Gérard Depardieu La unión perfecta con 'Cyrano de Bergerac'
Hace unos años, el semanario norteamericano Time afirmó "Gérard Depardieu es en sí mismo toda una nouvelle vague". Estos días, el actor francés se muerde las uñas en Nueva York, dividido entre dos poderosos sentimientos. Por una parte, Depardieu rueda allí una película de Peter Weir, el director de El club de los poetas muertos. Por otra, querría estar en París, donde, con motivo del estreno de Cyrano, su rostro empapela muros, estaciones de metro y quioscos de prensa.En la primera adaptación cinematográfica de la obra teatral Cyrano de Bergerac Depardieu borda su interpretación de este arquetipo universal. En gran medida ello se debe a lo mucho que el actor se asemeja al personaje. Depardieu tiene las audacias y fragilidades de Cyrano, y hasta la célebre nariz del espadachín y escritor es la suya, apenas alargada con una prótesis.
"Cyrano", ha dicho Depardieu, "tiene su corazón herido con una hoja de afeitar. Es una herida que sangra sin hacer daño; una herida que consiste en el odio de sí mismo".
Depardieu es de los que prefieren ofrecer un regalo a recibirlo. Su naturaleza es volcánica. A los 40 años de edad sigue siendo un gigante de incontrolable energía, un campesino grandón, vigoroso y torpe, un gran tragaldabas y un fenomenal bebedor, y, por encima de todo, un ser dolido e inconsolable. "Soy un hijo de la calle", ha dicho, "al que todas las puertas se le cerraron en las narices y tuvo que andar en seguida por el camino de los adultos".
El destino de Depardieu se selló hace unos 20 años, cuando, como tantos otros hijos de la calle, decidió intentar el oficio de cómico. En un curso de teatro en París, al mismo tiempo descubrió las virtudes terapéuticas de la interpretación y encontró a Elisabeth. Lo primero le ha llevado a rodar con muchos de los grandes del actual cine europeo: Bertolucci, Truffaut, Wajda, Ferreri... En cuanto a Elisabeth, actriz de teatro en ejercicio, ha sido su único amor desde entonces y es su esposa y la madre de sus dos hijos.
En cualquier parte del mundo que se encuentre, Depardieu telefonea a casa varias veces al día. Una vez, rodando en el desierto, sólo puso una exigencia a los productores: disponer de un radiotransmisor para poder hablar con su mujer. Si el energúmeno no se derrumba es gracias a ella.
Depardieu es un hombre de pasiones simples: su familia, el vino de Anjou, su casa en el campo y los viajes. El actor, cuenta su amigo Daniel Toscan du Plantier, "viaja sin gafas de sol, sin secretaria, sin fotógrafo y casi sin equipaje. Nada que ocultar, nada que demostrar. En cambio, su formidable curiosidad de los otros le impulsa a entablar conversación con la mitad de los pasajeros del Concorde".
A Depardieu, encontrar nuevos tipos humanos en los viajes le es tan necesario para restañar su herida íntima como descubrir gracias al cine los personajes que lleva ocultos. La India le fascina más que ninguna otra tierra. "En Nueva York", ha dicho, "me siento solo. En Calcuta estoy en mi casa".
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