'Centauros del desierto'
22.35 - TVE-2 (113 minutos).Al principio de Centauros del desierto, desde dentro, en plano subjetivo, la puerta de una cabaña se abre y sus moradores divisan en el horizonte a unos polvorientos jinetes que se acercan. Uno de ellos es Ethan Edwards, que regresa a casa de su hermano y su cuñada tras varios años de ausencia por la guerra. Es un personaje derrotado, un dinosaurio fuera de su tiempo a quien en la última escena -cuando esa misma puerta va a cerrarse en modélica simetría- vamos a descubrir desencajado del paisaje, solitario y sin rumbo.
Entre una imagen y otra, John Ford nos va a contar la dura y larga búsqueda de una niña -la sobrina de nuestro homérico personaje- raptada por los indios, en una de sus películas más perfectas y, por extensión, una de las películas más perfectas de la historia del cine, cumbre del western y de toda su significación moral y épica y de lirismo en exacto maridaje.
A la misma altura -y, para muchos, más arriba todavía- de la posterior El hombre que mató a Liberty Valance, Centauros del desierto es poesía del crepúsculo, luz cenital iluminando corazones que palpitan al fuego de la tragedia.
La sensibilidad de Ford y su pudor alcanzan la cúspide de su arte, y hay que prestar mucha atención a cada gesto, cada mirada, cada palabra de sus personajes, porque en ellos perviven infinitas sensaciones; véase, por ejemplo, cómo, con sólo acariciar su abrigo, comprendemos que un día, presumiblemente lejano, la mujer de la casa estuvo enamorada de su cuñado, Ethan, personaje que halla en John Wayne su única encarnadura posible, y es razonable pensar que no es casual que el último hijo del actor fuera bautizado con el nombre de Ethan: como en otros tantos grandes títulos de John Ford por él interpretados, personaje y persona son uno.
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