El CDS comienza su tercer congreso nacional tras sus fracasos electorales y con un movimiento disidente
El Centro Democrático y Social (CDS) comienza hoy su tercer congreso nacional en Torremolinos (Málaga), inmerso en la más grave crisis desde que nació, en 1982, no tanto por los brotes de crítica interna como por los pésimos resultados electorales, que le han obligado a abandonar su discurso triunfalista ante lo que creía su inminente llegada al Gobierno para situarse en un plano de bisagra dispuesto a pactar con las fuerzas con verdadera posibilidad de gobernar.
En esta situación, los deseos de los críticos de entrar en los órganos de dirección chocarán con el rechazo del aparato del partido, que en estos momentos difíciles considera imprescindible que la dirección del partido sea "homogénea" y leal a Adolfo Suárez.Al calor de los debates precongresuales han ido aflorando los descontentos en el CDS, que, sin embargo, no han conseguido articularse en un sector crítico con representación en toda España. El grupo más actívo ha estado en Madrid, encabezado por Abel Cádiz, Enrique Sánchez de León y Fernando Castedo, que han peleado agrupación por agrupación hasta conseguir representacion en este congreso y la oportunidad de defender enmiendas a las ponencias oficiales.
Es muy probable que a las enmiendas alternativas de los críticos madrileños se sumen en el momento de votar otros militantes descontentos que han surgido en Castilla-La Mancha, Castilla,y León, Valencia, tres provincias andaluzas y Galicia. En números, los críticos agrupados sumarán en este congreso unos 140, en contraste con los 850 oficiales. Este millar de asistentes actúa en representación de los 54.000 militantes que el aparato oficial dice tener en su registro.
No hay posibilidades de que el aparato oficial haga concesiones a los críticos, a quienes Adolfo Suárez no perdonará que en momentos de crisis electoral hayan surgido estas voces discrepantes que contribuyen a su debilitamiento. Por ello, la pretensión oficial del sector renovador de crear un consejo político con 100 personas elegidas en el congreso en listas abiertas está condenada al fracaso. Por contra, habrá un consejo de federaciones en el que no se adivina un nombre crítico a Suárez. El comité ejecutivo será también homogéneo e incluirá a Rafael Martínez Campillo y Antonio Fernández Teixidó, dos brillantes parlamentarios en quienes Suárez ha depositado su confianza. Una sorpresa la puede deparar la invitación al eurodiputado Eduardo Punset para que se incorpore a este órgano de dirección.
En tono ciertamente amenazante y a sabiendas de cuál será el resultado de este congreso, miembros de la actual dirección, dicen con ironía que no pueden imaginar que tras este congreso algún militante "no acate los resultados y no trabaje en la misma dirección que todos". Esto es dudoso, ya que los críticos están preparados para ser laminados en este congreso, pero seguirán haciendo escuchar su voz y auguran grandes males si no se les abre la puerta del aparato de poder.
Al comparar las enmiendas de éstos con el texto del aparato se observa en las primeras un mayor número de adjetivos para apuntalar el carácter "radical" y "progresista" del CDS, pero no hay propuestas sustancialmente diferentes. Tanto unos como otros rechazan tener preferencias por el PSOE o por el PP a efectos de pactos políticos, y ambos coinciden en que si llegara la necesidad de acuerdos lo fundamental será que el socio de alianza respete el programa del CDS.
La homogeneidad que busca el aparato oficial es interpretada por los renovadores como la actitud estéril de Suárez de rodearse "de un grupo de leales". Los críticos quieren formar parte de los órganos de dirección. "Las corrientes están prohibidas en este partido", dicen los oficialistas.
Los renovadores dedican un apartado en sus enmiendas a los "comportamientos", y afirman que el liderazgo de Suárez "hay que complementarlo" con otras medidas. Así, proponen que el CDS no guarde silencio ante los grandes debates del país y que se abandone el lenguaje político "superado", esto es, esa referencia obsesiva de que Suárez iba a llegar de inmediato a la Moncloa.
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