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LA CRISIS DEL BBV

La sombra del padre Bernaola

La formación jesuítica que comparten los hombres del Bilbao y del Vizcaya singulariza su enfrentamiento

Enric González

La figura del padre Bernaola, a cuya sombra se forjaron. cientos de futuros banqueros e industria les y cuyo espectro protagonizó durante años las pesadillas de tales jóvenes, vuelve a cernise sobre el Banco Bilbao Vizcaya. En los momentos cruciales resurge el espíritu que insufló el singular maestro a varias generaciones de estudiantes, en cuya relación aparecen muchos de los nombres de quienes ahora deben decidir el destino del gran banco vasco, del mayor banco de España. La enseñanza fue sencilla: no bastaba ser muy bueno. Había que ser el mejor en la situación más imprevisible. Había que aprovechar la oportunidad.La Universidad Comercial de Deusto latía al ritmo que marcaban los recios pasos del inflexible jesuita, director y alma de la institución que los grandes próceres de la pujante burguesía vasca habían creado en 1916 para sus retoños. Corrían los años cincuenta y el rostro de Bernaola era casi un trasunto del augusto frontispicio de la Comercial, la catedral que para sí mismos y para sus sucesores habían erigido los prohombres vizcaínos en la margen derecha de la ría, y cuyo cuidado encomendaron a la Compañía de Jesús. Bernaola elaboraba personalmente los planes de estudios. Bernaola comprobaba personalmente la puntualidad de alumnos y profesores. Bernaola tomaba personalmente cualquier medida disciplinaria, sin que le temblara el pulso a la hora de firmar una expulsión. Bernaola formaba parte de la vida de cada uno de sus estudiantes y casó a muchos de ellos, una vez licenciados. Sucesivas promociones de futuros capitanes de empresa, como José Ángel Sánchez Asiaín, Pedro Toledo, Alfredo Sáenz y muchos otros jovencitos encorbatados, se sentaron diariamente en los bancos de la capilla de la Comercial mientras sus mentes se abandonaban a la dulce ensoñación del balance inmejorable y el beneficio infinito.

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La Comercial, símbolo augusto de la margen derecha, la margen noble, de la ría de Bilbao, forjó en sus aulas a la gran mayoría de los hombres que protagonizaron la fusión del Banco de Bilbao y el Banco de Vizcaya. "Aquí se forman personas que gustan de competir", dijo el decano de la Comercial, Antonio Freije, cuando hace dos años el Bilbao y el Vizcaya decidieron unir sus destinos. "La Comercial nos ha dotado de una cultura común, de un espíritu que nos hace mentalmente bastante homogéneos", dijo a su vez un ex alumno, alto directivo del Vizcaya. La homogeneidad cultural facilitó, en enero de 1988, el inesperado acercamiento de dos entidades que, desde siempre, habían mantenido una enconada rivalidad, cada una en su acera de la Gran Vía bilbaína. Esa misma homogeneidad es la que permite también explicar la lucha por el poder desatada en la cúpula del gran banco vasco cuando el cadáver de quien estaba llamado a dirigirlo después de 1992, Pedro Toledo, aún no había recibido sepultura.

La oportunidad

La Comercial, la Compañía de Jesús, el padre Bernaola, el musgo secular de Deusto imprimieron a quienes se sentaron en sus aulas una actitud indisociable en el fenómeno del nacimiento y la consolidación de la burguesía vasca: el accidentalismo y el sentido de la oportunidad. Las situaciones jamás debían ser buenas o malas. Todo dependía de la capacidad de adaptación y reacción. Fernando García de Cortázar, jesuita, historiador y uno de los decanos de la Universidad de Deusto, definió el espíritu jesuítico como "fundamentalmente burgués, en el sentido de precisar un éxito terrenal y de saber acomodarse a las circunstancias históricas".

Los bancos Bilbao y Vizcaya suponen un perfecto ejemplo de ese carácter. Cuando el franquismo empezó a ser una herramienta política en manos de los tecnócratas del Opus Dei, el Vizcaya se cuidó de poner al frente de sus intereses a Enrique de Sendagorta, un hombre del Opus; el Bilbao contaba a su vez con un influyente consejero, Faustino García Moncó, uno de los gurús de la tecnocracia de los sesenta. En la década siguiente, España y ambos bancos hicieron su transición. El Vizcaya eligió a un ingeniero frío y calculador, Ángel Galíndez, para diseñar un ordenado traspaso de poderes a la nueva generación, representada por un joven ambicioso y carismático llamado Pedro Toledo.

El Bilbao optó directamente por un catedrático de Hacienda Pública y Derecho Fiscal, José Ángel Sánchez Asiaín, de enorme ascendente intelectual sobre un joven sevillano, Felipe González, que, poco tiempo después, en 1982, alcanzó la jefatura del Gobierno español con una aplastante mayoría de votos. La crisis bancaria que sacudió al sistema financiero español, cubriendo de cicatrices los cuerpos más robustos, permitió sin embargo al Bilbao y, sobre todo, al Vizcaya, engordar sus activos con bancos enfermos que supieron absorber ávidamente.

