Toda una lección de Hitchcock
North by northwest fue el título original -que se podría traducir al español como Una enorme vuelta- y que en España recibió la horrible traducción de Con la muerte en los talones. Se trata de una de las mejores películas de la filmografía de Hitchcock, con una historia enrevesadísima en la que lo que menos importa es la intriga sino las relaciones humanas, completas hasta llegar a ser ininteligibles, y perversamente ocultas tras la falsa apariencia de un relato de espías. Nadie como Hitchcock llegó tan lejos en la tarea de despistar al especador, al mismo tiempo que ponía ante sus ojos toda la información posible, ni nadie ha osado, tan impunemente, contar historias pícaras cuyos personajes parecen muy decentes, aunque la pasión incontenible supere todas las normas de la buena educación.Por debajo de ese trasfondo sexual innegable, sin el que nada de lo que sucede en la pantalla se comprende muy bien, hay escenas de acción impecables y, entre ellas, dos verdaderamente antológicas que han inspirado innumerables imitaciones: la de la persecución contra Cary Grant, en el escenario desértico, junto al campo de maíz, y la secuencia final de la pelea en el monte Rushmore, literalmente debajo de las narices de los presidentes americanos. El humor de Hitchcock nunca fue más cáustico que en este filme, en el que el montaje está teñido de alusiones perversas. North by northwest es una película emblemática, que nadie puede perderse, aunque la haya visto cien veces, porque es una obra maestra absoluta, tan llena de ingenio como de talento, con un supremo sentido del espectáculo cinematográfico.
La heroína de la historia es rubia, como mandan los cánones de la mitología del maestro, y la madre del protagonista, Jessie Rosie Landis, era más joven que su hijo en la ficción, Cary Grant. Ironías del cine, por supuesto, aunque esa misma ironía constituya el alma suprema del malo (un James Mason en su mejor momento) y un Cary Grant genial, capaz de interpretar cualquier papel, con oscar o sin él.
Con la muerte en los talones es uno de los mejores ejemplos cinematográficos para analizar las diferencias existentes entre el cine considerado de evasión y el que pretende promover un mayor compromiso, político o social. El gran director estaba, obviamente, a favor de las democracias occidentales -en una época, al final del decenio de los años cincuenta, en la que el telón de acero empezaba a ser una realidad tangible y no sólo metafórica- pero ya había pasado la etapa de sus películas militantes, estudiadas para luchar contra los nazis, como Agente especial o Náufragos. Hitchcock sabía que la eficacia de una narración cinematográfica no depende solo de que la pantalla evoque, fielmente los nombres y los conocimientos reales reflejados en los titulares de los periódicos, porque el aficionado al cine no se conmueve sólo por razones ideológicas o éticas, puro reflejo de la lucha de un país contra otro, sino por la llamada al sexo y el juego sobre la propia vida.Si estas referencias centrales animan un relato modélico, como éste, en el que las amenazas pueden venir de cualquier sitio, la cosa no está mal, pero sólo como propina cuando el éxito cinematográfico es seguro, porque nada afecta más al público que comprobar la posibilidad de que un honrado ciudadano pueda convertirse, sin saberlo, en un peligroso agente secreto, si el FBI lo ha decidido así. Como telón de fondo de la gran confrontación política mundial -entre los territorios libres y las potencias del mal siempre se encuentra el bueno al borde del precipicio.
Con la muerte en los talones. A las 22.35, por TVE 1.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.