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La imagen del manco, un pobre recurso

Luis Gómez

Algunas circunstancias de la cuarta frustración consecutiva de la quinta del Buitre son utilizadas como excusa para hacer valer que la eliminación fue digna. Y dignas son todas las derrotas mientras el equipo disponga de sus mejores hombres, derroche esfuerzo, emplee lo que dé de sí su inteligencia como colectivo y no comercie con el resultado. El Madrid siempre ha perdido dignamente, incluso cuando fue por goleada. Pero el miércoles tampoco cayó con más dignidad que otras veces aunque se exagere la actuación postrera de un jugador entablillado.Trasladar la reflexión a terrenos tan elevados no es más que una argucia para escapar a la autocrítica. Se trata de reflexionar sobre si el Madrid afrontó eficazmente su objetivo fundamental: la Copa de Europa.

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El presidente, Ramón Mendoza, decidió hace tiempo convertirse en jefe de personal de la plantilla y hacer dicha función de su exclusiva competencia a la vista de que reestructurar el organigrama administrativo era no sólo más difícil y polémico, sino que chocaba con una evidente resistencia interna. Decidido a dar cuerpo a dicha prioridad, ejecutó los principales fichajes asesorado de diferentes maneras. La más reciente conclusión habla de la contratación de un técnico domador, Toshack, y dos defensores, Ruggeri y Hierro, cuya mejor cualidad es el dominio del juego aéreo. Los refuerzos no han logrado aquello para lo que se lbs contrató. Toshack ha fracasado también.

Su sistema, de inequívoca raíz británica, ha pasado inadvertido en Europa y sus cualidades como estratega y psicólogo han quedado en entredicho. No escogió mejor argumento para afrontar el lance con el Milán que vituperar públicamente a sus propios jugadores, provocar una semana alterada por las declaraciones y, quizá ayudado por sus superiores, rescatar artificialmente símbolos del pasado, amuletos que denotaban falta de confianza y escasa autoestima. Si Camacho tuvo que intervenir en el vestuario haciendo de hechicero, poco más habría significado haberlo alineado junto a Santillana y Juanito. Finalmente, Toshack convirtió a Buyo en el cerebro y transformó su saque en el vehículo esencial del ataque. Por tanto, negó a sus jugadores otros recursos -el centro del campo, para más señas- y, condicionado por los resultados del Milán en Italia, quiso convertir al Madrid en el Ascoli. El Madrid terminó negándose a sí mismo como equipo.

El utilizar ahora la imagen de un manco para ganar la aprobación general o acusar a los linieres de entorpecer tan sofisticado sistema, con Buyo y Hugo como principio y final sin argumento, es lícito, pero pobre. Porque el Milán, bien dotado técnicamente y con un sabio estratega, ha dado lecciones de juego y de buena gestión.

Puede deducirse que la eliminación del Madrid no atesora mayor desgracia que la de un fracaso de personal, pero no adquiere la tragedia de un deshonor. Con el honor el Madrid no acostumbra a jugar.

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