Azerbaiyán, Moscú y Teherán
Mijail, Gorbachov no es el único jefe de Estado profundamente preocupado por el levantamiento en el Azerbaiyán soviético. También lo están el líder político de Irán, Hashemi Rafsanjani, y el líder espiritual shií, Alí Jamenei.Raflanjani y Jamenei temen que se produzca un movimiento popular que podría prender entre los millones de azeríes del lado iraní de la frontera que se oponen al actual régimen de Teherán.
La negativa de los azeríes a hacer caso al llamamiento de Rafsanjani para que pongan fin a su espontáneo apoyo al levantamiento en el Azerbaiyán soviético y obedezcan la petición de vuelta al orden de Gorbachov equivale a un desafilo a la velayat-e-faqid (la doctrina del derecho divino de los muyahidin). Los líderes iraníes temen que un estallido incontrolable, ligado con la oposición al dominio de la casta clerical, pueda agitar un descontento popular más amplio con su régimen, en forma parecida al levantamiento en la capital regional de Timisoara que se extendió al resto de Rumanía y llevó al derrocamiento de Nicolae Ceaucescu.
Gorbachov teme con razón que la revuelta azerí sea el principio del fin del exhausto dominio soviético sobre las populosas regiones, predominantemente musulmanas, situadas a lo largo de su frontera meridional. Ha reconocido que la tensa situación de Azerbaiyán es consecuencia de dos siglos de empleo sistemático de la fuerza rusa en la región. Y sabe que el sistema totalitario comunista se encuentra en un atolladero histórico porque la fuerza ya no puede proporcionar una solución al conflicto.
Está, pues, claro que la situación en Azerbaiyán -lo mismo que en las otras repúblicas musulmanas del Asia central- no puede ser resuelta en el marco de los sistemas totalitarios soviético e iraní. No obstante, a corto plazo la tendencia de los regímenes en ambos países ha sido la de ponerse mutuamente de acuerdo en la represión del movimiento popular. Gorbachov envió tropas soviéticas para sofocar el levantamiento. Encantado con esta intervención, Rafsanjani envió diplomáticos a la frontera del río Aras para convencer a los rebeldes azeríes de que obedecieran al líder soviético.
Pero ¿qué hará Gorbachov ahora que su intervención ha creado mártires, además de endurecer y ampliar la actitud decidida frente a la secesión? Cualquier paso que pueda dar para pacificar a los azeríes, con la excepción del de concederles una plena libertad, no les satisfarán. Como antes de ellos la resistencia afgana, los azeríes están convencidos de que les ha llegado el momento de deshacerse de la opresión del comunismo y unirse a la grey espiritual del islam con su propia identidad nacional.
Como los conservadores en el comité central están ciertamente tratando de convencer a Gorbachov, su elección ahora es trascendental: o bien puede presidir el desmantelamiento de la Unión Soviética, o bien revoca su nuevo pensamiento y mantiene unida por la fuerza bruta la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas en trance de desintegración.
Tanto Gorbachov como sus oponentes conservadores saben que Azerbaiyán es sólo la primera explosión, a la que con toda certeza seguirán las otras repúblicas musulmanas asiáticas, donde el pueblo económicamente exhausto es incluso más anticomunista que los católicos polacos. A diferencia de los sólo ocho millones de habitantes de los Estados bálticos, los musulmanes soviéticos que quieren separarse de la URSS serán más de 125 millones el próximo siglo, un tercio de toda la población de la Unión Soviética.
Si Gorbachov permanece leal a la nueva era histórica que él ha contribuido a iniciar, encontrará un modo de permitir que Azerbaiyán abandone la Unión Soviética y se una a Irán -a la que estuvo unida antes de la anexión soviética a comienzos de este siglo- de una forma relativamente pacífica, ordenada, a la manera de la Europa oriental.
Dadas las nuevas realidades históricas de un comunismo fracasado y un islam vuelto a despertar, creo que en Asia central puede construirse una nueva estabilidad geoestratégica con la cooperación de una actitud realista, si no ilustrada, de los líderes soviéticos.
Lo que yo imagino es una confederación libre de los pueblos musulmanes del Asia central que incorpore a todas las repúblicas musulmanas que inevitablemente buscarán la secesión de la Unión Soviética (Azerbaiyán, Uzbekistán, Kazakistán, Turkinenistán y Tadjikistán). Subdesarrolladas y explotadas por la Unión Soviética durante décadas, ninguna de esas repúblicas podría subsistir por sí misma. Incluso los campos de petróleo de Bakú, en otros tiempos ricos, están ahora agotados. Pero juntas, afianzadas por el liderazgo cultural de Irán, que durante siglos ha sido el centro de gravedad de los musulmanes del Asia central, estos pueblos sometidos podrían al menos sentar las bases para un futuro prometedor. Precisamente vínculos de este tipo entre los diversos pueblos musulmanes florecieron a lo largo de la Edad Media.
Sin embargo, la evolución pacífica y ordenada hacia una confederación de este tipo en el siglo que viene no sólo depende de un liderazgo soviético realista y contenido; depende de un Irán fuerte.
Hasta ahora, tanto Estados Unidos como la Unión Soviética han preferido un Irán débil y se han reconciliado con el régimen de los muyahidin radicales -Estados Unidos, con armas a través del Irangate, y la Unión Soviética mediante la mejora de las relaciones económicas y políticas- Pero la agitación ahora abierta de las repúblicas musulmanas soviéticas debe hacer que ambas potencias piensen dos veces sobre si deben alimentar la inestabilidad en ambos lados de la frontera. La trágica carnicería de la guerra Irán-Irak es todo lo que uno necesita recordar para estimar el alcance de la violencia que una vez más podrían desatar en la región los débiles y temerosos muyahidin.
La única esperanza de estabilidad en Asia central en los próximos años de este siglo es un Irán fortalecido y estabilizado por un régimen democrático; una Unión Soviética que se dé cuenta de que no puede contener las fuerzas de la historia, y un Estados Unidos que deje de jugar a la trasnochada realpolitik tratando de utilizar a Irán como un tope contra el menguante poder soviético, ahora al borde de la desintegración.
Traducción: M. C. Ruiz de Elvira.Copyright 1990 New Perspectives Quarterly.
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