'Pepotes'
En esos ojos acristalados que asoman tras el burladero de un bigote blindado uno creía intuir desde hace tiempo la recia bondad del hermano mayor y el pavor del poeta ante el último verso. Parece ser que el último verso se lo dictaron otros desde muy lejos, y fue entonces cuando Pepote Rodríguez de la Borbolla debió poner en una batidora todos los sapos y culebras de su terrario espiritual para tragárselos de una vez y regresar al mundo de los hombres que sólo son presidentes de sí mismos. En el escaparate electoral hay nuevo maniquí, y por más que los clientes quieran llevarse un Pepote a casa, ahora resulta que, a criterio del tendero, aquel Pepote no es más que una muestra sin valor y el nuevo modelo se llama Manolo. Cuando la democracia subordina los votos para someterse a los caprichos de los secretarios de organización, los clientes no pueden dejar de sorprenderse. Si el sufragio universal da autoridad moral a los elegidos, ¿de dónde viene la autoridad moral de aquellos que eligen a los elegibles? La verticalización de la política está configurando un electorado pasivo que entra en el juego electoral como si se tratara de aquel antiguo concurso radiofónico llamado Lo toma o lo deja. "Hay lo que hay", mienten los asentadores de líderes entrantes mientras hacen caso omiso a las encuestas de popularidad de los salientes. Entre esos mayoristas del poder y la reducción del mensaje político a niveles cosméticos, a cualquiera se le pasan las ganas de participar. ¿Qué pensarán ahora los Pepotes que presiden los Gobiernos de Extremadura o de Asturias, de Murcia o de Castilla-La Mancha? Creían tener los votos de los ciudadanos, pero desde ahora saben que hay un único voto más importante y decisivo que todos los demás. Probablemente tampoco cometieron grandes errores de gobierno ni dejaron de servir al ciudadano, pero desde ahora intuyen que más vale docilidad que popularidad y que no hay peor chulo que el que tiene poder.
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