Sombras sobre la postal
El deterioro urbanístico y natural amenaza la imagen tradicional de Galicia
En Nueva York se levantan rascacielos con granito gallego, mientras que en cualquier pueblo de Galicia el cemento y el azulejo borran cada día las antiguas casas de piedra y galería. Contradicciones como ésta forman parte de la vida normal de la comunidad autónoma, que, aunque padece un endémico atraso industrial, acoge una de las factorías más contaminantes de Europa. El paisaje gallego ha sufrido en los últimos 30 años una agresión sin límite, incluida la quema de un millón de hectáreas de bosque.
El 40% de los 313 municipios gallegos no dispone aún de ningún planeamiento urbanístico. Ciudades como Santiago y Lugo se encuentran en estos momentos en proceso de aprobación de sus planes de ordenación urbana en medio de fuertes protestas vecinales.El arquitecto Pedro de Llano sostiene la teoría de que los gallegos "cuando tienen un metro cuadrado de terreno creen que de ahí al cielo todos los derechos son suyos". En consecuencia, cuando se intenta imponer restricciones a la construcción, la gente se resiste y "las autoridades acaban por no tener ningún interés en aprobar los planeamientos. Les da igual que se edifiquen casas con licencias de galpón". Esta anarquía urbanística fue el marco ideal para que impusiesen su ley los especuladores nacidos al amparo del desarrollismo de los años sesenta. En esa época se produjo un descenso en la emigración hacia el extranjero en favor de las propias ciudades gallegas, que hasta entonces se mantenían arquitectónicamente casi intactas.
Después de 30 años, en Vigo el cemento ha ahogado los bellos edificios modernistas de principios de siglo; en La Coruña dejaron de construirse galerías y se abandonó la vieja medida según la cual una casa tenía que tener el ancho de un remo, y en Santiago se ha levantado una colmena para estudiantes al lado de uno de los cascos antiguos más hermosos de Europa. Los tímidos intentos de los últimos años por racionalizar la situación han llegado ya demasiado tarde, en opinión de los expertos.
Tampoco en el medio rural los gallegos han demostrado demasiado interés por conservar sus viejas tradiciones arquitectónicas. Las villas marineras son hoy en su mayoría un laberinto amorfo de alturas y construcciones, fruto del desmedido afán inversor y de la política de manga ancha de las autoridades municipales. Al igual que en el interior, la piedra, material típico de la arquitectura tradicional gallega, ha sido sustituida por azulejo, ladrillo y aluminio. El único rasgo diferenciador que ya casi pervive son los pequeños pueblos donde todavía se puede percibir una curiosa mezcla de toda clase de vivos colores, residuo de la antigua costumbre de pintar las casas con lo que sobraba de recubrir los cascos de los barcos.
Ramón Varela, presidente de la organización ecologista Adega, no cree que los gallegos carezcan de conciencia ecológica. "No se les puede pedir mucho a los ciudadanos cuando no han sido educados, y las situaciones más anormales, como los incendios forestales, se convierten en cotidianas".
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