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Religión, política y aborto

En un cierto sentido, la religiosidad se opone a la frivolidad y apunta hacia una actitud mística y profunda ante el universo. Gracias a esa actitud superamos la mediocre superficialidad que impregna gran parte de nuestro entorno cotidiano y nos abrimos a realidades que nos sobrepasan y que pueden contribuir a dar sentido a nuestras vidas. Esta honda religiosidad se manifiesta actualmente, por ejemplo, en el movimiento ecologista de defensa de la naturaleza y de preocupación por el estado del planeta.En otro sentido muy diferente, la religiosidad consiste en la pertenencia a alguna corporación o grupo organizado, dedicado a la difusión e imposición en la época actual de una cierta doctrina generada hace miles de años y que en sus inicios quizá tuvo algo que ver con la religiosidad en el primer sentido. La doctrina consta de una parte dogmática (una cierta cosmovisión) y de una moral. Ambas reflejan estados de opinión del momento en que se generaron y normalmente son incompatibles con la cosmovisión científica y con la moral laica de nuestro tiempo.

Spinoza, el más profundamente religioso (en el primer sentido) de los pensadores judíos, fue oficialmente excomulgado y expulsado de la sinagoga holandesa, que representaba la religiosidad burocrática y autoritaria de las corporaciones religiosas tradicionales. Y el mismo conflicto se ha producido incontables veces bajo la égida del islam o de cualquiera de las iglesias cristianas.

La tolerancia es uno de los valores esenciales de la democracia moderna. Cualquier grupo tiene derecho a organizarse, a vivir conforme a sus creencias, e incluso a predicarlas y difundirlas a los cuatro vientos, A lo que no tiene derecho es a imponérselas a los demás contra su voluntad.

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La Iglesia católica (sobre todo en España) tiene una larga tradición de imponer sus creencias y su moral a los no católicos, basándose para ello en la ayuda del brazo secular del Estado. Es lo que ya ocurría con la Inquisición, y es lo que sigue ocurriendo ahora con cuestiones como la del aborto. Esta actitud intolerante de la Iglesia es la que, a su vez, genera la hosca reacción del anticlericalismo. Éste es también el país de la quema de conventos.

La Iglesia ya no tiene poder para prohibir la ciencia moderna en ningún sitio, por lo que se ha resignado a convivir con ella. Ahora centra su intransigencia en el campo de la moral. Donde sigue teniendo muchísimo poder, como en Irlanda, todavía consigue prohibir el divorcio a todos (y no sólo a los católicos). Donde tiene un poco menos de poder, como en España, ya no puede prohibir el divorcio, pero sigue prohibiendo el aborto a todos (y no sólo a los católicos). Este resabio inquisitorial de la Iglesia y la extraña complicidad del PSOE enjugar a su brazo armado han conseguido seguir negando hasta el día de hoy uno de los derechos humanos fundamentales, el derecho que tiene toda mujer a decidir por sí misma si quiere gestar y parir o no.

El aborto es un trauma. Ninguna mujer lo elige sin razones graves, que sólo ella (y no el obispo o el juez de turno) puede sopesar. Si ella lo elige, todos los Estados laicos modernos respetan su decisión. Es lo que ocurre en Estados Unidos y en Japón, en China y en la India, en el Reino Unido y en Francia, en Italia y en Singapur. De los países del Este, sólo la sangrienta tiranía de Ceaucescu prohibía el aborto. La primera medida del nuevo poder popular que derrocó al dictador consistió en liberalizar el aborto. Y cuando yo explicaba a los estudiantes de Leningrado el año pasado que el aborto seguía prohibido en España no podían creer que tal cosa fuera posible en una democracia occidental.

En los últimos 20 años muchos libros han sido dedicados al tema por filósofos morales y del derecho (el último, el de Laurence Tribe), y prácticamente todos llegan a la misma conclusión: el derecho a elegir si abortar o no (sobre todo durante los primeros tres meses, del embarazo, en que lo abortado es un embrión que sólo con total mala fe e ignorancia puede ser considerado una persona) es uno de los derechos humanos fundamentales de la mujer. Desde luego eso nunca lo reconocen los obispos, que siempre braman en contra. Lo que en las democracias maduras ocurre es que los políticos distinguen entre la moral religiosa, sólo imponible a los miembros de la secta o iglesia que la promulgue, y las normas legales de convivencia común. En Estados Unidos la Iglesia católica es totalmente contraria al derecho al aborto. Pero los políticos católicos, como los Kennedy, son favorables al mismo. Actualmente, el político norteamericano más famoso es Cuomo, el popular gobernador del Estado de Nueva York. Hace tres semanas, el cardenal O'Connor, arzobispo de Nueva York, declaró públicamente que Cuomo va a ir al infierno por estar a favor del aborto. Pero Cuomo reaccionó relajado ante tales anatemas de su amigo O'Connor, distinguiendo claramente sus obligaciones como creyente católico y como político responsable ante todos los ciudadanos. Ojalá los políticos españoles tuvieran las ideas así de claras.

La Iglesia católica española sigue reclamando y obteniendo privilegios. Los católicos pueden entregar un porcentaje de su impuesto sobre la renta a su institución favorita (la Iglesia), cosa que no pueden hacer los discriminados socios de Adena, de Greenpeace o de Amnistía Internacional, por ejemplo. Y la Iglesia sigue intentando y consiguiendo imponer a todos su moral desfasada a través del aparato legal y represivo del Estado. En este país parece que los políticos (aunque sean ateos y socialistas) son incapaces de distinguir entre moral religiosa de grupo y normas racionales de convivencia general, mezclando así religión y política en desaguisados como el de la actual ley del aborto, del que todos y todas salen malparados.

Ojalá desaparezcan pronto los últimos resabios de nacionalcatolicismo que todavía colean, los obispos se dediquen a la mística y no a la presión política corporativa, los legisladores entiendan lo que es una democracia laica moderna, las mujeres hagan con su cuerpo lo que ellas quieran y el clericalismo y el anticlericalismo desaparezcan. Sólo así podremos dedicarrios con buena conciencia a esa religiosidad profunda que ejemplifica Spinoza, y que tanto puede contribuir a enriquecer nuestras vidas.

es catedrático de Lógica y Filosofía de la Ciencia en la universidad de Barcelona.

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