El tratamiento político de la deuda externa
Pese a la desenfrenada búsqueda de un arreglo definitivo, el decenio de los ochenta ha concluido sin cerrar el interrogante de la deuda externa, afirma el autor. En realidad nos encontramos ante una crisis demasiado larga y penosa para contemplar el futuro con excesivo optimismo. Se ignora si los países deudores podrán afrontar con regularidad el servicio de sus respectivas deudas; se ignora también si la población va a soportar tantos sacrificios con igual tolerancia que ahora.
No son económicos todos los problemas que plantea la crisis de la deuda externa. Hay otros de carácter político que pueden ser objeto de las más encendidas polémicas y cuyo examen nos proporcionará la visión exacta de lo que está pasando.El mejor favor que hicieron los países acreedores a la racionalidad fue arreglar los conflictos de forma civilizada, eludiendo el choque armado. El cobro de las deudas debía efectuarse pacíficamente y nunca mediante el disparatado uso de las armas. En el recuerdo histórico se sitúa el bloqueo de los puertos venezolanos por el Reino Unido y Alemania al no recibir con puntualidad el pago de la correspondiente deuda.
Ciertos autores sostienen que, más allá de valoraciones económicas o jurídicas, son precisamente consideraciones políticas las que deben discutirse en primer término. Según este criterio, no parece justo ni razonable que el deudor soporte exclusivamente el peso de la deuda, sobre todo cuando existen errores compartidos, de manera que ninguna de las partes implicadas -sea deudora, banco acreedor o gobierno acreedor- pueda ocultarlos. Planteado así el tema, cada parte deberá colaborar y hasta transigir en la adopción de un arreglo definitivo.
¿Cuáles fueron los errores que provocaron la actual insolvencia financiera? En primer lugar, los deudores incumplieron su obligación, libremente pactada, al no hacer efectivo el pago del principal e intereses. Intentar justificar lo contrario sería falsear la realidad. Faltó, pues, rigor en la concertación de operaciones crediticias y no siempre éstas se destinaron a financiar inversiones adecuadas, ya por incompetencia o corrupción.
También a los bancos comerciales corresponde asumir el coste de sus errores. Durante los años setenta un grupo de bancos recibió parte de los fabulosos excedentes pertenecientes a países productores de petróleo. Eran los conocidos petrodólares. Claro está, los bancos se desprendieron de tanta liquidez incrementando sus operaciones activas de crédito. Para ello, acosados por la fuerte competencia, ofrecieron financiación al Tercer Mundo bajo condiciones muy favorables, e incluso suavizaron sus exigencias en orden a la selección de prestatarios.
Por último, tampoco ha resultado muy afortunada la gestión de los Gobiernos acreedores en todo este asunto. Por lo pronto, descubrieron el verdadero alcance de la insolvencia bastante tarde y aún más tarde acertaron a dictar normas sobre riesgo-país. Si las amplias potestades de ordenación, control y supervisión fueron desplegadas sin la debida diligencia, ¿habrán incurrido las autoridades financieras nacionales en culpa in vigilando?
La táctica del FMI
La técnica ajedrecística denomina gambito a cualquier lance del juego por el cual un jugador sacrifica una pieza para lograr una posición más favorable. Trasplantemos el planteamiento al terna que nos ocupa porque ésta es precisamente la estrategia utilizada por los acreedores y el Fondo Monetario Internacional (FMI) contra posibles fallidos. Dado que la condonación total de la deuda perjudicaría a los bancos que aún no han provisionado sus créditos y sentaría, además, un precedente susceptible de repetirse en el futuro, se intenta mantener la moral del buen pagador ofreciendo ciertas manifestaciones de benevolencia (alargamiento de los vencimientos contractuales, aporte de new money, conversión o securitización de la deuda, opción al vencimiento anticipado, etcétera). Cuando el desaliento se apodere del deudor, rindiéndose ante el peso de la deuda, ya aparecerá otra renegociación con el fin de reestructurar la deuda y así poder inyectar nuevas ilusiones en el ánimo del deudor.
No es otro el objetivo del Plan Baker y del Plan Brady, que vienen sucediéndose sin solución de continuidad. Cuando dichos planes agoten sus posibilidades habrá que inventar el siguiente y, para no perder la tradición, tal vez pase a la historia con el nombre de otro secretario del Tesoro norteamericano. Lo importante es ganar tiempo y satisfacer gradualmente las pretensiones del deudor.
A partir de ahora las cosas no van a ser como antes. El propio concepto de soberanía nacional, en cuanto autoridad suprema y constituyente, requiere la más urgente revisión.
La ciencia política sigue repitiendo que más allá de la autoridad soberana no existe otra final y absoluta. Sin embargo, la práctica muestra otra realidad, pues no todos los países tienen posibilidad de diseñar y ejecutar la política más apropiada a sus intereses nacionales.
Así sucedió al producirse las primeras dificultades en Latinoamérica, Europa del Este, África y Asia. Los acreedores y el FMI presionaron a los países deudores en el sentido de orientar sus políticas económicas hacia el ajuste y la estabilización. Para conseguir nuevos créditos había que negociar previamente un programa de ajuste con el FMI. Dicho programa incluía la adopción de algunas o todas las medidas siguientes: reducción del déficit público, política monetaria restrictiva, austeridad, devaluación de la moneda, congelación o moderación salarial, reducción de las importaciones, aumento de las exportaciones, etcétera.
Ciudadanos 'acreedores'
Conforme el nivel de bienestar iba decayendo, paralelamente crecía en el ánimo del ciudadano cierta sensación de frustración y desencanto al advertir que sus gobernantes se plegaban ante las exigencias de los ricos.
Hay otro ciudadano que también sufre las graves consecuencias de la deuda. Aludimos al contribuyente del país acreedor, ya que está convencido de pagar una factura que no le corresponde. En efecto, los Gobiernos acreedores vienen incrementando su aportación económica al Banco Mundial y al FMI con vistas a que éstos Financien programas de ajuste. A fin de cuentas, es el contribuyente quien está suministrando balones de oxígeno a la comunidad bancaria internacional.
Queda pendiente la cuestión más delicada, aquella que relaciona el peso de la deuda con la estabilidad democrática.
El tránsito rumano hacia la democracia constituye una muestra ejemplar de cómo el enorme peso de la deuda externa contribuye a derribar sistemas autoritarios de gobierno.
La deuda rumana fue renegociada ante el FMI y los banqueros occidentales. Para recuperar el honor perdido, Ceaucescu dio a conocer la verdadera imagen de una política económica draconiana. Había que obtener dólares reduciendo las importaciones e incrementando las exportaciones, aun cuando el mercado interno quedase desabastecido. Se racionaron artículos de primera necesidad, como la harina, el aceite de cocina y el pan. También lo fueron la leche y la carne, si bien -la verdad sea dicha- ya venían escaseando. El desenlace final es hoy sobradamente conocido.
Pues bien, mientras que el deficiente manejo de la deuda rumana no hizo sino apoyar la caída del dirigente de los dirigentes, también puede originarse el fenómeno contrario, de manera que las frágiles democracias de los países en desarrollo terminen sucumbiendo. Por ello necesitan el apoyo y, la comprensión del exterior. He aquí la gran deuda moral que frente a ellas han contraído los Gobiernos acreedores y la comunidad bancaria internacional. Ahora tenemos suficiente tiempo para alcanzar un arreglo definitivo, ojalá que el de mañana no sirva para el lamento.
Alfonso Ojeda Marín es profesor de Derecho Administrativo de la facultad de Ciencias Económicas y Empresariales de la universidad Complutense de Madrid.
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