LIDIA FALCÓN Una operación de imagen
Que la designación de Carmen Romero para las listas electorales del PSOE ha constituido una eficaz operación de imagen y publicidad lo demuestra la cantidad de comentarios que ha suscitado en todos los medios de comunicación. Lo cierto es que la mayoría de ellos destacan fundamentalmente el lugar que esa señora ocupa en la sociedad y las cualidades físicas y humanas que la adornan, en el estilo utilizado por la prensa del corazón -es indicativo que esta semana un buen número de revistas, incluidas algunas de información general, publiquen en portada la foto -de Carmen Romero-, con lo que la trivialización del tema es evidente. Trivialización que no corresponde a quien pretende obtener tal publicidad por convertirse en representante política de su pueblo y no por asistir a las fiestas de la jet-set.
Pero también es cierto que hasta ahora los medios de comunicación han estado mucho más preocupados por informarnos sobre los vestidos y peinados de Carmen Romero, sus relaciones con el esposo y con los hijos, o la decoración que prefiere para el palacio de la Moncloa y sus lecturas literarias, que sus opiniones políticas y su acuerdo o desacuerdo sobre temas tan trascendentales para el país como la permanencia de España en la OTAN, la estrategia económica del Gobierno o la huelga general del 14-D.
Algunas voces a favor de la designación electoral de Carmen Romero han argüido que semejante tormenta de comentarios no se habría desencadenado de haber sido el marido, y no la esposa, quien entrase en la palestra política. Y puede ser cierto, porque las actitudes machistas siempre inducen a tratar con diferente baremo las conductas de los hombres y de las mujeres; pero este ejercicio de comparación me parece bastante inútil en nuestro país, en el que ninguna mujer ha obtenido jamás el cargo de primera ministra, ni parece probable que llegue a alcanzarlo en un futuro próximo. Y tampoco poseemos suficiente información sobre Ios comentarios que ha suscitado en otros países la dedicación de los esposos de las primeras ministras a la política, a fin de poder hacer algo de sociología comparada como ejercicio de reflexión. Pero no es dificil imaginar las prudentes interpretaciones y hasta los indiferentes silencios de los medios de comunicación noruegos, británicos o islandeses.
De todos modos, en esos y en otros países, las actividades -todas, las políticas, las profesionales, las sociales y hasta las amorosas- de los miembros de la familia del presidente del Gobierno y de los ministros y altos cargos políticos tienen siempre preocupados tanto a los periodistas como a los electores en razón de las normas que las leyes del Estado, las disposiciones constitucionales y la moral social exigen de sus representantes para dar una imagen de estricta limpieza en su conducta. En Estados Unidos también se exigiría una cuidadosa investigación si la esposa del presidente o cualquiera de los cónyuges de los senadores, congresistas, alcaldes o gobernadores de Estado se dedicaran a la política, respecto a la posibilidad de que tal situación diera lugar a corrupción, favoritismo, nepotismo, etcétera. Pero no es ésta, obviamente, la motivación de ninguna de las críticas que se han formulado respecto a Carmen Romero, o por lo menos no debería serlo, desde el momento en que es práctica corriente en España que los políticos, de cualquier signo, induzcan o empleen a sus más próximos familiares en tareas semejantes y paralelas. Y no sólo porque la actividad que pueda desarrollar en el futuro Carmen Romero no es de gobierno ni por decisión presidencial, sino legislativa y por elección popular, por lo que esta clase de críticas apenas encaja en nuestros esquemas, sino sobre todo porque para nosotros no resulta escandaloso que los hermanos, las esposas o las cuñadas de los ministros alcancen fácilmente altos cargos públicos.
Se ha destacado la larga militancia en el PSOE de Carmen Romero y su activa y dilatada labor sindical, tareas ambas que, a juzgar por lo que nos ha informado la Prensa, ha debido llevarlas con extrema prudencia y sigilo, ya que esta señora no se ha destacado por ninguna clase de opinión ni de trabajo, a favor o en contra, de acontecimientos que han sido y son fundamentales para la vida española. Y eso mucho antes de que la dictadura concluyese o de que su esposo alcanzase la presidencia del Gobierno, por lo que realmente resulta dificil aceptar que sea precisamente su trayectoria y experiencia política la que haya determinado el requerimiento de su partido para incluirla en la lista electoral. Esa solicitud se parece más al ofrecimiento de presidencias de honor que se les ruega a reinas y aristócratas que a reconocimiento por los servicios prestados.
