La CE, detrás de la puerta
La campaña electoral ha aplazado el tema de Europa como si fuera cosa hecha
FÉLIX MONTEIRA Nadie como Enrique Barón, presidente del Parlamento Europeo, un socialista que en 1986 abandonó la política nacional por la europea, ha acertado a definir la situación: "La convocatoria de elecciones", dice, "se hizo bajo la necesidad imperiosa de iniciar una etapa de adaptación a Europa; ahora los partidos parece que no tienen más preocupaciones que la mili, Carmen Romero y el control de la televisión".
Pío Cabanillas, un incombustible de la política, hoy eurodiputado del PP, hace un análisis que explica el paréntesis abierto a la CE. Los Gobiernos -es su tesis- son quienes absorben todo el protagonismo de las decisiones de la CE. A los políticos que no gobiernan sólo les queda reclamar poder para el Parlamento Europeo, aunque sea esgrimiendo "grandes palabras equívocas como codecisión y doble legitimidad, porque el caso es estar para conquistar espacios".
A él le produce escalofríos, por ejemplo, que en España nadie ha hecho un diagnóstico sobre el porvenir de las dos Alemanias. Y este papel secundario que desempeña Europa cuando se juega el voto en campo nacional puede deberse a que "los partidos han aparcado a su gente para que esté en la CE, no para que plantee temas comunitarios". En ese grupo de potenciales exiliados, afirma, "hay generales gastados y coroneles que no han logrado rematar la faena".
El problema no deriva de la letra impresa en los programas, donde todos los partidos hacen referencia a la Comunidad Europea. Y en el caso del PSOE el objetivo de después de 1992 encabeza el manifiesto. La carencia van a ser los actos y los discursos en una campaña con riesgos de barriobajera, que ha impulsado a aplazar Europa como si fuera cosa hecha, una especie de útil que se puede dejar a mano, pero detrás de la puerta.
Diferentes
"No sé por qué tenemos que ser diferentes a franceses, belgas o alemanes, pero el hecho es que lo somos", afirma un diplomático español en Bruselas. En estos países el reto del mercado único europeo es el esqueleto de la política y el arma arrojadiza en las contiendas electorales. En España es "una asignatura pendiente". Incluso en el Reino Unido el anticomunitarismo es la fosa que han empezado a cavarle a Margaret Thatcher, hasta dentro de su propio partido. "Aquí el tema está aplazado por la saturación reciente", afirma un ministro del Gobierno. Y para el comunista Fernando Pérez Royo "resulta difícil conectar con la gente con un mensaje tan complejo como es la CE".
El presidente del Gobierno buscó en la adaptación a Europa la excusa para anticipar las elecciones. No pudo esconder que hace falta un ajuste urgente para enfriar la economía, pero el problema es el mismo, porque la diferencia en costes e inflación con el resto de la CE ya no se puede paliar con proteccionismo.
Desde el ingreso en la Comunidad España cambió un superávit comercial con sus socios de 227.000 millones de pesetas en 1985 por un déficit de 922.000 millones el pasado año. Y el desfase sigue en aumento. Es cierto que la traslación del comercio por el principio de la preferencia comunitaria o la compra de bienes de equipo para modernizar las empresas tiene su cuota, pero el resto de ese saldo acaso se deba, como explica un alto funcionario comunitario, a que "para comprar basta con hablar español, pero es muy difícil vender si no se conoce la lengua del cliente". O a que es necesario producir más y mejor.
Muchos bienes
De la entrada en la Comunidad, aparte de estabilidad política, se han derivado muchos bienes, pues sólo en el primer trimestre de este año llegó a nuestro país un billón de pesetas de dinero europeo.
"El período de transición", asegura Pedro Solbes, secretario de Estado para la CE, "está prácticamente liquidado", si se exceptúan algunos flecos como frutas y hortalizas, las exportaciones de grasas vegetales o el corsé impuesto al sector pesquero. Lo que nos espera ahora es mucho más decisivo, porque "la Europa de 1992 va a producir una gran reasignación de recursos". De lo que se haga a partir de ahora va a depender la colocación en el ranking europeo de nuestra economía.
