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NECROLÓGICAS

Nuestro amigo Tristán la Rosa

Los restos mortales del periodista Tristán la Rosa, fallecido en Baltimore (Estados Unidos) el pasado 24 de abril, a la edad de 74 años, llegaron ayer por la mañana por vía áerea a su ciudad, Barcelona, donde fueron inhumados después de una misa de exequias celebrada en la iglesia de San Raimundo de Peñafort. Un grupo de periodistas amigos del fallecido, pertenecientes a distintos medios de comunicación, han querido rendirle un último homenaje con el artículo que se publica a continuación.

Tristán fue el último periodista, el último amigo, el último señor, el último niño sesentón, el último amor de todas las sensibilidades. Y el único y último amor de su esposa Ana.Un día de la década de los 60, Tristán y yo nos conocimos en el Café de la Paix parisiense. Y fue el flechazo. Durante más de diez años, para mí París también era Tristán. Más preciso: París éramos Tristán y yo. Y aquello ya nunca acabará.

Sólo me abandonó el día 3 de mayo de 1968, a la una de la madrugada. Paseando nos dimos de bruces aquella noche, Boulevard Saint Michel, con las primeras barricadas de la legendaria "revolución" del mayo francés. Y Tristán, vertiginoso, me dijo: "Espérame, voy a casa a telefonear una crónica y vuelvo".

Estoy convencido de que Tristán la Rosa, que acaba de morir, quedará como uno de los mejores periodistas españoles de la segunda mitad de siglo. Pasqual Maragall, Joaquín Ruiz-Giménez, Santiago Carrillo, Javier Solana, Pere Portabella, José María Socias y otros amigos a quienes me tocó comunicarles la mala noticia, coinciden en eso. Y es una pena que en este país sólo se hable bien de los que se mueren, porque eso devalúa irremediablemente esta afirmación.

Tristán, uno de los hombres de espíritu más joven que he conocido, logró muchos éxitos personales como periodista, tal como recuerdan ahora los diarios. Fue el primer periodista español que logró entrar en la URSS después de la guerra, el único que estuvo en Israel en el juicio de Eichmann, el que hizo confesar al general Torrijos las mayores interioridades de su régimen... Por eso, pienso, deberíamos conservar su nombre ligado a alguna iniciativa profesional, como un premio, un libro o algo así.

Este artículo es una suma de párrafos añadidos sobre la marcha por unos pocos de los muchos periodistas que queríamos a Tristán. Haría falta todo un cuadernillo para recoger un párrafo de todos ellos y de los que en un momento u otro aprendieron algo de él.

MANUEL J. CAMPO VIDAL (TVE Y CADENA SER)

Tristán la Rosa era un personaje singular en el periodismo español. Había conseguido informar desde medio mundo, tanto civilizado como incivilizado, sin perder jamás su aire de gentleman -a veces, incluso, con paraguas en ristre- llegando quizá por ello a oficiar como agregado de prensa en nuestra embajada en Londres. Tuve el orgullo de llevarle a TVE para dirigir un programa que se titularía El testigo. No carecía de humor, y hasta de humor ácido. Y sin embargo era un hombre bueno y cariñoso que no sólo no tuvo celos de las nuevas hornadas de periodistas, sino que supo y quiso promocionar siempre a los jóvenes que pudo.

Hace poco tiempo que había pasado a una especie de retiro, no del todo sedentario, que aprovechaba para tratar de completar su minuciosa Historia Contemporánea de España. No ha habido muchos periodistas tan cultos, tan generosos y tan rigurosos a un tiempo. Era, sobre todo, un gran amigo, y no consigo superar la idea de su desaparición aun cuando sus cercanos la preveíamos desde hace meses.

JOSÉ LUIS BALBÍN (ANTENA 3)

Un viejo dicho inglés afirma que la libertad de expresión es la que tienen todos los ciudadanos de andar por la calle, pararse, mirar lo que pasa y contarlo a los demás. Esta fue la función como corresponsal de Tristán la Rosa.

A Tristán le conocí como director, cuando, en una primavera política, procuraba con éxito que los periodistas de su redacción pudieran trabajar en libertad.

Intelectual riguroso, obsesionado con la perfección, interesado por lo universal, su casa era el periodismo de calidad. Con Tristán desaparece un ilustre representante de la cultura periodística de la memoria, del conocimiento. Su gran calidad, como amigo y periodista, mereció ser conocida, pararse y contarla a los demás.

XAVIER BATALLA (LA VANGUARDIA)

Me costará mucho olvidar la mirada seria que tenía Tristán la tarde que me explicó que los periodistas debemos ser independientes pero no neutrales. Él, que tenía un pésimo sentido práctico para casi todas las cosas, había descubierto que esa verdad podía formularse de una forma tan sencilla como un eslogan. Y llevaba esa verdad a cuestas, la ejercía, y en algunos momentos tenía la bondad de predicarla.

Cuando le conocí, él era ya un hombre mayor. De todas maneras era el más joven de todos los hombres mayores que he conocido. Incluso era joven físicamente, hasta el punto de que llegó a la maldad de abochornar a mis michelines haciendo delante mío la vertical, cabeza abajo, piernas arriba orgullosamente perpendiculares al suelo, con 70 años.

Ejercer un periodismo de calidad y compromiso con honestidad y sin incurrir en la debilidad tecnocrática ole la neutralidad, es tan difícil corno hacer la vertical a los 70 años, y sin embargo Tristán lo hizo desde su juventud. Y lo pagó. Pero las tortas que se llevó a causa de eso fueron injustas, porque en realidad él se limitó a cumplir con su ética y su profesión. Pero esas tortas no eran personales contra él, sino contra lo que representaba: la voluntad de una prensa democrática en este país.

ANTONIO FRANCO (EL PERIÓDICO)

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