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Despotismo hortera

Ángel S. Harguindey

Enfoque cualitativo: el 4 de abril de 1883 el rey Alfonso XII colocaba la primera piedra de la catedral de Madrid consagrada a la Virgen de la Almudena, en la calle de Bailén, a orillas del palacio Real. El 4 de abril de 1990, es decir, coincidiendo con el 107º aniversario del comienzo -y a la vista de lo construido y de lo que falta para finalizarla-, alguien debería apretar el botón que la borrara del mapa respetando eso sí, la cripta proyectada por el marqués de Cubas y que no resulta de visión obligada. La explanada superior debería ser aprovechada por los madrileños como un precioso parque, flanqueado por la Cuesta de la Vega, los jardines del Campo del Moro y el ya citado palacio Real. ¿Por qué no?

Borbotón popular

Enfoque cuantitativo: el 19 de junio de 1988 la Federación de las Casas Regionales en Madrid y la Fundación Villa y Corte convocaron un festival en la explanada de la citada catedral. Una multinacional de refrescos regaló 15.000 latas para ser vendidas en el transcurso de la velada, que pretendía -como señaló uno de los organizadores- "hacer surgir el borbotón popular que acelere las obras de la catedral". Horas después, y al hacer balance, llegaron a la conclusión de que habían vendido 300 latas. Tienen botes de refrescos para 50 años consecutivos. Un borbotón exiguo al que hay que añadir los esfuerzos que el patronato de la Almudena pasa anualmente para conseguir recaudar lo previsto. Su última estimación apunta a que hacen falta 600 millones de pesetas más para terminar decorosamente el tinglado. Pueden subastar las 14.700 latas de cola sobrantes entre aquellos que consideren que la catedral debe ser terminada o cualquier otra combinación posible.

Pedantería pétrea

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En cualquier caso, también deberían pensar en descontar de nuestros impuestos la misma cantidad que se conceda como subvención; de esta forma, los que no deseamos que esa pedantería pétrea se acabe tampoco destinaríamos ni un céntimo a tal fin. Dicho con otras palabras: los que estén a favor, que lo paguen. Bastante hacemos el resto de los ciudadanos con consentirlo.

¿Dónde estuvieron buena parte del patronato y de quienes firman manifiestos en favor de su terminación cuando volaban edificios como la antigua Casa de la Moneda, mercados como el de Olavide, o gasolineras racionalistas como la de Vallehermoso esquina a Alberto Aguilera? ¿Dónde, mientras franquistas, centristas y socialistas -por este orden cronológico- convirtieron esta ciudad en la meca de los especuladores? ¿Qué hicieron para evitar las ventas especulativas de tanto cólegio religioso en el centro urbano y dónde fueron a parar los pingües beneficios de tales negocios inmobiliarios? Es un sarcasmo impresentable el que ahora se pretenda llamar a las puertas de las gentes de buena voluntad, o al Gobierno, que tiene el deber de velar por sus legítimos intereses, para terminar algo que pertenece a otro tiempo y, probablemente, a otro país, aquel en que la cruz y la espada sojuzgaban conjuntamente, con el añadido de que el producto resultante es radical y subjetivamente espantoso.

Enfoque moral: lo más absurdo de todo esto es que un núcleo de ciudadanos con mayor o menor inclinación hacia un concepto trasnochado de la cultura, y con el interesado apoyo de la jerarquía católica, pretenda imponer al resto de sus convecinos sus desfasados criterios estéticos o espirituales. Si lo consiguen sin pedir ni una sola peseta al erario público -lo que no está nada claro-, pues muy bien. Como si quieren alicatarla interiormente hasta el techo Pero si el recurso -tan trasnochado como el proyecto por el que parecen luchar- es el de recurrir a las arcas estatales o paraestatales, como las Cajas de Ahorro, deberían consultar con quienes suministran la materia prima: el dinero. Convocar un referéndum local con una sola pregunta: ¿Está usted dispuesto a pagar para que se termine la Almudena o para convertirla en un parque? Lo demás es despotismo, y ni siquiera ilustrado, hortera.

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