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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Cambiar la OTAN

EN LOS encuentros que George Bush ha celebrado últimamente con los principales líderes europeos —el último en Cayo Largo con el presidente François Mitterrand—, uno de los temas centrales en el intercambio de opiniones ha sido el de los cambios que resulta preciso introducir en la OTAN. La organización, creada para coordinar la defensa contra un eventual ataque del bloque soviético, resulta de dudosa, o cuando menos cuestionable, justificación en un momento histórico en el que el hipotético agresor se disgrega. Superadas las dos respuestas de los extremos —seguir como hasta ahora o suprimir la OTAN—, un intenso debate se desarrolla a nivel europeo sobre el futuro de dicho sistema de seguridad. Hay coincidencia, por encima de matices y discrepancias, sobre la conveniencia de que sigan en Europa las tropas norteamericanas. Incluso los que, como Mitterrand, abogan por una defensa cada vez más europea no ponen en cuestión esa permanencia. Ni siquiera a la URSS le interesa hoy que se vayan los soldados de EE UU.

Para definir los cambios que la organización necesita se suele hablar de "una OTAN más política y menos militar". Pero ¿cómo traducir eso en la práctica? Probablemente el cambio vendrá como consecuencia de los acuerdos que se logren en Viena sobre desarme convencional. Como ha escrito en The New York Times Flora Lewis, lo decisivo en esos acuerdos será el establecimiento de sistemas de inspección en los diferentes países que prácticamente pondrán fin a los secretos militares y permitirán a cada nación tener la garantía de que no está amenazada. En tal perspectiva, el desarme y su control pasarían a ocupar un papel central en las funciones de la OTAN.

La evolución de ésta hacia un papel más político es un presupuesto esencial para encontrar un compromiso en el problema hoy más conflictivo entre Occidente y la URSS, el de la permanencia en la OTAN de la Alemania unificada, tema central en las reuniones dos más cuatro (dos Alemanias más EE UU, URSS, Reino Unido y Francia) fijadas para mayo.

Moscú ha dado un paso significativo al renunciar a su primera exigencia de una Alemania neutral, pero sigue insistiendo en su rechazo —comprensible sobre todo por el valor simbólico que encierra— a que la Alemania unida sea parte de la OTAN. Pero, en la práctica, Alemania se encontraría, según las mismas propuestas occidentales, en una posición sumamente contradictoria: estaría sin duda en la OTAN, pero a la vez tropas soviéticas permanecerían en la parte oriental. Al menos en cuanto a fuerzas militares, estaría en una posición híbrida, en los dos bloques. Algo sólo concebible sobre la base de que se trata de una etapa de transición, en espera de que se plasme un nuevo sistema.

En este marco, la nueva posición adoptada por Bush al renunciar a sustituir los misiles nucleares Lance, obsoletos, por otros más modernos, es una contribución importante a la mutación que debe sufrir la OTAN. Hace un año, esa modernización fue motivo de agrias polémicas en las que Washington se mostró intransigente. Ahora, tanto por presiones internas como por una apreciación más acertada de la realidad, el presidente de EE UU se inclina hacia una posición que acerca las tesis de Washington al talante predominante en Europa.

Es significativo que la socialdemocracia alemana, después de haberse opuesto a la permanencia en la OTAN de la Alemania unida, haya decidido aceptarla —según ha declarado el diputado Karsten Voigt— a condición de que se supriman las armas nucleares. La decisión de Bush no va tan lejos, pero es un paso decisivo en ese sentido.

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