_
_
_
_
Tribuna:
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Pornografía moral .

Fernando Savater

En otras ocasiones ya he expresado mi convicción de que alcanzar y organizar el pluralismo político es algo dificil, pero que ya se ha logrado en algunos sitios; la institucionalización efectiva del pluralismo moral, en cambio, no se conoce en ninguna parte. Aún más, me atrevo a decir que el auténtico peligro de los años que se avecinan es que la democracia política, con sus intrínsecos desajustes y conflictos, sea complementada por un totalitarismo moral en vías a recuperar la unanimidad estatal. De momento, ese totalitarismo moral busca un fundamento médico en el que apoyarse, pero no es descartable que próximamente invente cosas aún más potentes y peligrosas. Los despistados siguen ternes en machacarnos con los peligros del neoliberalismo que nos amenaza, cuando lo grave no es que triunfe un liberalismo nuevo, sino que desaparezca del todo el antiguo. ¿Neoliberalismo? ¡Ojalá no tarde! Por el momento existe sólo con perfiles más bien salvajes en el plano económico (y ¡ojo!, que ya empieza a hablarse de sindicación obligatoria), pero en modo alguno en la forma de enfocar todos los restantes aspectos de las relaciones sociales. Ahí tenemos a George Bush, por ejemplo, ese gran adalid del neoliberalismo. En nombre del implícito totalitarismo moral en que vivimos, propone un billón de medidas contra la droga que incluyen los campos paramilitares de reeducación para cocainómanos y la pena de muerte para narcotraficantes. El internamiento de homosexuales en campos de trabajo granjeó cierta mala fama a Fidel Castro, y el envío coercitivo a psiquiátricos de disidentes políticos no mejoró la imagen de la Rusia soviética: hoy, gracias a Bush, sabemos que eran medidas neoliberales.Si el presidente norteamericano hubiese propuesto un plan de lucha contra el comunismo de un billón de dólares, incluyendo campos -de reeducación para simpatizantes, intervención de cuentas corrientes e inducción al delito por parte de agentes policiales, falanges deángeles de U guardik urifformados buscando sospechosos por las calles de Washington, penas de muerte y ayuda militar a lo Vietnam a Gobiernos anticomunistas, el escándalo -al menos entre los liberales de su país y ciertos izquierdistas europeos- habría sido mayúsculo. Pero como no se trata de totalitarismo político, sino de totalitarismo moral de base -supuestamente- médica, hasta a sus adversarios demócratas les ha parecido poco. Y en Europa, para qué hablar: más de un senador socialista o comunista debe haber asegurado a sus íntimos que un Bush es lo que aquí necesitábamos para resolver ciertas cosas... Y es que el Gran Jefe lo ha dicho muy bien: "Esto es veneno". La corrupción que el negocio prohibicionista de la droga propicia en forma de sobornos económicos no es nada respecto a la que causa en cuanto envilecimiento del criterio jurídico y ético.

Pero hay casos más próximos y aún más explícitos. El linchamiento moral que ha sufrido el ex senador popular Enrique Bolín es el más espectacular hasta la fecha. Nunca hasta ahora había sentido tanto sonrojo por la comunidad a la que pertenezco. Imaginemos que un súbdito español se hubiera visto forzado por una avería a entrarcon su barco en un puerto iraní; que allí un mínimo accidente diese lugar a un registro del yate, y que se le encontrasen varias botellas de whisky y las obras completas de Salman Ruslidie; que fuese procesado, reconvenido públicamente por el juez / ayatolá de turno y condenado a varios meses de cárcel. ¿Cuál hubiese sido la reacción de los medios de comunicación y de los gerifaltes políticos de este país nuestro? Pues bien, a Bolín le ha ocurrido exactamente lo mismo, y ya han visto ustedes: lo único que parecen haber deplorado sus compatriotas es que no le hayan tirado de la roca abajo como escarmiento. ¡Para que luego nos quejemos de Jomeini! En un momento, el fervor inquisitorial ha hecho olvidar los resquemores contra Gibraltar y el colonialismo británico: nada, lo primero es lo primero, y cuando se trata de la caza de brujas, peliHos a la mar. Los periódicos y los telediarios se deleitan en la imagen del pervertido arrastrado de las esposas por un bobby sin contemplaciones. El juez gibraltareño, que no se ha privado de acompañar su sentencia de un sermoncito vomitivo (puede que se trate del mismo desaprensivo que no vio nada reprochable en la ejecución por emboscada de tres miembros del IRA en el Peñón hace bien poco), se ha convertido para los papanatas en el modelo de la justicia rápida y eficaz. Quizá una ejecución sumarísima le hubiese ganado aún más simpatías...

Las revistas pornopolíticas han encabezado esta operación de acoso y derribo con el entusiasmo que ya se les conoce en casos semejantes. Los detalles escabrosos han sido resaltados o inventados con el habitual gesto de audaz denuncia: la una insiste en la presencia a bordo de cuatro muchachos (se diría que alguno se quejó de haber embarcado o que los llevaban atados en la bodega para venderlos en Argel); otra cuenta con detalle el argumento de los vídeos pornográficos hallados a bordo, sabiendo que sus lectores compran la bazofia semana¡ por razones estrictamente masturbatorias, pero que no se atreven a reconocerse tales y prefieren llamarse "información crítica" (no falta quien sostiene que asiste a los su#> tease por afición a la buena música). Se habla de los negocios inmobiliarios e industriales del ex senador con todo un mundo de feroces sobreentendidos, como si fuera su actividad pública la que le hubiese llevado a la situación en la que se encuentra y no su conducta privada. Me recuerdan a los listos que aprovecharon la condena a muerte de Rustidie para señalar que a ellos nunca les había gustado el estilo del escritor... Ante esta avalancha pestilente, nadie se atreve a decir palabra. La derecha (que en este país puede ser cualquier cosa menos liberal) se sacude de encima al apestado con gestos horrorizados de piadosa unción. La izquierda se alegra de la perdición de un enemigo político, que además es millonario y tiene yate. Los curas, digo -perdón- los intelectuales progresistas, bastante ocupados están señalando la creciente insolidaridad y el individualismo posmoderno como para ocuparse de minucias demagógicamente poco rentables. A lo más que llegan es a señalar la contradicción entre los gustos particulares del ex senador y sus actitudes públicas, como si en este caso lo grave fuese la hipocresía: cuando la contradicción flagrante no está entre la' moral privada y'la moral pública, sino en la pretensión totalitaria de convertir cierta moral privada en pública. *

De modo que Enrique Bolín se ha quedado solo. Aunque no del todo, si yo puedo evitarlo. No le conozco personalmente y, dado el partido político al que pertenece o pertenecía, es más que probable que nuestras formas de ver los asuntos sociales sean bastante discrepantes. Sin embargo, quiero hacer constar mi solidaridad con él en este trance y la simpatía que me inspira en cuanto víctima de la conjura de los necios, de los puritanos, de los fisgones y de los acusicas. Es decir, en -cuanto - victima de la dichosa mayoría moral, a la que desde aquí dedico mi más sentido corte de mangas.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_