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El 'Nuevo Nautilus'

Manuel Rivas

El viento, que aquí suena como el roncón de una gaita insomne, ha puesto una marquesina con rúbrica autonómica, de diseño levemente futurista, pero esqueleto inconsistente, con las patas arriba. Los negrísimos 300 cuervos de Xallas que inmortalizó el bardo Pondal vuelan prosaicos sobre vertederos clandestinos. Hay en la cuneta una lavadora destripada con ojo de buey. Y los montes incendiados huelen a azufre pasado por agua de gerarnio, como si el demonio se lavase la cara con hierbas de san Juan.A la entrada de Laxe hay un rótulo azul desteñido con estrellas oxidadas donde reza: municipio europeo. Hacia el centro de la villa hay un videoclub, el Siglo XXI, y, en el escaparate destaca el reclamo de un filme bélico: Dernasiado joven para ser héroe. Por lo demás, el tiempo ha puesto bitono en la artesana cartelería que reclama un hospital comarcal. No es fácil parir en la costa del Norte. Morir es, a veces, una complicación.

A las 20.40 del pasado 5 de octubre, el, pesquero Nueva Nautilus, con base en Laxe, comunicó por radiofonía con un arrastrero de Corme. Soplaba el noreste, pero todo iba bien, Volvían a casa. El Nuevo Nautilus, construido en 1985, tenía casco de madera, 9,98 toneladas de registro bruto y 10,651 metros de eslora. A veces, en la primavera, se aventuraba por las costas asturianas y el golfo de Vizcaya, e incluso hasta el Mediterráneo. Según la temporada, andaba a la sardina, el jurel, el pulpo o el rape. Jesús Manuel Soneira, de 24 años, casado y con dos hijos de cuatro y tres años, era su propietario y patrón. El mar era para él un medio de vida, pero también, sin tópico, tina vocación, único pescador entre 10 hermanos, estudiante de náutica en Valencia y La Coruña; desde crío gateaba las chalanas y barcos de Laxe, que tienen nombres de santos y de mujeres. A los tres, años le llevaban ya por la ría.

Los otros cuatro pescadores, que acompañaban a Jesús Manuel aquel 5 de octubre eran Germán Santiago Díaz, de 25 años, casado, tres hijos; José M. Rama, de 29 años, casado, un hijo; José A. Monteiga, de 25 años, casado, un hijo, y Manuel Ramos, de 15 años. Este último muchacho -en Laxe le nombran ahora como o rapaciño- se iba a incorporar al día siguiente a un centro de FP en La Coruña. Para la paga, en este tipo de barcos se va a la parte. Se pesan las capturas y, después de descontar gastos, mitad para la embarcación, mitad para los tripulantes. Los días que no hay pesca o que el mar se encabrona, no hay ingresos.

El Leviatán burocrático y recaudatorio no se ve afectado por las borrascas que llegan de las Azores. Cada mes, uno de estos jornaleros del mar ha de cotizar 9.514 perras, y si el barco tiene más de 20 toneladas el trabuco se pone en 14.338, si es marinero, y 17.461, si es técnico. Por el muelle de Laxe, apoyado en muletas y escoltado por gaviotas, cura nostalgias un pescador, con cuatro hijos menores, que cobra de pensión de invalidez 27.928 pesetas mensuales. Una viuda del mar, enlutada y fugaz como una sombra chinesca bajo la lluvia, murmura que se debe arreglar al mes con 23.780 pesetas. Cuando no se tiene propia, el promedio de alquiler de una vivienda en Laxe es de 15.000 pesetas.

Pero estábamos en el 5 de octubre con el Nuevo Nautilus de vuelta a casa. "Llegaremos a las doce", le había dicho Jesús Manuel a Julia, su mujer. Y era puntual como una marea lunar. Pero no llegó a medianoche, ni tampoco a la una, ni a las dos. Quizá se habían ido a La Coruña a vender el pescado. A veces lo hacían. Pero eran las cinco de la madrugada y tampoco llegaron. Se dio la voz de alarma y a primera hora de la mañana del día 6 salieron en su busca todos los barcos de Laxe con sus nombres de santos y de hembras. Nada, ni rastro. También salió la lancha de la Cruz Roja local, pero está tan averiada que es un riesgo para el salvamento y socorrismo. Así que tuvo que regresar.

