La viña del sociólogo
La sociología, última intrusa en el campo de la ciencia social, se ha instalado plenamente -y con todas las consecuencias- en el ámbito del mercado, de la política y de la formación de opinión. Forma parte ya de nuestra cultura académica y cívica. Es muy probable que las consecuencias de tal incorporación no se hayan percibido genuinamente por todos los que las viven directamente. Así, los sociólogos -y sus allegados en la ciencia social- se han acostumbrado durante mucho tiempo a entender la dimensión moral de su faena en términos de dicotomías. Había sociólogos partidistas y los había independientes, los había universitarios y los había extraacadémicos, los había integrados y los había contestatarios. La bondad o maldad puramente científica y la originalidad intelectual de los desvelos del sociólogo solían relegarse, de tal manera, a lo secundario. Quedaban como juicio meramente residual.La institucionalización de los sociólogos y su proliferación, en combinación con las mudanzas políticas, económicas e ideológicas del último decenio, deberían haber puesto en tela de juicio este hábito mental dicotómico. Los sociólogos, como tantos otros, se habían dejado arrastrar al maniqueísmo doctrinal bajo el acicate de la última dictadura. Ahora bien, la superación relativa del maniqueísmo no significa que la sociología española se haya sumido hoy en un magma gris uniforme en el que ya no sean posibles ni sociólogos radicales ni domésticos del poder. Ambas cosas no faltan, aunque el menos avisado sabe cuánta mansedumbre y funcionarial fervor consigue cualquier fuerza política que esté en condiciones de absorber técnicos, economistas, periodistas y, naturalmente, sociólogos. Se reduce, con el reparto de cargos, el número de posibles discrepantes. Lo que ocurre es que en la actualidad asistimos a la aparición, junto a esas pertinaces dicotomías, de una pluralidad que complica la naturaleza interna de un gremio que tal vez sea el menos gremial de todos.
Hay hoy sociólogos del más variado plumaje. Hallamos desde el bufón mediático, en permanente y trivial pavoneo antigubernamental, hasta el más devoto apparatchik del partido; desde el talludo radical que anuncia rebeliones sin cuento hasta el insaciable encuestador, vendedor de técnicas irresistibles para el mercado del mercadeo. Igual da si éstas son para fines comerciales o políticos. Junto a ellos hay quienes, con admirable rigor, estudian la pobreza, la drogadicción, los azares de la vida privada y la dudosa calidad de la pública. Hay además quienes teorizan -es decir, explican- con una cierta dignidad intelectual la vida colectiva a sus congéneres y hasta proponen posibles soluciones que superan y soslayan los intereses circunscritos de un sector.
Lo crucial es que no se encuentra una mitad a un lado de la frontera y otra mitad al otro. Es empíricamente demostrable que hay sociólogos militantes de un partido -y no sólo del gubernamental de turno-, la calidad de cuya obra es encomiable. Algunos son conservadores; otros, no. Ni la independencia de criterio ni la calidad de la labor sociológica parecen mostrar correlaciones íntimas con tales inclinaciones. Hay una correlación, afortunadamente, pero es sólo con la seriedad del compromiso del sociólogo con su tarea. Lo demás, música celestial.
Esa seriedad y los rasgos genuinos de la sociología han sido escamoteados frecuentemente a la opinión pública, precisamente en este momento en que la disciplina empieza a estar plenamente arraigada en el país. La idea que muchas gentes se hacen de la sociología es la de un conjunto de informes y técnicas de sondeo bueno para predecir intenciones de voto y compra. O para expresar actitudes hacia el sexo, la religión, el terrorismo, la nacionalidad, la felicidad y todo lo concebible, según efímeros porcentajes servidos a los más diversos clientes.
Algo de eso hay. Pero una encuesta, por sí sola, no es sociología, aunque usen esa palabra quienes no saben hacer otra cosa. La sociología es la explicación causal y racional de la vida social. Es también la interpretación de la condición moral del hombre en términos de su dimensión histórica, y ello a través de hipótesis y generalizaciones que la indagación de hechos conocidos quizá pueda sustanciar. Sociología es reflexión. Puede ir ligada a cierta práctica: desde la formulación de las políticas sociales de un Gobierno hasta la participación en el debate público. Pero nada le obliga a encadenarse a ello. Puede y sin duda debe ir ligada, en última instancia, a la filosofía moral y a los imperativos de la creación de un interés común y de tina sociedad más decente y habitable. Pero en la amplia viña que cultiva el sociólogo de todo hay. Cambian las persuasiones, los enfoques, los modos y las maneras. Al final, como casi siempre, lo que cuenta es sólo la excelencia de la vid.
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