_
_
_
_
Tribuna:NOTICIAS DE ABAJO / 5
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

¡Mueran los autómatas!

Vamos a ver si se entiende, hombre. Que es que, cuanto más claro se dice, más miedo le da a usted entenderlo, por lo cual se dice usté enseguida "No lo entiendo", a ver si así no lo entiende y se salva. Habrá que buscarle las vueltas a ese truco.Ello es que el hecho de que usted no lo entienda, y unos cuantos miles como usted tampoco, no quiere decir que la gente no lo entienda; porque V. no es la gente, ni millones de ustedes que se sumen. Cuando habla la gente, la gente entiende. Porque la memez es cosa personal, pero la inteligencia es del pueblo; pues la sola inteligente es la razón común, el solo que habla bien es el lenguaje, que es, como V. sabe, público y popular.

Pues bien, del mismo modo, sólo que al revés, el hecho de que V. y miles como V. se traguen todavía las idioteces y mentiras que les cuentan desde arriba Estado y Capital no quiere decir que la gente se las trague. Cierto que al Estado y Capital, para sus fines de venta y votaciones, les basta con que traguen y obedezcan usted y miles como usted, y mejor, la mayoría de ustedes; así marcha el negocio, y para eso están los Medios de Formación de Masas, que, como usted ha oído, son masas de individuos personales, como usted de habían contado que el Individuo o la Persona es lo contrario de las Masas y que es la libertad personal la que está oprimida por el Poder?: pues ya ve usté: otra de las trolas como puños que le meten), pero, con todo, es importante, y el solo consuelo y aliento que nos queda, el recordar que la gente, en cuanto gente, sigue sin creérselo, sigue murmurando por lo bajo "No, no me lo trago", y mientras por encima de usted, con los otros súbditos y consumidores, obedece personalmente, sigue por debajo de ustedes la resistencia del pueblo interminable.

Rumbo y postín

Por eso aquí tratamos de hablar desde abajo, para que se entienda por lo bajo. Lo hemos hecho con el Arte y con la Economía, y nos parece bueno hacerlo hoy con la automatización y con las técnicas informáticas que la acompañan.

Porque, ¿hay cosa de más rumbo y más postín en nuestros días? Usted a lo mejor no sabe BASIC ni COBOL y tiene unas ideas muy vagas de para qué sirven; pero de tal modo le han convencido de que eso es lo que manda y lo que los tiempos piden, tan aterrado estará usted de ver, por ejemplo en las páginas asalmonadas de este mismo Rotativo, cómo la Empresa pide informáticos a esgalla, que, si tiene V. en casa un mozalbete o una mocita no vacilará en. lanzarlos a estudiar de eso y a prepararse para el manejo de los chismitos automáticos; porque eso es lo que tiene futuro, y usted, claro, está paternalmente preocupado por el futuro de sus retoños los ratos que no está preocupado con el suyo propio, que está más cerca.

Ahí está el punto: en eso del futuro. Vamos a ver si le curamos a V. un poco de los fantasmas de esta Religión que nos ha tocado.

Por acá abajo, cuando nos hablan de automatización y de sus infinitas posibilidades de aplicación a empresas y servicios, lo primero que hacemos, como el apóstol Tomás, es intentar palparlo. Y no nos faltan las ocasiones; usted también las tiene, y ya, llevamos cantidad de años palpando por todas partes y sufriendo los resultados de la automatización y las habilidades informáticas.

Me limito a unos pocos servicios públicos.

Por ejemplo, el de Correos, que era aquí tradicionalmente, como acaso V. recuerda, la única cosa que marchaba bien. Bueno, pues ya no marcha bien: marcha incluso cada vez peor. Al mismo tiempo, tiene V. noticia de cómo en eso, como en todo, llevamos ya unos veinte años automatizando, entre otros mecanismos, la distribución de correspondencia (¿recuerda que hace ya mucho que le mandan a V. poner los sobres con unos numeritos y en ciertas posiciones, para que pueda el autómata leer más cómodamente?): pues sería V. demasiado distraído si quisiera separar lo uno de lo otro, la automatización progresiva (con el consiguiente ahorro de número de funcionarios) y la progresiva deterioración de los servicios.

Pero ahí todavía es poco: pase V. a Teléfonos. No me diga usté que no lleva sufriendo años, pero cada año más intensamente, las consecuencias de la automatización: cambio de locutorios por cabinas que funcionan más o menos cuando quieren, algo así como el 60% de las veces, poniéndonos optimistas (y me da igual que las causas sean los propios enredos de los autómatas o la intervención suplementaria de gamberros desesperados), pero últimamente, mucho más refinado el estropicio: líneas ocupadas o embrolladas el 80% de las veces (puede V. pasarse fácilmente un cuarto de hora oyendo las más variadas señales y pitidos antes de conseguir, si llega, la ansiada comunicación), y cuando no, cambios un par de veces al año en las cifras del número del abonado (ésas que, para bien de la población, tenían que ser tan constantes y consabidas como debía serlo la hora del expreso de las diez y cinco), cambios de los que, al azar, recibe V. aviso por la voz grabada para el caso o ni lo recibe. Pues bueno, todo eso se ha conseguido y se conseguirá cada vez mejor gracias a la automatización, gracias a que hay ejecutivos que están para introducir un nuevo cambio de programas, ¡genial! y a que hay chismitos informáticos nuevos que hay que colocarles a las Compañías.

