la segunda evangelización de la que hablan con frecuencia obispos y teólogos adquiere un tono preocupante en los discursos personales de Karol Wojtyla. El Papa concibe esta reunificación espiritual como una restauración, como una vuelta a una cultura cristiana, desde el Atlántico a los Urales, con la respiración asistida de los dos grandes pulmones latino y eslavo.El hundimiento de los regímenes comunistas de la Europa del Este ha producido un vacío tan inmenso que todos los esfuerzos son pocos para llenarlo. Entre ellos, los de la Iglesia, cuyo peso en esa parte de Europa ha aumentado a raíz de este acontecimiento. El impulso llevado a cabo en defensa de las libertades y el papel mediador del mismo Pontífice en los conflictos nacionalistas deben ser valorados positivamente. Sin embargo, la visión político-cultural que, al menos en una interpretación literal, se desprende del texto de sus discursos no es la más coherente ni la que mejor interpreta la realidad europea.

La identificación de Europa con la cultura cristiana tiene que preocupar a cualquiera que conozca medianamente la historia de la cultura occidental. ¿Se puede pretender encerrar en un paréntesis los tres últimos siglos de Europa? Edgar Morin estimaba que la Europa moderna no nació de la cristiandad, sino de la explosión de aquella cristiandad en la reforma. El enfrentamiento entre la fe y la razón, la religión y el humanismo, así como los cambios económicos y sociales, son los que han generado esta cultura dinámica, superadora de sus propias contradicciones. La Europa actual y del futuro no podrá olvidar ni aborrecer el Siglo de las Luces, la Revolución Francesa y la conquista dolorosa de las libertades no pocas veces contra la propia Iglesia. No late la reconciliación de los hombres en un proyecto de futuro que no concede puesto alguno a una gran parte de europeos, protestantes, judíos, musulmanes, agnósticos o simplemente ateos. No es posible ni reconciliador afirmar sin matices que Europa, o será cristiana, o no será Europa. La tolerancia y la laicidad son patrimonio irrenunciable de la paz de este viejo continente.

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