El mercado único significa que no va a haber apenas reductos de nacionalidad. Los emigrantes serán sustituidos por gente que cruza fronteras. Pero la igualdad de oportunidades dependerá de la capacitación técnica y del conocimiento de idiomas. En Francia está sobre la mesa la enseñanza de un segundo idioma extranjero desde la primaria, mientras en el bachillerato español los profesores de francés se reciclan por falta de alumnos.
Ni siquiera el reducto nacional de la Administración pública quedará exento de la competencia extranjera, porque la doctrina del Tribunal de Justicia de la CE es que educación y sanidad pública no pueden ser cotos cerrados. Nadie le quitará a un extremeño el derecho de acceso a un puesto de trabajo en Hamburgo, pero un hospital español no podrá tampoco negarle el trabajo a una enfermera danesa. Podremos seguir exportando trabajadores pero a cambio llegarán ingenieros alemanes y no pocos operarios portugueses.
No se creará únicamente un flujo sin restricciones a las personas; lo que se va a modificar es el sistema métrico de economía nacional para implantar la nueva medida europea. Desaparecerán las aduanas, las normas fitosanitarias o las homologaciones técnicas para detener o encarecer las mercancías. Canarias se plantea el ingreso en la política agraria común desde que ha visto que la reserva del mercado nacional del plátano no habrá quien pueda sostenerla. No habrá más contingentes o rechazo de textiles importados por la RFA de una nación no europea.
Las empresas están despertando cada día con esbozos de nuevos problemas. El seguro del coche podrá abonarse a una compañía instalada fuera de nuestras fronteras. Las entidades bancarias operarán sin autorización previa por parte del Banco de España. Los transportes, salvo el ferrocarril, estarán expuestos a una competencia multiplicada por 12. De nada serviría una política monetaria autónoma o tipos de interés muy altos para atraer el dinero, porque la inflación no habría cómo contenerla. Se acabarán márgenes de maniobra o ayudas públicas que superen la media europea.
Lo que se va a producir es una revolución en forma de competencia brutal, que la dimensión social, la cohesión o la política medioambiental ayudarán a corregir en los países más débiles. Unos sectores resultarán beneficiados y otros amenazados, pero la flexibilidad para adaptarse estará condicionada a la capacidad tecnológica, la formación profesional permanente y la movilidad social. "Salvo en la agricultura", explica Solbes, "para el resto de la economía la transformación será mucho más importante que la realizada desde la entrada en la CE". "A la gente se le ha transmitido un mensaje dulce", afirma un diplomático. Se ha asociado el mercado único con grandes festejos, como los Juegos Olímpicos, la feria universal de Sevilla o Madrid capital cultural de Europa. Ha cundido la idea de un 1992 como año de bienes, pero la dimensión de lo bien o mal hecho se podrá comprobar inmediatamente después.
Mentalización para después del voto
F. M. En septiembre tenía que haber comenzado la campaña de mentalización para el mercado único de después de 1992. Se ha echado el tiempo encima y "cualquiera lleva ahora el tema a la comisión de subsecretarios", opinan en la Secretaría de Estado para la CE. El asunto se ha aplazado para intentar debutar en diciembre.
El único problema es que Francia, la República Federal de Alemania, Italia, el Reino Unido y Bélgica nos llevan un año de ventaja. Hasta Portugal se nos ha adelantado en explicar la Europa que nos espera. Mientras en otros países se está ya en la fase de evaluar los efectos sector por sector, en España se desbrozan los primeros trabajos preparatorios de esa gran campaña en la que se quiere involucrar a empresarios y otros sectores sociales.
La única premonición que existe es un informe presentado hace un año por el Ministerio de Comercio a la CE, calificado por otros sectores del Gobierno de derrotista y de orientade; a la defensa de contingentes, en el que se señalaba a automóviles, máquinas herramienta y otra quincena de pequeños sectores como atacados de muerte por la competencia europea. Aquel diagnóstico, hoy desautorizado, señalaba que estaban en peligro 800.000 puestos de trabajo. El caso es que este planteamiento desató en la Comisión Europea una ronda de análisis caso por caso. La voz de alerta española fue escuchada en muchos otros países.
El lema tanteado para la campaña de mentalización se basa en la idea de que "España no termina en 1992". En una primera fase se destinarán "unas decenas de millones" para lanzar la preocupación por los retos del mercado único. Después habrá que gastarse mucho más dinero para hacer los estudios específicos de cada sector.
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