Pues no digamos de la RENFE, la empresa aquí encargada de vender el ferrocarril a los intereses del Auto y del Estado: ahí los resultados de la automatización a que sañudamente se dedican, se perciben desde las taquillas, donde nunca se ha tardado tanto y se han pasado más penas para sacar billete como desde que la cosa se ha venido haciendo automática (un recuerdo también para los taquilleros, a alguno de los cuales he visto caer en ataque de histeria, cogidos entre el chisme en disfunción intermitente y el público exasperado), hasta los accidentes ferroviarios: le sugiero a V. que, cada vez que vuelva a haber uno y, al analizar las causas, le hablen de fallos humanos, les exija V. dar cuenta puntual de qué fallos humanos son ésos, a ver si lo humano no son por ventura algunos dispositivos automáticos a los que se habían fiado los oficios de vigilante de circulación o de guardagujas.

Una mañana que no llegaA qué más ejemplos: que los lectores de esto que lean desde abajo manden carta al Director de este Rotativo aportando sus testimonios.

Ah, pero -le dirán a usted- eso es que estamos aún en vías de organización, con vistas al mañana: ya verá V. mañana, cuando todo se haya automatizado debidamente, qué bien marcha todo, con qué ahorro de tiempo y qué comodidad. Ese mañana (ya va teniendo usté experiencia para sospecharlo), ese mañana no llegará nunca -se lo aseguro a V. con más tanto por ciento de probabilidad que cuando le prometí a una oyente por la radio que no le iba a tocar nunca el premio de la Lotería-. Ese Futuro está destinado a ser siempre futuro, a trocarse por otro Futuro, que para el futuro cumpla las mismas funciones que este Futuro cumple para el presente. Siempre "Estamos de reformas; disculpen las molestias", siempre en obras, siempre en vías de desarrollo: ésa es la consigna del Capital y Estado que nos toca.

Si consiguieran Ellos llegar a un mundo en que los autómatas marcharan perfectamente, ese mundo sería ciertamente el horror mismo de la Apocalipsis del Orden. Por fortuna, no pueden conseguirlo.

Y ya es bastante viejo el cuento de la automatización para que la sola experiencia le dijera a usted el desastre y el embrollo progresivo de la vida que con ello le preparan; pero la lógica también (ella, que es mucho más popular que la experiencia) le dice las razones por las que el proyecto de automatización de que hoy viven Estado y Capital es inviable: cualquiera que haya intentado alguna vez (¿y quién no ha pecado en eso?) regular su propia vida y organizarse de una vez para siempre, ponerse horarios y dotar su piso de todos los implementos conducentes a que cada cosa esté en su sitio y todo marche de una vez como la seda, tiene con esa modesta experiencia lo bastante para saber adónde va a parar el intento a medida que se perfecciona; para saber, en fin, lo que cualquier niño sabe: que, en la medida que aumenta la complejidad de una organización o de un programa, en la misma medida se da inevitablemente entrada a más y más factores azarosos o ruidos, como dicen los informáticos, que desconcierten el programa, y si a su vez se desarrolla un programa para prevención y eliminación de ruidos, nuevamente, al aumentar la largura del programa y la complejidad, etcétera. Es una ley elemental que les regalamos aquí a los Ejecutivos de Dios, para que a su vez la incorporen como otro factor imprevisto en el programa de los programas del Futuro.

Conste que no se habla aquí contra el automatismo en general: no hay cosa más bendita y maravillosa que el dispositivo del organismo humano por el que muchas actividades, en principio raciocinantes y voluntarias, se convierten en automáticas y nos ahorran así mucho gasto de premeditación y afán, que quedan libres para mejores usos: así bailamos y tocamos el piano y hablamos. No: la estupidez está precisamente en el empeño de dedicar a las poblaciortes a la producción y manejo, trabajoso y consciente, de una miríada de automatismos exteriores, que no sirven más que para aumentar nuestros afanes en procesos triviales y de trámite, y dificultar más y más que manos y razón se dediquen a mejores cosas.

Bueno, en dos palabras: los autómatas y la Informática, lo núsino que el Arte Clásico o de Vanguardia y que la Economía de los economistas, a la gente común y corriente no le sirven para nada, y por tanto, les pesan, les oprimen y les ocasionan complicaciones estúpidas y carga intolerable. Y eso es razón bastante para denuncia de su mentira.

La gloria de Dios

En cambio, a Ellos, a los Agentes de la Empresa, la Banca y el Estado... ah, a Ellos, ¡cómo que les sirven!: como que ya sin eso no podrían seguir un momento desarrollando sus manejos, su producción de inutilidades y su fin último de idiotización de las poblaciones. Para Ellos son los autómatas, entérese usted, para la gloria de Dios; pero no para usted, en lo que usted siga siendo vivo y gente, usted a quien las máquinas de los abuelos habían prometido liberarlo del trabajo y la preocupación por las pejigueras cotidianas, y a quien el desarrollo de los autómatas no hace más que proporcionarle nuevos trabajos, pejigueras y preocupaciones.

Y, claro, entre los Ejecutivos a los que la automatización les sirve están también los sociafizantes y sindicaleros, que, como se han tragado entero el programa, encuentran muy bonito y progre que la producción de autómatas y demás cacharros inútiles siga produciendo Puestos de Trabajo; más o menos, los mismos que se suprimían con la automatización de los servicios: veinte ferroviarios, guardagujas o jefes de estación menos, para que tengamos veinte ingenieritos, de chips o programadores más. Así es la vida. A usté, ¿qué le parece?

No sé lo que le parecerá a usted, pero le digo que por acá abajo ya se está acabando la paciencia de tanto cuento, y tanto futuro, y tantos bártulos inservibles. Así que, si acaso es V. uno de los de Arriba, échese a temblar, porque por acá abajo empieza ya a rugir un ruido sordo que llama a revolución contra los robotitos y sus señores o, mejor dicho, sus servidores. Para que la gente viva, ¡mueran los autómatas! ¡Guerra a muerte a los- fantasmas y las ilusiones!

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_