Un elemento más de definición se ha agregado al largo relato de las cualidades y condiciones que posee Carmen Romero, el de feminista. Parece ser que su más activa militancia en el seno del partido en los últimos años la dedicó a obtener la aprobación de la discutida cuota del 25% de mujeres en los puestos rectores del partido. Información ésta obtenida más por boca de sus compañeras que por hecho objetivo alguno más que aquel entusiástico lanzamiento de rosas con que obsequió a la mesa del congreso del PSOE al aprobarse la famo-
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Una operación de imagen
Viene de la página anteriorsa decisión, y en cuya frenética actividad la vimos fotografiada en las portadas de los periódicos. Pero, aparte de esta meritoria labor, coa la que siempre he estado de acuerdo -la de obtener el 25% de cuota femenina, no la del lanzamiento de rosas-, no aparece Carmen Romero en la historia de los últimos 15 años de vida española precisamente como una destacada líder feminista.
Su ausencia puede constatarse, aunque en aquellos momentos no fuera notoria, porque nadie la echaba de menos, en todos los momentos importantes de la lucha feminista. Ninguno de los congresos, jornadas, asambleas, encierros, manifestaciones, debates que tan ardientemente se celebraron desde 1975 contaron con su participación. Ni siquiera cuando las pertinaces persecuciones de los enemigos de siempre del progreso hicieron dar con sus huesos en la cárcel a los médicos y empleados de las clínicas de abortos, o cuando Cristina Almeida fue fulminantemente procesada y amenazada de ser conducida detenida hasta Pamplona, pudimos disfrutar del apoyo de la ilustre dama en apoyo de reivindicaciones que había hecho suyas el PSOE, ni en denuncia de arbitrariedades e injusticias que otras dirigentes del partido criticaban acerba y apasionadamente.
Pero no es sólo que su presencia fuera difícil de prestar, dado el rango que posee, sino que ni una ueclaración, ni un artículo ni una carta indicaron nunca que Carmen Romero ejercía el feminismo fuera de los salones del palacio de la Moncloa. Y si ese rango la imposibilita para apoyar con su presencia o sus declaraciones las demandas de los ciudadanos que la eligieron por la identidad de sus comunes ideas, difícilmente su escaño nos servirá en el futuro para algo más que para verla por televisión en el edificio del Congreso.
Más difícil resulta todavía explicar su feminismo de una manera implícita en su pertenencia al PSOE, no sólo en cuanto al machismo de muchos de sus componentes y dirigentes (que ha sido denunciado repetidas veces por las propias dirigentes socialistas), sino en cuanto que ese partido ha frustrado no ya sólo las esperanzas que quizá muchas mujeres depositaron en él, sino incluso las pomposas declaraciones programáticas realizadas desde diversos foros antes de ganar las primeras elecciones. Temas tan candentes como el aborto, el salario del ama de casa, la promoción profesional, la igualdad retributiva, el pago de las pensiones de divorcio, la protección de las mujeres maltratadas y violadas están poco y lentame.ite defendidos por el Gobierno, y no puede esperarse una solución pronta a ninguno de ellos. Temas que son de simple reforma estructural y para cuya solución los partidos socialdemócratas europeos han dispuesto de medios muy superiores a los que se invierten en España.Yo siempre estoy dispuesta a aceptar que es importante que haya una mujer más en el Parlamento, una mujer que debo suponer progresista, pero más importante aún que el sexo de los congresistas es la ideología feminista que ostenten y el valcr que tengan para defenderla. No hay que olvidar que fue Victoria Kent, diputada socialista, la que se opuso en las Cortes de la II República a la concesión del voto a la mujer, mientras decenas de varones de todos los partidos votaban a favor. Por eso es imprescindible exigir que las actuaciones parlamentarias de Carmen Romero correspondan a las exigencias feministas del momento; en caso contrario, quedará claro que su candidatura ha correspondido sólo a una exitosa operación publicitaria de su partido.
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