La tragedia coincidió con la campaña electoral, pero ninguna autoridad asomó por el pueblo. De Suiza, sí, llegaron cinco hermanos de Jesús Manuel, que trabajan en la construcción, y que, con los pescadores, exploraron las amplias avenidas del mar hasta quemarse los ojos con salitre. En los muelles comenzó a rumiarse el dolor con la ira. Oficialmente se decía que buques de la Armada colaboraban en la búsqueda del Nuevo Nautilus. Las gentes de Laxe juran indignadas que sólo se les vio para llegar y marcharse o para hacerse notar protocolariamente en el puerto de Corme.

El 27 de octubre, el arrastrero Himajo, con base en Corme, enredó sus artes en un obstáculo submarino, a unas seis millas de la costa y a 150 metros de profundidad. Al izar las redes aparecieron restos de un aparejo que no era el suyo. Todo seguiría igual de no ser por un detalle en el que sólo Julia podría reparar: las pequeñas plomadas estaban sujetas al sedal con un lazo rosa. Ella misma las había cosido con sus manos. Si estaban ahí, tan cerca, qué menos que sacarlos y enterrarlos como cristianos. Para entonces el niño había vuelto de la escuela: "Díxéronme que o meu papá morrerá". Y la niña preguntaba: "¿Por qué tarda tanto en chamar papá?".

Dos arrastreros de Corme intentaron acercar el buque hundido a una zona de la costa con menor profundidad para que pudiesen operar los submarinistas. Los aparejos se rompieron una y otra vez. Pero traían mensajes fragmentados. Un cenicero. Una lona con una inscripción que se completaba con otra que había quedado en tierra. Un pañuelo enlodado que Julia lavó y que ella misma había metido en el bolsillo de Jesús. Un hornillo. Un pantalón de aguas que, por el largo de pierna, tenía que ser de o rapaciño. Incluso unas visceras, no se sabía si humanas o de algún habitante de los fondos marinos. Así que un hermano de Jesús las metió en una bolsa de plástico y se fue a la Farmacia para guardarlas en formol. Pero no había allí formol De farmacia en farmacia, con la bolsa en el coche, recorrió inútilmente la costa. Finalmente, en Carballo, consiguió un envase con suficiente formol, y de allí mandaron los restos a Santiago. Y de Santiago los eriviaron a, Madrid. Y por ahora no saben más.

Ante los continuos fracasos, los familiares y los tripulantes de los arrastreros de Laxe decidieron confeccionar un aparejo especial, lo suficientemente resistente. Mientras tanto, los hermanos de Jesús, apenas sin dormir durante un mes, tuvieron que regresar precipitadamente a Suiza si no querían perder sus puestos de trabajo. Saben que hay un barco de la Armada en Cartagena que podría hacer frente técnicarnente al rescate. También los hay en Holanda. En la Xunta les dijeron que enviarían un télex a la Armada, pero en la Armada les dicen que desde la Xunta no enviaron ningún télex. Desde aquí, desde Suiza, hicieron hasta 40 llamadas telefónicas diariaís. Hablan con "un señor de Madrid". Recurren a los conocidos de otros emigrantes para ver si aparece alguien con influencia. Envían telegramas al ministro de Defensa, al presidente del Gobierno, al Rey. Nada. Ni una respuesta de pésame. No es fácil mover cielo y tierra, con un casco de obra, desde una cabina en Suiza.

Con el nuevo aparejo tampoco se consiguió arrastrar lo necesario al buque. El temporal paralizó las operaciones. Además, apareció una bandera holandesa raída y quieren convencerles de que lo que está ahí abajo no es el Nuevo Nautilus.

En el muelle de Laxe, mientras mujeres enlutadas cosen redes, acarician los lazos rosa, los únicos lazos rosa de la costa da Morte. ¿Dónde está, rayos, la prensa del corazón?

Manuel Rivas es escritor y periodista.

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