Cuando, en 1987, la corneta del Gobierno socialista llamó a fusión a la banca, quien soplaba el instrumento era un antiguo empleado de Pedro Toledo llamado Carlos Solchaga. Y quien primero atendió la llamada fue Sánchez Asiaín, lanzándose a un supuesto paseo militar sobre el reducto de la paleobanca: el Banco Español de Crédito. Pero la aparición de un desconocido -alumno también de Deusto- llamado Mario Conde frustró los planes del Banco de Bilbao y Sánchez Asiaín sufrió una estruendosa derrota. Su vecino Pedro Toledo supo sentarse a la puerta de casa, sabiendo que el catedrático vencido no tardaría en aparecer con una rama de olivo en la mano. El 31 de diciembre de 1987, Sánchez Asiaín y Pedro Toledo pactaron verbalmente la fusión de sus entidades. Para el Bilbao, era la única salida digna tras el revolcón de Banesto. Para el Vizcaya, era el gran triunfo del accidentalismo: aprovechaba las brechas del viejo rival, que siempre había ido por delante, para penetrar en su recinto.

José Ángel Sánchez Asiaín y Pedro Toledo exhibieron un cuidado exquisito a partir de entonces. Siempre juntos, siempre sonrientes, capitanearon con mimo la creación del mayor banco español desde una copresidencia que había de concluir a mediados de 1992. Para entonces, de acuerdo con el diseño de la fusión, se habrían limado las asperezas entre los dos equipos y la mezcla de sangres habría concluido. Sánchez Asiaín, el hombre abatido contra un ventanal tras la derrota de Banesto, sabía sin embargo que su futuro vencía a plazo fijo. En 1992, tras el periodo transitorio, su compañero Toledo, más joven y sin el estigma del fracaso grabado en el entrecejo, se haría cargo en solitario del gran portaaviones bancario.

Nadie ignoraba que tal destino estaba escrito. Y, en los despachos, la mezcla de sangres se desarrollo en consonancia. Los agresivos glóbulos del Vizcaya, duros y ambiciosos como su jefe, arrinconaron casi sistemáticamente a los glóbulos del Bilbao. En cada órgano burocrático, en cada arteria de la entidad, una sorda lucha por el poder iba decantando la fisiología del nuevo BBV hacia las características; genéticas heredadas de uno de los padres. El gigantesco niño se parecía cada vez más al Vizcaya, y cada vez menos al Bilbao.

Quejas y gruñidos

Pero los tíos carnales de la criatura -los riquísimos Muguruza, los influyentes Madariaga, los poderosos Ybarra- se guardaron siempre de hacer comentarios públicos. Sólo entre percibían sotto voce amargas quejas o roncos gruñidos de triunfo cuyo rumor arrulló el irregular pero imparable desarrollo de la fusión.

El miércoles pasado, casi dos años después del alumbramiento del BBV, se rompió el destino. Con el último aliento de Pedro Toledo, inútilmente embarcado en un vuelo hacia una esperanza demasiado remota, expiró toda una historia. Sin Pedro Toledo, el micromundo del BBV cambió radicalmente. Para el primer banco español se abría una nueva etapa. Para los antiguos alumnos del padre Bernaola se abría algo mucho más importante, algo para lo cual sus colmillos fueron cuidadosamente afilados durante años: una oportunidad.

La frenética reacción de unos y otros hubiera enorgullecido al viejo jesuita. Sus discípulos del Vizcaya, capitaneados empero por Ártgel Galíndez, el patriarca tranquilo que no se formó en Deusto, se apresuraron en nombrar un sucesor. Del repentino cónclave surgió la figura de Alfredo Sáenz Abad, un hombre ajeno a las grandes familias bancarias -igual que Sánchez Asiaín, hijo de comerciantes- y forjado a la sombra de Bernaola, quien ofició incluso su boda, igual que Pedro Toledo, (quien era sin embargo nieto de un consejero del Bilbao. Sáenz, bilbaíno arquetípico, número uno de su promoción en la Comercial, era un excelente gestor bancario, un auténtico Moltke de la estrategia financiera -flexibilidad de las fuerzas, diversificacíón de los frentes- que, sin embargo, conoció por un periodista que un día existiera el antiguo general prusiano. Sáenz debía suceder, según las huestes de Galíndez, a Pedro Toledo. Con todo su poder y con su mismo destino.

Pero los hombres del Bilbao también estudiaron en la Comercial y no vacilaron tampoco en lanzarse a la oportunidad, su oportunidad. Sánchez Asiaín, el general que fuera vencido un día, vio llegado su momento. Mientras el Vizcaya preparaba su mensaje -"Sáenz será el nuevo copresidente"-, el Bilbao tenía ya lista la respuesta -"el proceso de fusión y copresidencias ha terminado: un solo banco, bajo un solo presidente"- Sánchez Asiaín, humanista a la par que banquero, cono cía perfectamente la vieja sentencia clásica: Graecia capta, victoriam caepit. Grecia, vencida, alcanzó la victoria. Y no dudó en ofrecer su propia cabeza para que, en último extremo, se nombrara a un tercero. Ese hombre alternativo podría ser, por ejemplo, Emilio de Ybarra, hombre del Bilbao y actual vicepresidente del BBV, miembro de una de las familias más ilustres del consejo de la entidad, con raíces antiguas tanto en uno como en otro banco de la entidad y una indudable, por lo silenciosa, vocación presidencial. La designación de un hombre del Bilbao al frente del BBV permitiría redefinir las características de la criatura. Permitiría reescribir la historia reciente. Permitiría que, al fin, el bando en retirada obtuviera la victoria.

Bilbao y Vizcaya pugnan de nuevo por el poder en el BBV, aprovechando la mayúscula oportunidad que abrió la trágica e inesperada muerte del hombre a quien el destino amparaba. El padre Bernaola, allá donde esté, puede sentirse orgulloso de sus ágiles discípulos. Pedro Toledo, sin duda, debe comprenderlo: él sabía también que no debe desaprovecharse la oportunidad. Sea cual sea su causa.

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