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La comodidad o el cambio

Por muy distintas que fuesen las acciones que sus votantes esperaban del socialismo en el poder en 1982, no me parece desacertado pensar que la oferta de cambio fue asumida por la mayoría de ellos con verdadera ilusión, aunque se diversificara el modo de entenderlo de cada uno, desde los pragmáticos, que veían fantasmas hasta en la sugerencia de no agitar ningún fantasma del pasado, hasta el ciudadano aquel a quien vi por televisión la misma noche de las elecciones declarando con emocionada firmeza: "¡Esta vez hemos ganado los pobres!".Hoy la clientela del partido en el poder parece haber variado. Cabe pensar que, con su trayectoria, el partido socialista ha conseguido atraer votos moderados, ha perdido voto de izquierda o escorado a la ízquierda y ha sostenido un voto de talante progresista que acepta -razonablemente o como mal menor- la actual línea de gobierno. En conjunto, puede decirse que en 1989 el disminuido voto al socialismo tiene uy carácter más conservador -que no más derechista- que el que le llevó al poder hace siete años.

Pero todo tiene un precio. En una primera etapa vimos el asalto a los bastiones de la reacción; en una segunda, la gestión del poder comenzó a imponer su lógica, que incluye el asentamiento y la conservación; la tercera ha empezado a alcanzarse: encarrilada una situación económica y rectificados los errores procedentes de un idealismo provinciano, la comodidad se ha impuesto. Ahora se gestiona la comodidad y se gestiona con comodidad. Parece que hubieran dicho: ¿para qué seguir avanzando cuando se puede permanecer consolidado? La cuestión es ver qué y para quiénes se está consolidando; porque la homogeneidad del partido no es la homogeneidad de los españoles.

Nuestro país exhibe entre sus males históricos el de la intolerancia, que ha dado como resultado una doble vida cuya manifestación es la hipocresía. Desde el hidalgo, que mantenía con palabras altisonantes la ruina de su casa y el vacío de su estómago, hasta el converso, que salía diariamente a la puerta de su casa a comer pan con tocino, la convivencia se ha asentado en la hipocresía, en la fachada... y, naturalmente, en la corrupción, la irresponsabilidad y la dejadez. Este país de pícaros, de hambruna, de chapuzas, de señoritos analfabetos y de dogmas hasta hace nada no ha podido cambiar de la noche a la mañana, pero lo importante es saber si nos hemos limitado a limpiar las viejas cañerías o si estamos rehaciendo de verdad las conducciones.

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A primera vista, la nueva relación entre el poder civil, el eclesiástico y el militar es el cambio más destacado producido entre nosotros, quizá junto con la integración en Europa. Parece también claro que el gran número de votantes que reconoció al socialismo capacidad ideológica para sacarnos del terruño y asomarnos al mundo moderno contaba con esos cambios sin el menor género de dudas (y, desde luego, la intentona golpista del 23-F- debió favorecer mucho tal voto). En todo este asunto, la liquidación del franquismo tiene un aspecto formal que se ha cumplido. No se ha cumplido, en cambio, el análisis crítico del período, que ya debiera haber empezado. Y queda por ver si el consecuente a la liquidación formal, esto es, la abolición de las estructuras mentales dogmáticas, intolerantes y rancias que lo protegieron, se está produciendo también y de manera efectiva, es decir, por convicción inmediata o paulatina de los españoles.

Pues en éstas, hoy son muchos los que reprochan al socialismo que haya convertido el mandato de acabar con esa "España en harapos que desprecia cuanto ignora" en otro más pragmático que se asienta peligrosamente cerca de la conciencia de que "no hay más cera de la que arde". Esto ha conducido a la primacía de la gestión -palabra de moda- sobre el cambio. Y, paralelamente, se ha producido otro desplazamiento: la idea de que la riqueza generaba desigualdad ha dado paso a la idea de que la riqueza genera bienestar. Todo ello de manera al parecer homogénea, se entiende, aunque sospecho que a partir de ciertos sueldos hacia abajo no se entienda tan claramente.

Quisiera poner un ejemplo de lo que llamo rehacer las conducciones. José María Maravall fue el ministro que dio la batalla de la educación, como todos recordamos, y se la jugó hasta el final; fue una dura batalla, entablada a cara de perro, contra los privilegios de la Iglesia y el Estado nacionalcatólico; fue agotadora porque en ella la Iglesia no defendía sólo una cuestión de principios -como en el caso de la ley del aborto-, sino el poder temporal, y ahí, amigo, había que echar toda la carne en el asador. La aplicación que hiciera el Gobierno de la victoria obtenida pertenece al terreno de lo opinable, pero la entereza y el riesgo del ministerio pertenece al terreno de las convicciones, de las ideas y de la vida civil; por eso, un principio sustancial para la convivencia democrática como es el de la educación, en manos de la pluralidad de españoles y no de la singularidad de una Iglesia, se puso en pie de ley sin que, en consecuencia, desapareciesen ni la enseñanza religiosa ni la iniciativa privada.

Cualquier parecido entre aquel envite, que al final acabó costando al ministro su carrera política, y la actual situación de comodidad ante cuestiones de base que permanecen intocadas es mera coincidencia. Si hay un ejemplo opuesto al anterior, éste es el de la pasividad ante un mal endémico: el corporativismo y la concepción corporativista de la sociedad; un corporativismo que, o bien por su capacidad innata de presión (desde falta de celo o dejadez deliberada hasta cerrazón a las reformas por miedo a la pérdida de su poder oscurantista), o bien porque en estos tiempos -que son de bonanza y no de resistencia- ha descubiertoel uso de la huelga como fórmula de insolidaridad, parasita a una sociedad en cuyo deseo de futuro está el germen de una consideración más justa de la libertad de las personas. Los grupos profesionales, gremios, etcétera, aferrados como lapas a la roca del ventajismo de clase, la inercia administrativa o el chantaje social, siguen discurriendo por donde discurrían: por el sistema szaiguíneo de la España profunda, y siguen siendo guarida de las peores maneras convivenciales y de las actitudes más egoístas y antidemocráticas. ¿Quién está haciendo algo frente a sus continuos abusos?

Yo no pretendo dar lecciones ni soy analista político, pero los hechos están a la vista. La resignada contemplación de estos cuerpos cerrados y autoprotectores como maquinaria inatacable hace pensar que el cosite político del enfrentamiento debe ser demasiado alto, por lo que el poder se dedica más a proveer las cafierías que a rehacer las conducciones. Yo no creo que hubiera -ni que haya- otro grupo con mejores posibilidades que el socialista para encauzar las aspiraciones de la España posterior a la dictadura, pero o bien la carga es excesiva o el tiempo inexorable. La distancia que media entre los dos ejemplos expuestos es contundente. ¿Hemos llegado a ese estadio en el que hay que cerrar los ojos para poder continuar? Son las ideas las que generan las grandes esperanzas; el beneficio puro y duro, tanto del poder como del dinero, sólo genera movimiento en los bolsillos. Aquellos de entre los gobernantes que han decidido instalarse en la comodidad van camino de confundir las necesidades de la oficialidad con el ruinbo de la nave, y conviene recordarles que, con todo su lastre, esta nave dio sus primeras bordadas hacia la libertad porque en España empezaron a cambiar las costumbres (y con ellas las mentalidades), no porque la fortaleza franquista se derruinbara sola y repentinamente.

En los setenta, de una inanera sorda pero imparable, se ¡nició un camino al cabo del cual la mayoría absoluta del país acabó dando su voto a los socialistas en 1982. No puedo creer que hayan olvidado cómo sucedió aquello.

es escritor.

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