Un juez
"Ahora que nos van a subir el sueldo a los jueces, me muero". -exclamó durante la agonía Antonio Carretero. Y dicho esto se murió de veras. Los amigos nos hemos quedado en el peluche de Bocaccio contemplando la copa de cava que él dejó abandonada, mientras su espíritu ahora se hallará en algún lugar del universo dirigiendo con batuta de marfil una banda valenciana que interpreta el pasodoble Paquito el Chocolatero. Pero su cuerpo es ceniza, sólo ceniza. Desde la borda de una barca de pesca ha sido arrojada al mar de Villajoyosa y así su memoria se ha hecho azul después de tantos días de ingenio. También su sabiduría se ha convertido en polvo entre los pliegues de los sumarios que duermen atados con leznas de zapatero en los anaqueles de juzgados y audiencias. Antoñito Carretero tuvo que juzgar y sentenciar en esta vida a otros mortales y sin duda lo hizo con talento, mesura e ironía. No obstante quiero recordarlo como un hombre que luchó por sus ideas con lealtad hasta más allá del escepticismo. En general le adornaban todas las virtudes que exige un cadáver de primera calidad en el momento del elogio en sus exequías. Sabía mucho Derecho, cumplió con su deber, ejerció el valor sin darse cuenta y en el tiempo de la dictadura levantó carcajadas contra el régimen en las tertulias del bar haciendo terrorismo con el sarcasmo. Fue un rojo pasado por el humor. Fundó Justicia Democrática e iba con un maletín por los caminos llevando la buena nueva de la libertad hasta las apartadas serranías. Estaba flaco como un vaquero, tenía la mirada desvalida y una sonrisa de bondad con la que pedía auxilio a los amigos para compartir el absurdo de la existencia. Pero coronando todas sus convicciones estaba siempre el arroz, un solo de bombardino y el disparate fallero que le servían de metáfora para sobrevivir. Y ahora el mar de Villajoyosa por donde su memoria navega ha efectuado sobre sus cenizas el último nudo marinero y en su honor estará sonando el paso doble Paquito el Chocolatero en algún punto de las esferas.
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