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Las compañeras

Las gentes de la clandestinidad trabajaban generalmente en parejas, o formaban la pareja dentro mismo del pequeño ejército civil y nocturno. Pero la mayor parte de]as compañeras ha desaparecido después.Se hablaba poco de feminismo en los, partidos o los grupos: casi todos, en la izquierda, daban por adquirido que la nueva sociedad que olfateaban resolvería el problema por sí misma. Algunos y algunas decían que la separación por sexos podía dividir lo que se llamaba la lucha, y se aplicaba la maldición de la jerga: "Trabajo fraccionarlo". Como esta especie de resistencia venía de muy lejos, había compañeros mayores que recordaban que en la II República la cuestión de la mujer estaba teóricamente resuelta. Los dos grandes movimientos de la izquierda -los ácratas, los comunistas- tuvieron entonces como emblema y motor a mujeres (Federica Montseny, Dolores Ibárruri), los otros tenían figuras destacadas (Victoria Kent, Clara Campoamor), se había dado el voto a la mujer -que le costó a la izquierda perder las elecciones de 1934-, la coeducación era un hecho, la voz juvenil de Hildegard -la mató su madre- planteaba todas las teorías del feminismo en un ambiente receptivo, y los anarquistas defendían y practicaban el amor libre, el aborto, la anticoncepción posible; hasta el desnudismo, en muchos grupos de Barcelona. Claro que la España profunda quedaba intacta. Los antiguos compañeros creían que una III República restablecería aquel primer gran impulso igualitario. Pero también estos compañeros han desaparecido después, muy poco después.

Algunas compañeras pagaron sus tributos de exilio, de cárcel, y fueron asesinadas en la transición. A estas últimas, a veces, se las recuerda. Las otras no pretenden hablar de ello y generalmente no pretenden hablar de nada. No se les ha dado ocasión. Su destino ha sido muy variado. Muchas de las parejas se disolvieron o se divorciaron; se formaron otras nuevas. Al terminar la transición -sí es que ha terminado-, las compañeras se fueron quedando atrás. Los partidos más militantes, o de mayores riesgos, se fueron relegando al desgranarse el rosario de la pluralidad pública y casi desaparecieron. Algunos de sus militantes -ellos y ellas- se salvaron del naufragio y además hicieron sus reflexiones ideológicas, en las que se mezclaron nociones como las de la eficacia, la nueva construcción del mundo en que vivimos, la adhesión a la realidad y la supervivencia política, y se pasaron al partido de lo posible de cuantos estaban en la resistencia, al socialista; algunas compañieras han hecho carrera en él. Unas, larga, y otras, de casi mecanografía. A las antiguas y nuevas compañeras se les premia con la opción al 25% de los puestos de partido y de Administración pública, pero no se encuentran fácilmente dispuestas a ocuparlos o se desdeñan sus nombres y sus biografías. Muchas han ido a dar en el desencanto y en la recuperacíón de las lecciones burguesas de la primera familia: el hogar, los niños y alguna carrera a tiempo partido. Tienen como verdadero beneficio el de los permisos de maternidad, y quizá consiguen colegios públicos y alguna beca. No han pasado de ahí. Otras han ido a dar en los movimientos feministas y han tratado de aplicarles el sentido de lucha, de extremo, que aprendieron en la clandestinidad. Creen que cuando se hablaba de trabajo fraccionalista se las estaba engañando. Probablemente, no, y los que decían semejante cosa tenían tan buena voluntad como los que pensaban en la construcción de una III República. Las cosas han sido de otra manera. Probablemente, los compañeros pensaban seriamente en el igualitarismo por su propio peso. Pero la verdad es que muchos dejaron atrás a sus compañeras -aun, y especialmente, los que han mantenido la pareja- y pasaron a ocupar los puestos: una responsabilidad masculina. Falta mucho tiempo, si es que llega, para que el sexismo desaparezca de donde tiene que desaparecer y, sobre todo, de la política; falta mucho tiempo, y tal vez no llegue nunca, para que España vuelva a tener la respiración que tuvo en la II República. Los adelantos, que son notables, se refieren al franquismo, pero no a otra cosa.

Convengamos también en que la situación, el pensamiento de la izquierda, las doctrinas y la filosofía, y hasta la práctica, eran mucho más potentes en el mundo inmediatamente anterior a la guerra que en esta época, en que ha terminado la guerra fría y predomina la contrarrevolución y el pensamiento de democracia liberal-conservadora, con su justificación de las diferencias de clase atenuadas y con los intentos de recuperación de la familia y hasta de la natalidad. Pero éste sería otro tema, y bien importante.

Todo esto se dice aquí por Carmen Romero. La compañera perdida y llevada al fondo del hogar presidencial, encargada de flores y visitas, acompañante de princesas y presidentas, ha salido de la clandestinidad femenina y quiere optar, por lo menos, a su parte del 25% que su viejo partido concede. No se la ha recibido bien. Hay, mala educación en este país, sobre todo en el obsceno lenguaje de la política, y la derecha sigue siendo su mayor usuaria cuando habla de los demás. Éstos de ahora son los mismos -o sus descendientes clónicos- que insultaban a Pasionaria y a Federica, y los que llamaban directamente "tiorras" -es una palabra típica del vocabulario de preguerra, guerra y posguerra- a las mujeres militantes de la izquierda. Le dicen de todo a Carmen Romero. Lo peor que le han dicho es que hay que respetarla porque es una mujer. Incluso algunos de su propio partido están turbados por lo que les parece que va a dar una mala imagen, o creen que es un abuso de poder; los otros partidos de la izquierda la acusan simplemente como una trampa para recaudar votos. Le achacan el papel seductor atribuido siempre a la mujer: la sirena para los electores navegantes.

Todo esto parece un síntoma de retroceso. De retraso con respecto a los ideales de la clandestinidad, y mucho más con los de la II República. Es natural: esto no es una república, ni mucho menos una época de grandes cambios.

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